Quizás, fuera de la utopía, estamos condenados a un materialismo más o menos burdo, al comamos y bebamos que mañana moriremos.
La utopía, independiente de que podamos conseguir o no ciertos valores que parecen inalcanzables, puede ser el motor que nos mantiene en marcha prosiguiendo al blanco, a la meta. Los cristianos no nos debemos limitar a actuar y avanzar en la lucha por la justicia, guiados solamente por valores temporales a corto plazo, por valores materialistas que se ven como alcanzables, que parece que se pueden tocar y conseguir, renunciando a aquellos valores que rayan en la utopía, en el alcance de la justicia para todos en un mundo injusto, el llegar realmente al amor a los enemigos y a ser buenos prójimos capaces de dar lo mejor, hasta la vida por los demás.
Podrán ser utopías que, quizás, no alcanzaremos en plenitud en esta vida, pero son el motor que nos mantiene en marcha logrando consecuciones que nos acercan cada vez más a los valores del Reino, esos valores que proclaman que los últimos pueden ser los primeros y que, también, los trabajadores más débiles, desempleados e injustamente tratados, podrán entrar a trabajar en la viña, ser pagados los primeros y con la misma remuneración que los fuertes e integrados en el sistema mundo.
Fuera de la visión utópica, nuestra visión queda reducida al cortoplacismo, a lo factible sin grandes esfuerzos, a un presente realista según los parámetros injustos del mundo, a intentar conseguir de esa justicia de la que hablamos, solamente algunos mordiscos furtivos que, a largo plazo, quedan reducidos a la inoperancia. Hay que ser utópicos, mirar lejos, en la lontananza eterna de los valores del Reino, de la utopía del reino de los cielos. Quizás, fuera de la utopía, estamos condenados a un materialismo más o menos burdo, al comamos y bebamos que mañana moriremos.
¿Deberíamos caminar en la utopía que busque soluciones justas universales contemplando unas perspectivas de un mundo mejor, un mundo en el que los valores negativos de la codicia, la corrupción, la opresión y el gran escándalo de la pobreza puedan ser vencidos y que, esos contravalores bíblicos que no entienden de utopías de futuro salten hechos pedazos?
Quizás, el cristianismo sea todo un movimiento y una creencia realista confiando en el Dios de la fuerza, del poder y de la misericordia, pero, mientras estemos en este mundo y recurriendo al “todavía no” del Reino del que hablan los teólogos, deberíamos sumergirnos en la utopía que no nos deje parar en el trabajo y la lucha por lo justo, por lo bueno y por aquello que se muestre como solidario y capaz de cambiar el mundo. Si no somos capaces de llegar a la meta total de nuestra utopía, lo importante es dar pasos que nos acerquen a ella. Ya llegará la plenitud del Reino.
Las personas que caminan sobre la utopía como motor que nos arrastra hacia la meta, son aquellas que confían en las posibilidades del hombre, en la igualdad entre todos ellos, la posibilidad de cambiar el mundo, de liberar oprimidos y a los injustamente tratados, basados en el mismísimo programa de Jesús mismo cuando hizo suyas las palabras del profeta Isaías que encontramos en el Evangelio de Lucas: “El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a pregonar el año agradable del Señor”. Puede parecer utópico para nosotros, pero el programa de Jesús debe ser también el de sus seguidores.
Por eso, no debemos anclarnos demasiado en el presente y, por el contrario, tener una visión amplia de liberación, de libertad, de justicia para con aquellos oprimidos, empobrecidos y maltratados de la tierra. Visión lejana al máximo, sin dejar por ello de trabajar en el presente. Horizontes utópicos que nos mantengan siempre en marcha, aunque, finalmente, tengamos que decir lo que dijo el apóstol Pablo: “No es que lo haya alcanzado todo, pero prosigo al blanco, a la meta”. Pablo también era utópico, siempre en marcha, aunque sus metas parecieran inalcanzables en su momento histórico. Siempre prosiguiendo al blanco a lomos de la utopía del Reino. Ya llegará en plenitud.
Quizás los horizontes utópicos estén en contra de muchos utilitarismos prácticos, sin horizontes, sin visión, superficiales y, en muchos casos, necios. Para la utopía no hay dignidades basadas en acumulaciones injustas que oprimen y marginan, no se ve como digno la acumulación de riquezas que empobrecen a tantos y tantos ciudadanos del mundo, no se ve como prestigio montarse sobre el caballo del poder temporal e ir avasallando en busca de méritos, riquezas o lealtades falsas.
Contra todo esto estaría la utopía del Reino, que nos invita a tener una visión que traspase horizontes en busca de un mundo más justo y en anuncio de que todo llegará en plenitud para todos aquellos que confían en el Señor, en la nueva Jerusalén cuando la injusticia habrá desaparecido para siempre. Será el final de una utopía que ha ido siempre a lomos de la mismísima verdad del Reino de Dios.
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