Que se sepa, lo que no es habitual es que se abran los cielos y se ilumine la noche con el resplandor de la gloria de Dios, y que un coro de ángeles (¡de ángeles!) irrumpa con un tema musical jamás oído en la tierra.
Por Enric y Febe Jordà
La llegada de un bebé a una familia casi siempre es un momento anhelado. Y, cuando ocurre, la alegría llena los corazones de los cercanos, y la noticia corre entre los familiares y los amigos por teléfono, y con mensajes y fotos vía whatsapp.
Pero, que se sepa, lo que no es habitual es que se abran los cielos y se ilumine la noche con el resplandor de la gloria de Dios, y que un coro de ángeles (¡de ángeles!) irrumpa con un tema musical jamás oído en la tierra[i] (¡ni siquiera puedo imaginar cómo debía sonar!) y que, a la rueda de prensa para el anuncio del feliz acontecimiento, se convoque a gente sencilla ajena a los medios, interrumpiéndoles su jornada laboral.
¡Pero es que el niño que nace es el Niño Dios! Y este extremo es la primera vez que está ocurriendo. “No tengáis miedo. Mirad que os traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy os ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”[ii].
El niño es Cristo, el Señor. El Mesías, el Ungido. El Creador del mundo. El Salvador esperado, el Maestro necesario, el Redentor imprescindible. El Rey Siervo. Dios contenido en un cuerpo humano. En Jesús habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad[iii].
Y claro, visto así, en este nacimiento en particular ¡lo extraño sería que no se produjeran acontecimientos extraordinarios!
El niño crecerá. Su desarrollo físico será el esperado, será querido cada vez más por los que le rodean[iv]. Progresará en cuanto a conocimiento y sabiduría. Y cuando tenga doce años sabrá ya mucho[v], de la vida, de la Palabra de Dios y sobre él mismo y su propósito en la vida… en su exilio voluntario aquí en la Tierra.
¿Qué pensará cuando lea acerca de la expiación en el libro de Levítico[vi], de la Torá? O al meditar los textos del profeta Isaías[vii].
Apenas podemos intuir este proceso, pero es la pureza de su naturaleza, la educación recibida de sus padres, la enseñanza desprendida del Antiguo Testamento, lo aprendido en la sinagoga y en la escuela, y la guía del Espíritu Santo, lo que le permitirá asumir paulatinamente quién es.
Y un día por fin llegará la hora de la verdad, el momento de realizar el cometido para el que se había despojado de sí mismo[viii], rebajándose de manera consciente e intencional, tomando forma de siervo, haciéndose como un ser humano más, humillándose a sí mismo, y se hará obediente hasta el final, ¡la terrible muerte en la cruz!
Y ese día se preparará para subir a Jerusalén, y deberá respirar hondo y afirmar su rostro[ix], con decisión.
“Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: ‘Padre, sálvame de esta hora difícil’? ¡Si precisamente para afrontarla he venido!”[x], dirá.
Y llegará la hora más oscura. La angustia indescriptible en Getsemaní, en absoluta soledad, derramando el alma delante del Padre. La traición del amigo. El abandono en huida cobarde de los suyos. La farsa del juicio y la tortura. El pueblo, voluble e ingrato, pidiendo a gritos su muerte.
Y la cruz. El dolor físico añadido a lo que ya llevará a cuestas. Y al desamparo indiscutible se añadirá lo más insufrible: el abandono del Padre, que cuando carga sobre él todas nuestras rebeliones y culpas, tendrá que dejarle. No hay comunión posible entre el Dios Santo y el que ahora llevará todo nuestro pecado. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”[xi]. Y entregará su vida.
***
¿Al contemplar la noche de la navidad te preguntas qué es lo que está ocurriendo? No te sorprendas de las maravillas. Porque lo verdaderamente extraordinario es el amor salvador del Señor. Que aun no queriendo ir a la cruz, está queriendo. Por mí y por ti, para darnos vida, vida plena, vida eterna.
Por eso Jesús ha nacido allá en Belén. Cuando le veas dormido en el pesebre, haz como los pastores y los magos de oriente, y rinde tu corazón en adoración[xii].
Porque el final de la historia no será la tragedia de la ejecución de un inocente. ¡El final será la resurrección gloriosa del Señor, de madrugada, aquel primer día de la semana, dando fe de que el Padre ha aceptado su sacrificio a nuestro favor!
Enric y Febe Jordà – Barcelona (España)
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