Todos sabemos que la violencia de género se da con independencia de la raza, la etnia, la nacionalidad, la clase social o la clase económica a la que se pertenece.
Lo único que ocurre es que la mujer inmigrante está más desprotegida, tiene más miedos y más trabas al acercarse a los ámbitos policiales para interponer una denuncia. A veces, encuentran vedado el acceso a la justicia.
Para una mujer inmigrante es más difícil conseguir justicia. Está más desprotegida, es más vulnerable. No es de extrañar que haya más casos de violencia machista entre las inmigrantes que entre las españolas. Viven todos, hombres y mujeres inmigrantes, una situación de mayor estrés, de peor situación económica. La mujer inmigrante tiene una mayor dificultad de independencia económica, en algunos casos, que la mujer española, mayores obstáculos para tener acceso a la protección que ofrecen los Derechos Humanos -situación que denuncia Amnistía Internacional-, no tienen facilidad para el acceso a la justicia. El multiforme rostro de Dios también tiene una huella que le dejan estas mujeres.
La mujer inmigrante tiene más miedo a la policía que la mujer española. Pero ¿cómo se accede a la condición de víctima de la violencia de género? La respuesta a esta pregunta es la clave del miedo: A través de una denuncia policial o de una orden de protección. Por eso, las mujeres inmigrantes tienen más dificultades incluso para acceder a los centros de acogida para mujeres maltratadas ya que exigen la denuncia policial.
En fin, se da un cúmulo de circunstancias que no se reduce a la fácil y desafortunada frase que he leído en un artículo:
“Cuando ya creíamos enterrada la idea de “Macho ibérico” que tan rancio y retrógrado nos parece, nos aparece la idea del “Machito sudamericano”. Este tipo de frases pasionales y un tanto irracionales, no hace nada más que confundir y seguir aplicando la idea que se ha de desterrar de una vez para siempre: la idea de que inmigración es igual a violencia.
Habría que leerse el informe de Amnistía Internacional sobre las “Mujeres inmigrantes en España frente a la violencia de género”. Allí se explica, de una forma clara y precisa, el hecho de que la mujer inmigrante es presa de la violencia de género por el simple hecho de tener más riesgos en su situación de desarraigo y menor protección. ¿Cómo se puede ir con tranquilidad a una Comisaría de Policía cuando te puedes encontrar con una orden de expulsión? ¿Con qué valor hay que ir a hacer una denuncia de tu agresor, cuando, quizás, tu permiso de residencia depende de él?
Las mujeres maltratadas inmigrantes tienen que ir sobreviviendo en nuestro país aun cuando tienen muchas dificultades para acceder a la justicia. Ante estos casos, los gobiernos deberían ver las formas de facilitar el acceso a la justicia de las mujeres inmigrantes presa de la violencia de género en situaciones de ilegalidad o de miedo ante la policía o ante las instituciones. Hay que garantizar la aplicación de los derechos humanos a estas mujeres.
Hay que celebrar el que Amnistía Internacional se haya preocupado de este problema. También, y aún a riesgo de que a alguno le parezca hacer política de partido, hay que felicitarse del hecho de que la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, se haya decantado en sus manifestaciones como defensora de los derechos humanos de la mujer presa de la violencia de género. Ella reconoce que los datos de este año 2007 no son buenos, pero, a su vez, no se conforma ni se resigna a estos malos datos, aunque reconozca que hay más mujeres protegidas, más denuncias, más medios o más juzgados. Se da cuenta de que los esfuerzos no son suficientes, pero anuncia, debido a la importancia del tema, que se va a reunir con asociaciones de mujeres -esperemos que algunas de ellas sean de mujeres inmigrantes-, con las unidades de violencia de género de las subdelegaciones de Gobierno y con las televisiones privadas teniendo en cuenta lo sucedido a una mujer tras un programa de televisión en donde su presunto agresor la pidió en matrimonio a lo que esta mujer se negó. Días después, la asesinó.
Esperemos que, mujeres españolas, sean la Vicepresidenta del Gobierno o no, pues esto es simplemente algo coyuntural, y ojalá que algunas de ellas fueran evangélicas, puedan ir avanzando en una mayor justicia y aplicación de los Derechos Humanos a las mujeres inmigrantes que en España son presa de la violencia de género.
Ante todo esto, la iglesia también tiene que reflexionar y ver las formas de actuación y de su uso de la voz profética, para incidir en una mejor información hacia la mujer inmigrante y en favorecer el acceso a la justicia y a lo que ofrecen los Derechos Humanos.
La voz de la iglesia debería presionar en estos temas como un megáfono de Dios que obligue a actuar a los gobiernos e instituciones sociales. Los cristianos pasivos ante la situación de las mujeres inmigrantes en relación con la violencia de género, pueden hacerse cómplices.
Hay que “evangelizar” también las estructuras sociales, tendente a una mayor protección de los más desprotegidos, desvalidos y débiles del mundo. Las iglesias también deben ser una puerta abierta para que las inmigrantes maltratadas puedan encontrar un canal de acceso a los recursos que proporciona tanto la ley, como las entidades privadas que trabajan en la acogida y protección de la mujer maltratada. Porque, en el fondo, el rostro sufriente de Dios, también se refleja en el rostro de las mujeres inmigrantes indefensas, vulnerables y sin acceso a la justicia.
Y esto, a los cristianos, nos debería dar una fuerza y una motivación aún superior a la que pueda tener Amnistía Internacional, pero, en gran medida -espero que esto sea una crítica que redunde en positivo-, la comodidad y el sopor del rito insolidario, nos adormece y aliena.
Los cristianos tienen que despertar no sea que la fe de estos, acabe por morirse y dejar de ser.
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