Nos enfrascamos en un periodo de obsesionado análisis y sufrimiento profundo queriendo adivinar el motivo del Señor en esa cuestión particular que nos molesta.
Ante cualquier duda sobre nuestros planes, ante cualquier situación que nos viene encima, nos preguntamos cuál es el propósito de Dios. Tanto si es una enfermedad, un cambio de trabajo, un problema de relaciones, lo que sea, nos enfrascamos en un periodo de obsesionado análisis y sufrimiento profundo queriendo adivinar el motivo del Señor en esa cuestión particular que nos molesta. Esto supone un esfuerzo, vano en mi opinión, que agota nuestra imaginación y la desconcierta. Las respuestas que suponemos pueden ser desde cero hasta miles y si añadimos las opiniones ajenas podemos llegar hasta el infinito.
En ocasiones esta incertidumbre nos lleva a poner a Dios un plazo para que nos responda y nos aclare algo. ¿Tenemos poder para ponerle al Señor, Dios creador del universo, una fecha de respuesta?, me pregunto. Me respondo que no, no soy nadie, al hacer esto actuamos sin conocimiento. ¿Puede el ser humano obligar a Dios a hacer algo? Cada uno que responda para sí, mi respuesta es no. Otra de las preguntas que me hago ante mi desconocimiento sobre el propósito de Dios es si verdaderamente, en eso malo que ha llegado a mi vida y desconozco, hay un propósito divino, o es que sólo he de vivir el afán de cada día sin buscar más motivos. Sé que lo que comento es complicado.
Para todo necesitamos explicaciones y respuestas, necesitamos encajar a la perfección cada pieza del puzzle.
Otra cuestión es si Dios, nuestro Señor, con lo torpe que somos, nos demanda que seamos adivinos de sus propósitos (suponiendo que todo lo que nos pasa sea propósito suyo). Y en esa misma torpeza, según mis escasas luces, también tengo que responderme que no. El Señor no nos exige que adivinemos toda su grandeza. Si fuese así, si nos pidiera que intimáramos en sus intenciones, nos posicionaría a su misma altura y no lo estamos.
Me sitúo ahora en el plano humano, en mi relación con mis hijos. Si quiero algo de ellos, ¿debo pedirles que adivinen mis deseos? ¿Aceptaría de ellos el reto de un plazo? También mi respuesta es negativa.
Cierto es que hemos de estar en su presencia todo el tiempo que nuestras capacidades lo permitan, Todo el tiempo que nuestra carnal persona admita. Las decisiones, el riesgo al dar una respuesta, de actuar de uno u otro modo, nos corresponde a nosotros y podemos acertar tanto como equivocarnos. Hemos de aceptar la vida, tomar resoluciones, casi siempre dudosas, y hacerlo de la manera que veamos más justa, más noble, más agradable a él. Pero lo que es adivinar el propósito de Dios nos lleva en el fondo a elegir lo más satisfactorio para nosotros y con ello justificamos nuestra decisión.
A veces nos excusamos en que actuamos de tal manera por su falta de respuesta, ¿ninguneamos al Creador? Nos encumbramos a tan gran altura como es ponerlos a la suya.
Cuando Dios quiera, como quiera, que nos muestre lo que quiera. La responsabilidad de elegir ante la falta de conocimiento sobre sus propósitos nos dirige a tomar decisiones responsables y aceptar con paciencia lo que, como seres frágiles de carne y hueso, pueda sucedernos.
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