Este icono de la postguerra está sufriendo ahora una fuerte revisión crítica, por la que parece que se equivocó en casi todo.
Hace ahora cuarenta años de la muerte del filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre (1905-1980). La vida de este pensador está marcada por su compromiso político, pero fue autor también de novelas como La náusea u obras de teatro como Las manos sucias, que le valieron en 1964 el Nobel de Literatura, que rechazó en una de sus muchas provocaciones. Este icono de la postguerra está sufriendo ahora una fuerte revisión crítica, por la que parece que se equivocó en casi todo. Su obra es sin embargo de una honestidad desarmante.
Sartre representa la figura del intelectual por excelencia. Un hombre capaz de pensar en todo y saber de todo. No había nada de lo que no quisiera tener una opinión. Le interesaba el cine, el jazz, las mujeres y las drogas. Tan lleno de contradicciones como de posturas vergonzosas. Fue estudiante en Berlín durante los años treinta, pero no se dio cuenta del peligro del nazismo. Durante la ocupación, su postura es más bien cómoda, apoyando muy tardíamente la resistencia. Y en los años cincuenta se convierte en defensor de la URSS, precisamente cuando estaba en plena dictadura estalinista.
A raíz de la guerra de Argelia, su postura se va radicalizando todavía más. Sartre se hace maoísta en el París del 68 y exalta el terrorismo, sea de las Panteras Negras o de ETA. Lo mismo defiende a los palestinos, que abraza la causa israelí durante la guerra del Yom Kippur. Si es humano equivocarse, no hay duda que la humanidad de Sastre se muestra constantemente, ya que parece que nunca deja de equivocarse. Supongo que en el fondo, todas estas contradicciones no son sino la expresión máxima de una filosofía centrada en nuestra libertad de elección, que varía en cada circunstancia o momento histórico.
[photo_footer]Sartre fue reconocido con el Nobel de Literatura en 1964, que rechazó.[/photo_footer]
Sartre cree que no estamos determinados por nuestro pasado, nuestra naturaleza o nuestra cultura. Tenemos la libertad de hacernos un futuro por medio de nuestras elecciones, sean estos aciertos o disparates. Eso es ‘lo que eres, tu vida y nada más’, dice en la obra de teatro A puerta cerrada (1944). En ella nos muestra a tres personajes encerrados en una habitación, que no es sino el mismo infierno. Dos mujeres y un hombre son condenados a estar juntos en un espacio cerrado, que al principio no parece amenazar tormento alguno. Los tres llegan con pretensiones acerca de su pasado, pero a lo largo de todo ese tiempo sin dormir, todos sus secretos salen a la luz...
El hombre pretendía ser un héroe de la revolución. En realidad murió en un accidente de tren, cuando intentaba escapar de los camaradas que había traicionado. Las mujeres esconden vidas todavía más sórdidas, pero en la intimidad forzada de esa habitación ya no pueden esconder, ni cambiar nada. Es de ahí de donde viene la famosa frase: ‘El infierno son los otros’. La imagen bíblica del infierno es todavía más terrible. Ya que el juicio eterno no será simplemente mostrar nuestros pecados a los ojos de los otros, sino ante la mirada del mismo Dios. Sin embargo Sartre nos recuerda que desesperadamente necesitamos esperanza…
[photo_footer]En esta obra nos muestra a tres personajes encerrados en una habitación, que no es sino el mismo infierno.[/photo_footer]
¿Quién quiere decir que eso es su vida, lo que hemos sido y no lo que esperamos ser? El apóstol escribió una carta de esperanza, su primera epístola, pero no una esperanza vaga, como las nuestras. Nosotros decimos que esperamos algo, pero lo que queremos decir es que lo deseamos. No es una esperanza segura. Pero Pedro escribe de una esperanza cierta, que mantiene ante el futuro, porque se basa en algo pasado.
Pedro espera la salvación de Dios del pecado y de la muerte. Pero su esperanza es segura, porque Dios ha logrado su salvación ‘por la resurrección de Jesucristo de los muertos’ (1 P. 1:3). Eso fue lo que cambió la vida de Pedro. Cuando Jesús murió en la cruz, era el fin de la esperanza de Pedro. No conocía más que la amarga tristeza de haber negado a quien amaba, una y otra vez. Aquel amanecer no podía traer esperanza alguna, porque el canto del gallo no traía más que el eco de sus maldiciones...
La esperanza renació en el corazón de Pedro, cuando vio de nuevo al Señor con vida. Ahora Pedro puede alabar a Dios por esa ‘esperanza viva’. ¡Su esperanza está en Jesús! Ya que la resurrección de Cristo nos da esperanza, no sólo porque Él vive, sino porque por la misericordia de Dios, nosotros también vivimos. Dios le ha dado vida, no sólo a Él, sino también a nosotros. Él nos hace así ‘renacer para una esperanza viva’. Nos adopta por la resurrección de su Hijo. Y en su triunfo, hace todas las cosas nuevas, empezando por nosotros mismos.
[photo_footer]Mural a Sartre en Armenia.[/photo_footer]
El medio de este nuevo nacimiento no es, en primer lugar el mensaje, sino el hecho de la resurrección. Cuando Cristo resucitó, aseguró nuestra salvación. Ya que al dar vida a Cristo, Dios nos da también vida, a todos aquellos que estamos unidos a Cristo. Cristo no hace por lo tanto la salvación posible, sino segura. Ya que nuestra esperanza está anclada en el pasado: ¡Jesús resucitó! Esa esperanza se mantiene viva, porque ¡Él vive! Y es completada en el futuro, porque ¡Él viene! (1 P. 1:5, 7, 13). Es por eso, que por su gracia esperamos ser, más de lo que hemos sido y somos ahora: ¡lo que todavía hemos de ser en Cristo Jesús! Esa es verdadera esperanza…
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