La Navidad enseña que solo Dios nos puede salvar, que no nos podemos salvar a nosotros mismos.
En estos días previos a la Navidad tengo la costumbre de, leer o releer, alguna obra que se ocupe específicamente de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. En esta ocasión, he decidido volver a visitar a un gran clásico, la obra de Atanasio titulada La encarnación del Verbo de Dios. Atanasio (295-373. D.C.) es una de los más conocidos de los llamados Padres de la Iglesia. Nació y murió en Alejandría, en Egipto. Su fama se asienta en una vida de inquebrantable testimonio cristiano en defensa de la eterna divinidad del Verbo de Dios. Es decir, se opuso tajantemente a la popular afirmación de Arrio (256-336 D.C) de que: “Hubo un tiempo cuando la Palabra no existía”. Su posición le condujo al exilio en numerosas ocasiones, y llevó a que se acuñara la expresión ‘Atanasio contra el mundo’. Y es que no dudó en levantar su voz frente a los que, en la misma iglesia, empequeñecían la imagen de nuestro Señor Jesucristo, al presentarlo tan solo como una criatura, sublime sí, pero no Dios en el sentido en que lo es el Padre. Atanasio defiende la eterna divinidad del Hijo en un contexto trinitario, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero también incidiendo en la importancia crucial que tiene la doctrina de la encarnación de ese Verbo de Dios para la fe cristiana.
Por eso, tomando como punto de partida algunos aspectos de su pensamiento, me gustaría ahondar en la inusitada relevancia de la doctrina de la encarnación del Verbo de Dios, para entender adecuadamente la fe cristiana. De entrada, debemos darnos cuenta de que la Navidad enseña que solo Dios nos puede salvar, que no nos podemos salvar a nosotros mismos. Y esto por el estado de impotencia espiritual en el que nos ha sumido el pecado. En La Encarnación del Hijo de Dios, Atanasio realiza un análisis inicial, pero pormenorizado, sobre la profundidad de los efectos de la Caída del ser humano en el pecado. La Caída en el Edén, obedeciendo a la voz de la astuta serpiente ha tenido unas consecuencias nefastas para nosotros. Como enseñaba Atanasio, los seres humanos por el pecado “han quedado sujetos a la ley de la muerte, de la cual no pueden escapar”. Y es que el sueldo inexorable del pecado es la muerte (Romanos 6:23). Muchas veces, en nuestros días, solemos obviar esta cuestión, hasta el punto de que los que oyen de Cristo como Salvador no saben, sin embargo, de qué tienen que ser salvos. Atanasio demuestra concluyentemente que tal es el triste estado en el que nos encontramos por nuestro pecado, que solo Dios puede sacarnos de ese insondable pozo de culpa, miseria, corrupción y maldad. Solo Dios puede salvarnos.
[destacate]La novedad de la fe cristiana es el anuncio de que solo podemos ser salvos por medio de Jesucristo.[/destacate]Pero, la esencia de la posición cristiana no reside en afirmar que necesitamos ser salvos, o que solo Dios nos puede salvar. Es mucho más radical. La novedad de la fe cristiana es el anuncio de que solo podemos ser salvos por medio de nuestro Señor Jesucristo. Precisamente, por ser Quién es, solo Él puede salvarnos. A la pregunta sobre Quién nos salva, me gusta responder en los términos con los que teólogos evangélicos de la talla de John Owen o B.B. Warfield usan la expresión ‘Dios-Hombre’ para desvelar la identidad de nuestro Salvador. En concreto Warfield dice: “Cristo no es un Dios humanizado, o un hombre deificado sino el Dios-Hombre”. La posición bíblica afirma que nuestro Señor Jesucristo es el Dios Verdadero y, al mismo tiempo, un Hombre perfecto. Atanasio presenta a nuestro Señor Jesucristo como ese Dios-Hombre por medio de una serie de contrastes: “El Verbo no estaba encerrado en su propio cuerpo. No estaba presente en su cuerpo y ausente de todo lo demás … Lo más admirable es que, siendo Verbo, no podía ser contenido por nada, sino que más bien el contiene todas las cosas. Solo en su propio Padre está él enteramente y bajo todos respectos … aunque estaba en un cuerpo humano y le daba vida, igualmente daba vida al universo. Estaba en todas las cosas, y sin embargo estaba fuera de todas las cosas. Y aunque era conocido por las obras que hacía en su cuerpo, no era desconocido por la energía que comunicaba al universo … esto era lo admirable que en el había: que como hombre vivía una vida ordinaria; como Verbo daba la vida al universo; como Hijo estaba en la compañía del Padre ...”. Lo que afirma Atanasio se basa en pasajes como Juan 1.3 y Hebreos 1.3, entre otros textos. La Navidad enseña que solo Dios nos puede salvar, El Hijo de Dios, en forma de ‘hombre-siervo’, (Filipenses 2.7,8). Por ello, la defensa de la eterna divinidad del Verbo de Dios no es una mera cuestión de palabras, sino un aspecto esencial de nuestra fe, ya que tiene que ver con una salvación real y concreta en la Persona encarnada del Hijo de Dios. Por eso el Cristianismo si quiere ser fiel a sí mismo, a su propia naturaleza, no puede sino afirmar con el apóstol Pedro que “en ningún otro hay salvación, pues no hay otro nombre, bajo el cielo, dado a los hombres en que podamos ser salvos”. (Hechos 4.12)
Atanasio muestra igualmente como el ‘Dios-Hombre’ revela la naturaleza de Dios. En concreto, que es el amor de Dios lo que está detrás de la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Como dice el texto más conocido, y resumen a su vez de toda la Biblia, Juan 3.16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Atanasio afirma que “nuestra culpa fue la ocasión de que bajara el Verbo y nuestra transgresión daba voces llamando a su bondad … y que el Señor se manifestara entre los hombres ... Fuimos nosotros la causa de que tomara forma humana y para nuestra salvación amó a los hombres hasta tal punto que nació y se manifestó en un cuerpo humano”. Nuestro Señor Jesucristo es la prueba más concluyente de que Dios es amor (1ª Juan 4.8).
Pero Atanasio no da por concluida aquí la cuestión, asimismo abunda sobre la manera en la que la primera venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo en carne alcanza nuestra salvación. La pregunta sería: ¿para qué el Dios-Hombre? Atanasio dice: “La Palabra siendo incapaz de morir, asumió un cuerpo mortal para así poder ofrecerlo como suyo propio, en lugar de todos, y sufrir por causa de todos, a través de su unión con ese mismo cuerpo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2.14,15). Es decir, Cristo nació para morir. Como enseña Pablo: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2.8). Su muerte no es como la de cualquier otro ya que nosotros morimos porque es el salario de nuestro pecado. En su caso, nuestro Señor Jesucristo asumió voluntariamente la muerte, el castigo que nosotros merecíamos por nuestro pecado que no es solo la muerte física, sino también la muerte como una consciente y eterna separación de Dios. Y, con el fin de abolir la muerte, el Verbo se encarnó para sufrirla. Como enseña Pedro: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1ª Pedro 3.18). Este texto manifiesta que la muerte de Cristo es una sustitución penal. Y es que la encarnación del Verbo de Dios tiene como motivo primordial que su muerte extinga la muerte. Como decía John Owen: “La muerte de la muerte en la muerte de Cristo”. Atanasio es particularmente insistente en este punto: nuestra salvación es el objetivo de la encarnación.
[destacate]Celebramos la encarnación como el paso necesario para nuestra redención en Cristo.[/destacate]El Verbo de Dios tomó carne sin pecado para que, de este modo, pudiera morir para salvarnos. Es decir, no nos salva la encarnación misma, sino la muerte expiatoria del Dios hecho Hombre. Celebramos la encarnación como ese paso necesario para nuestra redención en Cristo. Es interesante notar que en este libro Atanasio también se refiera a la resurrección del Señor que es la evidencia de la derrota de la muerte. En este sentido, me llama poderosamente la atención la unión que establece Atanasio entre todas las grandes doctrinas cristianas. No las contempla en aislamiento, sino que las engarza, tal y como hacen los propios textos bíblicos, por otra parte. El cristianismo tiene que ser contemplado como un todo para poder ser apreciado en toda su gloria.
Por esto, la Navidad debe centrar toda nuestra atención sobre la excelencia de la Persona de nuestro Señor Jesucristo: ese ‘Dios-Hombre’ que por amor nos redimió en la cruz. El cristianismo es, entonces quedar cautivado por el Hijo de Dios encarnado para nuestra salvación, ya que ¡no hay ninguno como Él! Celebrar la Navidad es reconocer su impresionante singularidad, y precisamente por eso, poner toda nuestra confianza en Él. ¿Quién sino Él puede salvarnos?
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