Sin amor a Dios, no puede haber auténtico amor al prójimo. Sería un amor que dependería solamente de las fuerzas humanas sin el apoyo que nos da el amor a Dios para entender el amor al prójimo.
Pues sí, hay cierto paralelismo entre el amor y la justicia. Hay dos dimensiones del amor y dos dimensiones de la justicia: una vertical y otra horizontal. Dios y el prójimo. Dos dimensiones coimplicadas e imposibles de separar y que, si las separamos, es solamente para efectos didácticos, para entendernos.
Una de estas dimensiones, está en relación con el Creador. Hay que amar a Dios sobre todas las cosas, pero quedarse ahí sin extender la visión bíblica, podría ser una miopía espiritual. Hay otra dimensión que está en relación con el hombre, con el prójimo. Dimensiones coimplicadas, imposibles de separar como ocurre con las dos caras de una misma moneda. Sin amor a Dios, no puede haber auténtico amor al hombre. Éste quedaría reducido a un humanismo que, incluso, podría ser ateo. Sería un amor que dependería solamente de las fuerzas humanas sin el apoyo que nos da el amor a Dios para entender el amor al hombre, al prójimo.
La justicia también tiene una doble dimensión. Por una parte, está la justicia de Dios para con el hombre pecador que se arrepiente. Esa justicia funciona como una justicia misericordiosa que nos salva y nos libera en nuestro aquí y nuestro ahora, pero también, de forma trascendente, para la eternidad. Solamente el Señor puede justificarnos, gracias a que Dios murió en nuestro lugar y es nuestro abogado que nos defiende para que todo aquel que cree en Él tenga vida eterna.
Sin embargo, hay que buscar su elemento coimplicado. Esta justicia tiene necesariamente otra vertiente, sin la cual tampoco se daría la primera. Es una consecuencia natural de la anterior, y si, realmente, hemos sido justificados, no tenemos otro remedio que ejercer una búsqueda de justicia para nuestro prójimo que ha sido injustamente maltratado y tirado al margen de los caminos de la vida. La relación es ésta: Dios nos justifica, nos hace justicia a través de su Hijo, para que nosotros también seamos capaces de buscar y hacer justicia al prójimo que, en un momento dado, nos necesita. Un tema bíblico básico.
Así, bíblicamente, hay dos amores coimplicados e, igualmente, hay dos formas de hacer justicia que deben estar también coimplicadas, No se da el uno sin el otro, así como tampoco se da la una sin la otra. Dios no puede justificar a aquel que no es capaz de hacer justicia con su hermano, ni tampoco Dios puede amar a aquel que es incapaz de amar a su prójimo. Por eso, al igual que se dice que el que dice que ama a Dios y aborrece a su hermano es mentiroso, también se podría decir que el que dice que Dios ha practicado con él una justicia misericordiosa, pero es incapaz y no desea trabajar por la justicia contra el prójimo apaleado, también entra en el campo de la mentira.
Así, de alguna manera, amor y justicia caminan juntos. Hay muchas realidades espirituales coimplicadas. Por eso, un amor de Dios que nos libera y dignifica, tiene que tener, necesariamente en nosotros, un amor al prójimo que es una respuesta al amor de Dios en nuestra vida. Una justicia de Dios que nos justifica, que nos cubre con una justicia misericordiosa, tiene que tener, como consecuencia lógica, la respuesta de una búsqueda de justicia, un hacer justicia o clamar por justicia a favor de nuestro prójimo apaleado y tirado a los lados del camino.
Así, tienen que haber una justicia en respuesta a la justificación que Dios nos da, y un amor respuesta al amor con el que Dios nos ha amado. El hombre que no es justo para con su prójimo, ni busca justicia para él, sería una prueba de que él tampoco ha aceptado la justicia de Dios en su vida, la justificación posible solamente a través del sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario. El hombre que ha sido justificado, también debe buscar justicia para su prójimo robado y herido, sufriente o maltratado. Lo otro, el dar la espalda al dolor del prójimo sin practicar ningún tipo de denuncia en pro de hacer justicia, puede ser una mentira, al igual que el que dice que ama a Dios y aborrece a su hermano es mentiroso.
Así, si creemos que Dios está ahí haciendo justicia con su pueblo, practicando un amor sin límites para con los que le siguen, la respuesta debe ser clara por parte de la iglesia, por parte del creyente, por parte de todos los creyentes del mundo. Eso era el ejemplo profético. Querían buscar justicia para los oprimidos, los débiles, los abusados, los desamparados, los humillados, los huérfanos, las viudas y los extranjeros, estos tres últimos como los prototipos de las personas débiles y marginadas de nuestro mundo de los cuales se puede abusar fácilmente. Así, el creyente amado y justificado, tiene que ser, de alguna manera, las manos y los pies del Señor que transportan amor y buscan justicia para todos los prójimos apaleados del mundo.
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