El valor de la Biblia reside en el hecho de que nos enseña a plantear nuestras dudas a Dios mismo.
La inesperada y terrible pandemia del covid-19 ha hecho que algunos sucesos hayan pasado desapercibidos. Entre ellos está la muerte, el pasado 3 de febrero, del profesor y escritor George Steiner. Su desaparición me ha recordado la lectura de su libro, Nostalgia del Absoluto, cuando le dieron el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2001. En estos días he vuelto a releerlo, pero también he buscado bucear en su amplia obra escrita, particularmente en su testamento literario, un libro titulado Errata con este sugerente subtítulo: El examen de una vida.
La impresión que te queda al acercarte a un pensador de esta talla es que estamos ante un autor de primer magnitud. George Steiner puede ser calificado como el intelectual por antonomasia. Uno tiene la sensación, al leer y releer su obra, que sabía todo lo que podía saberse de cualquier cosa. Y es que este hijo de judíos vieneses, nacido en París en 1929, recibió una espléndida educación que le permitió ejercer una brillante carrera como profesor en Europa: en lugares como Oxford, Cambridge y Ginebra, pero también en Princeton, New Jersey, en los EE.UU. Era políglota, manejaba el francés, el alemán, el inglés, el italiano, el griego y el latín. Me encanta lo que dice sobre el valor de dominar varios idiomas. Me resulta delicioso y familiar que en su casa se empleasen varias lenguas, incluso a veces simultáneamente, comenzando la frase quizás, en alemán para terminarla en francés. Algo común también en España en los lugares donde se manejan los enriquecedores idiomas peninsulares. Me recuerda igualmente a nuestro querido Miguel de Unamuno y su querencia por dominar, por lo menos ¡todas las lenguas ibéricas! Un desiderátum para todo el que quisiera ser tenido por intelectual en la Piel de Toro, según sostenía el genial vasco. Conocer idiomas supone una ampliación de nuestra experiencia humana por medio de la aprehensión de la realidad con otro vocabulario. Steiner tenía un especial interés por la educación, por transmitir el amor por el saber a los alumnos, por despertar en ellos la curiosidad por todo, la clave del aprendizaje, y como parte integral de una vida plena. Véanse sino sus diálogos con Céline Ladjali recogidos en Elogio de la Transmisión. Valoraba la cultura del esfuerzo, que es amor por el prójimo, pues es esencial para poder ayudar a otros. Su inagotable sed intelectual le llevó a interesarse por otras muchas especialidades. Nada humano le era ajeno. Por ello, es imposible hacer justicia a una obra de tantas y tan variadas dimensiones, y que no deja de interpelarnos sobre nuestra comprensión de la realidad, enriqueciéndola de múltiples modos.
[destacate]Steiner palpa que ni siquiera nuestra espléndida tecnología o ciencia puede explicar cabalmente el misterio de lo que somos.[/destacate]La tesis central de su Nostalgia del Absoluto se puede resumir con una de las frases más célebres del gran autor británico G. K. Chesterton: ”Cuando se deja de creer en Dios, no es que no se crea en nada, es que se puede creer en cualquier cosa”. En esta obra, Steiner afirma que: “la gradual erosión de la religión organizada y de la teología sistemática, especialmente de la religión cristiana en Occidente, nos ha dejado con una profunda e inquietante nostalgia del Absoluto”. Me encanta este expresión nostalgia del absoluto, pues retrata a nuestro tiempo, con su incesante búsqueda de significado y valor, para colmar ese sentido de vacío que nos caracteriza, aunque intentemos disimularlo con múltiples máscaras y disfraces. Steiner se interesa por desentrañar esta consciencia de orfandad que aflige al hombre actual. Observa sagazmente que este hueco ha pretendido ser llenado por lo que considera grandes construcciones racionales, entre las que menciona al marxismo, la psicología freudiana, y la antropología de Claude Lévi-Strauss. Pero también se hace eco de supersticiones como la astrología, la obsesión por los ovnis, el ocultismo, o el orientalismo, de los que fueron apóstoles destacados los Beatles de los que se cumplen ahora 50 años de su ruptura. Y es que como decía Goya, el sueño de la razón produce monstruos. Steiner rechaza todos estos cul de sac o callejones sin salida, como inviables, incapaces de llenar ese agujero interior. Pero, se plantea si no será la ciencia la respuesta a todos nuestros interrogantes. Si ese vacío no podrá ser rellenado con otro enorme edificio racional, el desarrollo científico. La ciencia moderna, cuyos orígenes son cristianos, y cuyo impulso más decisivo para lo que ha llegado a ser hoy, viene de la Reforma Protestante del siglo XVI. Algunos la quieren erigir como pontífice supremo sobre lo que debe ser la única realidad que estamos obligados a reconocer. Steiner es, paradójicamente, con toda su experiencia y bagaje existencial, el que palpa que ni siquiera nuestra espléndida tecnología o ciencia aplicada, puede explicar cabalmente el misterio de lo que somos. Se pregunta: “¿puede la ciencia saciar la nostalgia, el hambre de absoluto?”. La ciencia como medida de toda realidad, sería un puro reduccionismo. Y es que, como afirmó otro pensador francés, el gran Pascal: “el corazón tiene razones que la razón ignora”. En Errata Steiner repasa su fascinante vida, recalando en algunos de los momentos más significativos de la misma. Uno de ellos es su relación con el controvertido filósofo francés Pierre Boutang. Sobre la misma se extiende bastante, pero la siguiente confesión es muy reveladora: “Dialécticamente divididos, los dos intuimos que la cuestión de la existencia, de la posibilidad de concebir o negar a Dios, sea cual sea el modo en el que uno se aproxime a ella, garantiza la seriedad de la mente y del espíritu. Que es, en última instancia, el continuum, el significado del significado bajo el milagro primordial del lenguaje, del arte, de la música y de la filosofía”. Vemos como para Steiner la cuestión de Dios se plantea en torno a las sorprendentes creaciones humanas, en particular los idiomas y las palabras. Y es que la obra de Steiner es, entre otras muchas, una extendida reflexión sobre la magia de los idiomas, ¡la belleza del subjuntivo! o ¡la sorpresa de que exista un tiempo verbal que se refiera al futuro! Lo que Steiner llama en otro de sus mejores libros, las Gramáticas de la Creación.[ads_fb]
[destacate]El Dios de las Escrituras es un Dios relacional y personal, por eso contesta a nuestros interrogantes.[/destacate]Y por eso, la nostalgia del Absoluto en Steiner, que es en realidad, nostalgia de Dios, se desvela en nuestro autor en la fascinación por las palabras. En este sentido, la obra de Steiner está llena de interrogantes. Y es por eso que ha notado que: “La Biblia es el libro que más preguntas plantea”. El desasosiego de nuestros corazones se expresa en nuestras incesantes cuestiones sobre la vida misma y sus misterios. En este sentido, el valor de la Biblia reside en el hecho de que nos enseña a plantear nuestras dudas a Dios mismo, como hicieron, por ejemplo, Job, los salmistas o Habacuc. Es decir, la Biblia nos enseña a hablar con Dios. Las Escrituras nos animan a interpelar a Dios, a venir a su presencia con nuestras palabras y preguntas. Pero también nos invita, al mismo tiempo, a escuchar las respuestas de Dios que se encuentran en esa misma Biblia. Podemos, pues, interpelar a Dios, y esperar una respuesta suya. Y es que el Dios de las Escrituras es un Dios personal y relacional, por eso contesta a nuestros interrogantes. Y lo hace con palabras, en su revelación de sí mismo que es la Biblia, y por su Palabra. Y es que Jesucristo es la Palabra eterna de Dios que se encarnó, para, entre otras muchas cosas, poder así también hablarnos. Y es que la gloria de Dios aparece en la Palabra hecha carne. Por eso, escuchar al Señor Jesucristo en la Biblia es una experiencia única, transformadora, pues ¡ningún hombre ha hablado como El!
La obra de Steiner nos parece tan humana y significativa precisamente por todas las preguntas que contiene. Como hace Steiner, no dejes de plantearte los interrogantes de la vida. No los sofoques. Pero trae delante de Dios todas tus dudas. El nos atiende. Pero, al mismo tiempo, tienes que estar dispuesto a escucharle. Como humanos, nuestra nostalgia de Dios solo puede ser aliviada al escuchar su voz. Jesús dijo que algunos oirán su voz, y así por medio de la revelación de su Persona, en sus palabras, vendrán a conocerle, y se harán sus discípulos. Pero, ¿donde reside el encanto de sus palabras? La respuesta la dio ya uno de sus seguidores: “Señor ¿a quién iremos? solo tu tienes palabras de vida eterna”, Juan 6.68. No hay palabras que ofrezcan tanto. Sus palabras son inigualables. Si el enigma de la existencia humana reside en el encanto de las palabras, recuerda que su resolución solo puede estar en la Palabra humanada, el Señor Jesucristo. El mismo dijo: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán”, Juan 5.24,25.No hay palabras tan eficaces como las de Jesucristo, que otorguen significado y seguridad ¿Oirás sus palabras?
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