Ananías y Safira decidieron vender sus bienes y entregar el precio de la venta a los apóstoles, aunque engañándoles en la cuantía.
Estamos en la edad de oro de la Iglesia primitiva. La primera parte del capítulo cinco en el libro de los Hechos, escrito por Lucas, nos muestra que incluso en aquellos limpios y bienaventurados años la Iglesia tenía sus sombras, la negrura interior de algunos de sus miembros. Como comunidad, la Iglesia era “de un corazón y un alma y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (4:32).
Este es el auténtico comunismo, no el de Lenin, Marx, Stalin y otros.
En aquellos felices tiempos no había entre los miembros de la comunidad “ningún necesitado, porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían y traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”.
El espíritu de unión que había en la Iglesia de entonces actuaba tan activamente que los ricos no consideraban propio lo que tenían. Todos vendían y entregaban a los apóstoles el precio de la venta.
Lucas pone como ejemplo a Bernabé, también llamado José. Había nacido en Chipre, pero era levita. En el libro de los Hechos se le menciona como hombre célebre por su relación con el apóstol Pablo. Este hombre, como tenía una heredad, la vendió “y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles”.
Tal vez fuera este detalle lo que impulsó la imitación de un matrimonio llamado Ananías y ella Safira.
El episodio que protagonizaron puede ser considerado como el reverso del vivido por Bernabé. Revela también la autoridad e influencia de los apóstoles, y sobre todo el destacado papel que protagonizó Pedro.
Pensando tal vez en imitar a Bernabé, Ananías y Safira decidieron vender sus bienes y entregar el precio de la venta a los apóstoles, aunque engañándoles en la cuantía.
Enterado, el apóstol Pedro llama a Ananías y le reprocha su conducta. Le dice que el campo era de ellos, podían venderlo si querían o no. Tampoco estaban obligados a entregar toda la cantidad. El mal estaba en la mentira, en el engaño, dando a entender que la habían vendido en un importe menor, entregando sólo una parte y reteniendo para si la otra.
Pedro le hecha en cara su engaño. Utiliza expresiones muy duras, que desde antiguo han llamado la atención de los comentaristas del libro: “Engañar al Espíritu Santo”, “tentarle”, “mentir a Dios”. Algunos de los llamados padres de la Iglesia, expositores de la Biblia durante los cinco primeros siglos, como Irineo y san Juan Crisóstomo, creen que Ananías había hecho voto de entregar a la Iglesia todos los bienes y al retener parte del precio se hacía reo no sólo de mentira, también de sacrilegio. En palabras de Pedro, Satanás había llenado su corazón, como en el caso de Judas. Ananías no había mentido a los hombres, sino a Dios.
El castigo fue inmediato y fulminante. Cuando Pedro hubo terminado de hablar Ananías cayó al suelo y expiró. Unos jóvenes, tal vez ya aleccionados, lo envolvieron y lo sepultaron.
Aquí entra Safira, la ya viuda.
Tres horas después de la muerte del marido llega a la sala donde estaba Pedro, sin saber que el esposo yacía muerto. Pedro la interroga y pronuncia su muerte. Al instante ella cae a los pies del apóstol y expira. Los jóvenes enterradores la sacaron y la sepultaron junto a su marido.
¿Cómo se explica el delito de Safira? Al parecer ella no mintió cuando fue interrogada, pero confirmó la mentira del marido. Es posible que lo hiciera obligada por el vínculo matrimonial. Una mujer judía de hace veintiún siglos no podía desmentir al marido bajo ningún concepto. ¿Estuvo justificada su muerte?
Tampoco sabemos si Safira practicaba la religión judía. En tanto que el nombre de su marido era hebreo, el de ella era griego, Safiro. De no haber sido judía, ¿era igualmente responsable ante líderes cristianos?
Pedro dice a Ananías que Satanás había llenado su corazón induciéndole al engaño, pero no dice lo mismo de Safira. ¿La discriminó el diablo por ser mujer? ¿Sería menos responsable que el marido? ¿Estaba Safira integrada en la comunidad cristiana a la que pertenecía Ananías?
Se ha escrito que el grave castigo impuesto a los dos esposos debía contribuir a acrecentar el respeto debido a la Iglesia y a mantener la disciplina. Hasta entonces, ¿ningún miembro de la Iglesia faltó al respeto? ¿Ninguno quebrantó la disciplina? Y si lo hicieron, ¿lo mataron? ¿No parece excesivo matar a dos personas sólo por una mentira? Si se quería dar ejemplo podían haber matado sólo a Ananías, que preparó todo el montaje, pero por qué a Safira, cuando sólo era lo que se esperaba de una mujer en aquella época, que siguiera a su marido en todo. Nada se dice de Pedro que escuchara a la mujer antes de sentenciarla, ¿por qué no le dio la oportunidad de defenderse? Y después de aquel escarmiento ¿se acabaron los mentirosos en la Iglesia o los siguieron matando?
He escrito que a Ananías se le atribuye haber mentido a Dios porque le había hecho un voto o promesa que no cumplió. ¿También Safira hizo voto a Dios? Lo más probable es que no, bastaba con el del marido. ¿Por qué no le permitieron hablar y explicarse? Porque no se dice de ella que mintiera, si acaso confirmó la mentira del marido.
Cuando Ananías hizo entrega de la supuesta venta fraudulenta, Safira no lo acompañaba. Al ser llamada por Pedro no sabía lo que estaba ocurriendo. Acudió ignorante a la sala donde se estaba desarrollando el juicio y bruscamente fue enfrentada por el apóstol con una grave acusación que conllevaba la pena de muerte. Un tribunal imparcial ¿aceptaría este proceder? ¿Ni siquiera había un abogado de oficio que la defendiera?
Ningún autor consultado me ha aclarado la muerte de Safira. ¿Cómo se produjo? ¿Sólo porque Pedro le dijera “te vas a morir” cayó muerta? Aquí nadie me va a descalificar al plantear si el apóstol Pedro, en aquellos momentos, poseía poderes taumatúrgicos, manejo de lo sobrenatural, capacidad para realizar maravillas, prodigios, hechos de carácter sobrenatural que sobrepasa la capacidad natural humana. Es lo que parece.
Al margen de lo que aconteció a Ananías y Safira, en el capítulo cinco de Hechos encontramos por primera vez el término Iglesia para designar a la comunidad cristiana: “Vino gran temor sobre toda la Iglesia”. En adelante el término se hará frecuente, sea en sentido universal o local.
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