Cuando Cristo nos llama por nuestro nombre, ¿qué nos detiene para acudir a Él?
Copio la Biblia: “Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania”.
Betania estaba situada en la ladera oriental del monte de los Olivos, en el camino de Jerusalén a Jericó, cerca de Jerusalén. Era una aldea pequeña.
Allí vivían tres hermanos, Lázaro, Marta y María. Jesús era Dios, pero tal como dice el Credo, era también “hombre verdadero”. El ministerio que había asumido, encomendado por el Padre, resultaba a veces cansado. La gente cansa más que el trabajo del herrero en la fragua. Cuando sentía que le fallaban las fuerzas solía descansar acudiendo a la familia de Betania. Juan dice que “amaba Jesús a María, a su hermana y a Lázaro”.
Uno de esos días en el que decidió visitar a los tres hermanos, “le hicieron una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban en la mesa con él. María se apartó del grupo. Tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos y la casa se llenó del olor de sus perfumes”.
He estudiado la sensibilidad de María y el amor limpio que sentía hacia Jesús. Quiero imaginar lo que no dice la Biblia, tampoco la profano en esta supuesta conversación. María, a los pies de Cristo: “Háblame, Señor, cuéntame cosas”.
Jesús: Estoy cansado, María. He estado predicando a cinco mil personas.
María: Predícame ahora a mí, háblame a mi sola.
Jesús: ¿De qué quieres que te predique?
María: De ti, de cuando eras joven, de lo que haces ahora.
Jesús: ¡Huy!, todo eso es muy largo. Lo intentaré después de la cena.
María: Bien, Maestro, esperaré.
María abandonó los pies de Jesús; estaba de rodillas. Se levantó y preguntó a Marta si necesitaba ayuda. Para María, mujer cariñosa y contemplativa, sentarse a los pies de Jesús era como si el cielo estuviera ante ella.
María estuvo pendiente de Jesús hasta el día de su muerte. Le seguía en algunos de sus viajes misioneros y le servía cuando tenía la oportunidad de hacerlo.
La relación entre Jesús y María no se interrumpió después de aquella cena. En otra ocasión, cuando se dirigía a Betania para resucitar a Lázaro, Marta acudió a su encuentro, “pero María se quedó en casa”. La hermana quería que saliera y le dio este recado: “El Maestro está aquí y te llama” ¿Lo dijo Marta de cuenta propia o fue Jesús quien encargó a Marta que llamara a su hermana?
Aquí San Juan pone una vez más de manifiesto el amor de María a Jesús; apenas oye las palabras de Marta, olvida el duelo, sin decir una palabra a los judíos que le acompañaban, se levantó y fue corriendo a Jesús, que la estaba esperando. Cuando Cristo nos llama por nuestro nombre, ¿qué nos detiene para acudir a Él?
Al encontrarse con Jesús, al verle, se postró a sus pies –María siempre a los pies de Jesús, con perfume de nardo o con el perfume de sus besos–. Aquí se abraza a los pies con grande afecto. Repite a Jesús las mismas palabras que antes le había dirigido su hermana: “Señor. Si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano”. En dos cosas aventajó María a Marta. Se arrojó a los pies de Jesús, cosa que la hermana mayor no había hecho y el atrevimiento del trato dado a Jesús en presencia de sus enemigos, los judíos.
Sobre María, mujer buena y cariñosa, que amaba a Jesús con un amor puro, se han escrito auténticas barbaridades. Hechos y situaciones que nunca ocurrieron.
Un error capital es identificar a María de Betania con María Magdalena o con la mujer anónima de Lucas capítulo 7.
Henri Lacordaire, sacerdote, escritor y famoso orador francés del siglo XIX, dice en su novela Santa María Magdalena: “A los turistas que visitan Betania se les dice: Allí estaba la casa de Lázaro, de Marta y de María Magdalena” (página 59). Cuesta creer que un hombre sabio como él, versado en la Biblia, cometa tales errores de interpretación.
Además de Lacordaire, otros metepatas cayeron en la misma trampa.
Un sabio poeta y dramaturgo que vivió entre los siglos XVI y XVII, Lope de Vega, en una tesis doctoral presentada en la Universidad de Madrid por Alicia Gallego, afirma que la mujer que ungió los pies de Jesús según el capítulo 7 de Lucas era María de Betania.
Peter Ketler, profesor de teología en la Universidad Católica de Tríveris, ciudad alemana de Mosela, anda por el mismo camino de Lope de Vega. En su libro La cuestión de Magdalena, escribe: “María Magdalena, María de Betania y la mujer anónima que aparece en el capítulo 7 del Evangelio escrito por San Lucas, son una misma persona”.
Despejemos algunas falsedades.
La conversión de María Magdalena tuvo lugar en Galilea. María, hermana de Marta y de Lázaro vivía en Betania. Las viviendas de la Magdalena y la de María de Betania estaban separadas 80 kilómetros. La mujer que unge los pies de Jesús, María de Betania, no podía ser la misma de Lucas 7, porque María estaba en su hogar de Betania y la mujer anónima en casa de un tal Simón, leproso. Se ha demostrado que los tres hermanos pertenecían a una familia adinerada. ¿Qué tenía que hacer la hermana menor en el banquete organizado por el tal Simón, confundida con una prostituta?
El escritor colombiano José María Vargas Vila, en su libro María Magdalena, dice que María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro, estaba perdidamente enamorada de Jesús y contemplaba a la Magdalena como una rival en el corazón del Maestro. ¡Paparruchas!
Otra leyenda sugiere que José de Arimatea huyó con María de Betania a Egipto y vivieron allí. El jesuita español Pedro Miguel Lamet lo desmiente en su libro No sé cómo amarte y presenta otra teoría. Dice que las dos hermanas y Lázaro abandonaron Palestina y en una barca llegaron hasta las costas de Marsella.
La historia real es otra. Afirma que después de la ascensión de Cristo al lugar de donde descendió, los tres hermanos dejaron la casa de Betania y se instalaron en Judea.
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