En la Biblia se nos habla de una situación primigenia de la tierra en donde los hombres todos se entendían entre sí. La expresión de Dios con respecto a los habitantes de la tierra fue:
“He aquí el pueblo es uno”. Parecía que había una total comunicación entre todos los habitantes del mundo, pero esa comunión cósmica entre los hombres de la tierra duró poco. Los hombres se enorgullecieron y quisieron tocar el cielo, hacerse un nombre:
“Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre…”. Esa torre, en lugar de alcanzar el cielo, llegó a ser el símbolo de la confusión, de la dispersión de los hombres, de la desunión, del desentendimiento, de la incomunicación… Tuvieron que dispersarse cada uno según su lengua formando espacios de incomunicación.
Babel es el icono bíblico de una multiculturalidad negativa en la que nadie se entendía y tuvieron que formar ghetos de incomunicación. La comunión de los hombres de la tierra fue rota.
Hubo que esperar a Pentecostés. La incomunicación fundamentada en las diferentes lenguas que crearon diferentes identidades, se rompió. No tenía que haber incomunicación entre los hombres por motivo de raza o de lengua. El hecho de que hubiera distintas lenguas no debería ser un motivo de falta de comunión entre los hombres. Se necesitaba el diálogo entre la diversidad, entre las culturas, las razas y los pueblos. Había Que buscar el multiforme rostro de Dios, el multiforme rostro del hermano, del prójimo. A todos los que estaban allí reunidos juntos el día de Pentecostés,
“se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”. La confusión de las lenguas de la torre de Babel quedaba destruida. Si Babel era el icono bíblico de la incomunicación, de la falta de diálogo y de la confusión entre los hombres por razones identitarias de lengua, Pentecostés, con sus lenguas “como de fuego”, es el icono del entendimiento en la diversidad, de la vuelta a la comunión. Las lenguas no eran problema. Había que buscar al hermano en su diversidad, ver la multiforme gracia de Dios en el rostro y la lengua del diferente, del otro, del nuevo ciudadano. Se había eliminado la barrera del lenguaje y, además, la barrera de la etnia, de la nacionalidad, de la cultura. Era necesaria una comunión cósmica entre los hombres que, en el fondo, resultaba comunión con el Creador.
Si Babel es el icono de la dispersión, Pentecostés, con sus lenguas, es el de la unión de los hombres de diferentes culturas, del diálogo intercultural, no de un multiculturalismo negativo que crea ghetos de incomunicación, sino de una interculturalidad al estilo que hoy debemos de buscar en nuestras ciudades en donde, a través del flujo de personas migrantes de todos los países del mundo, se han convertido en un marco en donde todas las culturas de la tierra, todas las razas, todas las etnias y todas las religiones se dan cita.
En el rostro de tantos hermanos vemos el rostro de Dios en forma multiforme que nos llama a la comunión y a la unión. El mundo entero se mueve entre nosotros. También de nosotros depende el que nuestras sociedades sean una Babel de confusión, tendentes a una dispersión en departamentos estancos e incomunicados, o que el icono de Babel sea hecho pedazos y dé lugar al icono del nuevo Pentecostés, comunicación entendible. Ni la lengua ni el lugar de nacimiento eran un problema.
Jerusalén no era muy diferente de nuestras ciudades llamadas a la interculturalidad, al diálogo entre las culturas. Se dice en el episodio de Pentecostés que en Jerusalén moraban “de todas las naciones bajo el cielo”, pero cuando aparecieron las lenguas repartidas, como de fuego, Jerusalén se convierte en el icono de la comunicación entre los hombres. Ya no hay barreras de lenguas ni de culturas… todos estaban maravillados. El milagro hizo que el mundo se reestructurara y que el icono bíblico de la torre de Babel, símbolo de la confusión, de la dispersión o del apartheid, fuera destruido. Las lenguas de fuego de Pentecostés quemaron sus restos o vestigios. En el mundo debe de haber diálogo y comunión. Relaciones interculturales, acogida.
Hoy, con la inmigración, con las migraciones internacionales de la aldea global, hemos de rescatar de nuevo el icono de Pentecostés. Lenguas como de fuego que eliminen el desencuentro. Las diferentes lenguas, las diferencias culturales, deben converger dando lugar al encuentro y al diálogo entre la diversidad de la creación. Ya no debe haber más confusión. No debe haber prepotencias de unas culturas sobre otras, no debe haber barreras de razas entre los pueblos. La raza humana está por encima de cualquier tipo de separación que rompe la comunión cósmica. En nuestras ciudades se produce un encuentro que debe ser un nuevo Pentecostés. El multiforme rostro de Dios se nos muestra en los rostros de los diferentes entre los que estamos nosotros. Todos diferentes, todos iguales. Un encuentro de entendimiento entre los pueblos del planeta tierra, una convivencia que nos une respetando la diversidad. Entre todos, juntos, debemos ir redescubriendo cuáles son los auténticos valores de la raza humana. Diversos todos, pero en diálogo intercultural. Todos nos entendemos. No hay incomunicación, porque todos nuestros valores se viven en la diversidad, pero con un mismo enraizamiento: la dignidad humana que dimana del hecho de ser criaturas del mismo Dios y Padre. Hay que ir construyendo el camino del respeto mutuo, de la posibilidad del diálogo y la convivencia en la diversidad, de la igualdad en el trato justo, la igualdad de oportunidades para el estudio y el empleo, la igualdad en cuanto los salarios… la no discriminación entre los hombres por motivos de lengua o de raza. En todos se refleja la faz del Creador.
Es posible que sean las migraciones las que hagan despertar el icono de Pentecostés en nuestras ciudades, en nuestros ambientes, en nuestros pueblos. Es posible que sean las migraciones las que nos vayan abriendo horizontes de paz y de comunicación, horizontes de diálogo en plan de igualdad entre todas las culturas y lenguas. Si fallamos en esto, quizás, como cristianos, estemos intentando tocar el cielo y hacernos un nombre en lo más alto, pero lo que estaremos haciendo es construir una nueva Torre de Babel, un nuevo lugar de confusión y de separación entre todos los hombres del planeta tierra. Aprovechemos la gran oportunidad que nos dan hoy, como países de acogida, las migraciones internacionales. Quizás sea ésta la bendición que Dios quiere darnos en un nuevo Pentecostés. Señor, que se esparzan sobre nosotros esas lenguas, como de fuego, y nos hermanen bajo tus alas.
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