Cualquier cosa que no es buena, que destruye nuestra relación con Dios, que nos enfrenta con los demás o que nos "mata" interiormente, es pecado.
Pato, el conocido delantero del A.C. Milán, fue fichado por el equipo italiano cuando tenía solo 17 años. Después de crecer como jugador, llegó a ser uno de los fijos en la selección de Brasil. Cuando tenía diez años se rompió un brazo y los médicos descubrieron que la rotura, que no era limpia, podía ser realmente peligrosa, así que decidieron operarle. Tuvo que estar tres meses escayolado sin poder jugar al fútbol... pero a veces se ponía una camiseta de manga larga para esconder el yeso y poder jugar con sus amigos.
A veces queremos ocultar algunas cosas. Aún con el riesgo que corría su salud, el caso de nuestro amigo no deja de ser una pequeña travesura que hace sonreír. El problema comienza cuando queremos que no se sepa algo realmente grave.
Todos sabemos lo que es el pecado: a pesar de que muchos quieran ocultarlo cambiando su nombre, o inventando palabras que suenen mejor, no necesitamos pasar mucho tiempo explicando que cualquier cosa que no es buena destruye nuestra relación con Dios, nos enfrenta con los demás o nos "mata" interiormente, es pecado. Y el pecado siempre tiene consecuencias, aunque queramos ocultarlo.
Precisamente esas situaciones más peligrosas son las que queremos ignorar o silenciar. El pecado secreto, el que nadie ha detectado y nadie conoce sino nosotros, es nuestro mayor problema, porque siempre termina derrotándonos. Nada es tan terrible como un cáncer que no sabemos que existe y que poco a poco va destruyendo nuestra salud. Lo mismo ocurre en nuestra vida espiritual: cuando no le prestamos atención a los vicios secretos (¡o incluso vivimos ocultándolos!), terminan por vencernos.
Los pecados secretos destruyeron a muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia. Los mismos vencieron también a muchos otros cuyas historias encontramos en las páginas de la Biblia. Es curioso cómo, a veces, incluso los demás saben que alguno de esos pecados nos está venciendo, pero nosotros seguimos aparentando como si nada ocurriese: un poco de orgullo, arrogancia, envidia, avaricia, hablar mal de otros, un pequeño «vicio»... cosas aparentemente pequeñas y que no llaman la atención, pero que siempre nos hacen daño. Hay personas que piensan incluso que no le hacen mal a nadie, sin darse cuenta que los principales perjudicados son ellos mismos.
Otras veces, los pecados secretos tienen que ver con sustancias que consumimos y que quizás nadie sabe que es así. Pecados secretos son también cosas que hacemos en lo más oscuro de la soledad. Es hora de ser valientes y enfrentar esas costumbres. Este es el momento de ponerse en las manos de Dios y dejar que él haga lo que quiera para limpiar y restaurar nuestra vida. Si no lo hacemos, la propia vida se nos escapará poco a poco. Esa era la experiencia del salmista: «Mi vida se gasta en tristeza, y mis años en suspiros; mis fuerzas se agotan a causa de mi iniquidad, y se ha consumido mi cuerpo» (Salmo 31:10).
Si no somos capaces de reaccionar, no importa quiénes seamos o las fuerzas que creamos tener, nuestro cuerpo va a terminar consumiéndose. Los pecados secretos agotan nuestra vida.
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