Podemos relacionarnos con Dios tal y como somos, sin aspavientos superfluos que se desvanezcan al salir del templo.
No podemos negar que a lo largo de los siglos hemos adquirido conductas que para nada tienen que ver con las que encontramos en los evangelios y menos en la persona de Jesús. Algunos de esos hábitos son:
Verborrea repetitiva y cansina incluidos gritos de júbilo que segundos después quedan en nada.
Alabanzas ruidosas y exaltadas con finalidad hueca.
Sollozos y golpes de pecho en los que no aparecen lágrimas.
Espasmos y otras alteraciones físicas.
Aplausos constantes sin motivo alguno.
Amenes que en la mayoría de los casos se exclaman sin ton ni son.
Caídas.
Desmayos.
Expulsión en nombre de Dios de emociones naturales como la tristeza, el dolor, la añoranza.
Proclamación de curaciones falsas que no pueden sanan los hospitales.
Profecías a troche y moche que no llegan a cumplirse.
Con todos mis respetos confieso que no encuentro nada de lo mencionado en los evangelios, no lo encuentro en las costumbres de los seguidores del tiempo de Jesús. Los que caminaban con él, los que le seguían a todas partes no aprendieron estas conductas. Las enseñanzas del Maestro no alientan a actuar así. Esto me hace pensar en la evolución tanto del lenguaje corporal como verbal de nuestro tiempo y me pregunto si es indispensable.
Observo en los textos bíblicos que quienes rodeaban al Señor se dirigían a él como al resto de los mortales. Jesús hacía lo mismo con ellos. Hablo de los que tuvieron el privilegio de escucharle de cerca ya fuese en privado o en público, de los que pudieron tocarle, comer y beber con él. No practicaban el rancio misticismo actual de algunas congregaciones. No se distanciaban de la realidad de sus días, de los temas normales de la vida. Reaccionaban de manera natural.
En algunos lugares de culto hemos adquirido un estilo diferente que ha provocado un cambio extraño en el comportamiento de los que seguimos al Señor de manera que, los que no actúan así, son calificados de mundanos. Pienso, esa es mi opinión, que podemos relacionarnos con Dios tal y como somos, sin aspavientos superfluos que se desvanezcan al salir del templo, sin que eso pueda considerarse una falta de respeto al Creador.
Lo que comento hoy se parece a lo que se perfilaba en algunas conductas poco ortodoxas y desagradables a Dios nombradas en el Antiguo Testamento, libro del profeta Amós capítulo 5, 21-24. Su mensaje podría adaptarse a nuestro tiempo.
Odio y desprecio las fiestas religiosas que vosotros celebráis;
me disgustan vuestras reuniones solemnes.
No quiero los holocaustos que ofrecéis en mi honor
ni vuestras ofrendas de cereales;
no aceptaré los gordos becerros
de vuestros sacrificios de reconciliación.
¡Alejad de mí el ruido de vuestros cantos!
¡No quiero oír el sonido de vuestras arpas!
Pero que fluya como agua la justicia,
y la honradez como un manantial inagotable.
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