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Quien bien trabaja, bien descansa

El ideal cristiano no es trabajar lo menos posible, sino usar el trabajo para la gloria de Dios.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 14 DE OCTUBRE DE 2020 13:00 h
Imagen de [link]Christina @ wocintechchat.com[/link] en Unsplash.

Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios.



El mandamiento que ordena el descanso en el séptimo día es también aquel que manda el trabajo durante los seis días anteriores. Es curioso que normalmente siempre se pone el énfasis sobre el descanso, ya que de los tres versículos del cuarto mandamiento uno se dedica a la obligación de trabajar.



Empezamos, por lo tanto, con lo que normalmente no se lee: la obligación de trabajar. El cuarto mandamiento nos exhorta a trabajar durante seis días. En los tiempos bíblicos se trabajaba de sol a sol, un promedio de 12 horas. El resultado son 72 horas semanales. Por supuesto, había días festivos en Israel igual que en nuestra sociedad actual. Pero la semana laboral normal era de 72 horas.



Soy consciente que esta cifra - cuando se aplica a nuestra sociedad - asusta y sorprende a muchos. Pero el trabajo se considera en la Biblia no como una maldición, sino como una bendición de Dios. Porque no hay que olvidar que Dios manda el trabajo antes de la caída del hombre. Adán tenía la tarea de mantener el jardín. La maldición después de la caída supone que hay que llevar acabo el trabajo sudando, es decir: con esfuerzo y toca luchar con adversidades, como por ejemplo la dureza de la tierra, espinos y cardos, lo que hoy puede equivaler a atascos, sobrerregulación laboral y Hacienda.



Pero aun así, el trabajo honrado y persistente da su fruto.



Siempre ha caracterizado a los creyentes tanto del AT como del NT que entendieron el trabajo como algo dado por Dios, para ganarse la vida. “El que no trabaja, que tampoco coma”, dice Pablo en 2 Tesalonicenses 3:10. Esto, además de su consejo de “aprovechar bien el tiempo”,1 llevó a los reformadores a desarrollar una teología del trabajo que dio su fruto en la llamada “ética protestante del trabajo”. La obra más conocida en la literatura sobre el tema es la obra fundamental del economista Max Weber.2 La valoración del trabajo es una aportación típicamente protestante.



Trabajar no es solamente una necesidad, sino es un ministerio para la gloria de Dios. Precisamente esta noción del trabajo es algo que marca la diferencia con el concepto que tenemos hoy en día. La analogía que hace este mandamiento es entre la creatividad de Dios que forma un universo y el trabajo del hombre. El trabajo es la herramienta de “sojuzgar” la tierra que Dios manda en Génesis 1:28 a Adán y Eva. A través de trabajo honesto y justo se glorifica a Dios, se le emula en su obra creativa y por lo tanto es una forma de extender el Reino de Dios.



El epicentro de la vida humana -y de esto el texto de Éxodo no deja ninguna duda- recae sobre el trabajo. Efectivamente, vivimos para trabajar, y no al revés. El trabajo no es solamente una forma de ganarnos la vida para no morir de hambre, sino que es mucho más. Es una forma de culto, llevado a cabo para la honra y la gloria de Dios. El poder trabajar y ser creativo de hecho forma parte de la creación del hombre a la imagen y a la semejanza de Dios.



El séptimo día, sin embargo, era el día de descanso. Y así durante siglos se guardaba en toda Europa sin excepción. Era el momento cuando literalmente todo el mundo tenía el derecho y la obligación de descansar: desde el siervo al patrón. Violaciones de esta ley sagrada eran punibles tanto en los estados católicos como en los protestantes.



Pero perder su tiempo, ser improductivo, hacer del descanso y de la inactividad un ideal y un ejemplo a seguir, es una de las grandes desgracias de las sociedades occidentales actuales.



[destacate]Nuestra sociedad es una sociedad inquieta en el peor sentido de la palabra. [/destacate]Después de aclarar lo que este mandamiento abarca, vamos a analizar la situación en la que nos encontramos. Nos hemos acostumbrado a ver la vida como algo que tenemos el derecho de disfrutar al máximo. Con vacaciones pagadas de seis semanas, pre-jubilaciones y jornadas semanales de 35 horas. Esto forma parte de la utopía socialista que nos enseña que realmente no era necesario dedicarse tanto al trabajo. En nuestros días, este sueño se acabó.



El resultado de esta actitud vemos ahora más que nunca: Occidente simplemente no está en condiciones de competir con aquellos países que han copiado la práctica de la ética protestante de trabajo sin haber entendido su base teológica. Pero el resultado es el mismo. Hemos creado una sociedad de ocio que pierde productividad y competitividad. Es una vaca sagrada que nadie se atreve a sacrificar, un tabú para comentarlo en público si se quiere evitar todo tipo de comentarios hostiles. El hecho es que algunos países antes de la aparición del Covid-19 ya habían empezado a aumentar la jornada laboral, recortar las vacaciones y subir la edad de jubilación. No había más remedio porque no hay dinero para pagar la utopía.



Si por un lado hemos recortado las horas laborales a extremos increíbles, por otro lado hemos perdido la capacidad de descansar. Nos damos cuenta que el hombre y la mujer al inicio del siglo XXI están más estresados que nunca. De hecho el anglicismo “estrés” se desconocía completamente antes de los años 30 del siglo pasado.3



Nuestra sociedad es una sociedad inquieta en el peor sentido de la palabra. Tenemos más vacaciones que nunca, pero no sabemos descansar ni un minuto. De hecho, no aguantamos el silencio. Esto se demuestra en la incapacidad de mucha gente de estar en casa sin tener la tele encendida. Es la gran tragedia y la maldición de una sociedad que rechaza el mandamiento de Dios de trabajar seis días y descansar el séptimo día. Y al incorporar el domingo – al estilo pagano – entre los días laborables - por lo menos de hecho - realmente vamos a conseguir únicamente bajar la productividad y los beneficios. El cuarto mandamiento nos indica de esta manera una de las grandes maldiciones que pesa sobre nuestra sociedad actual.



Mientras que el ideal por alcanzar en nuestra sociedad hoy en día, es trabajar lo menos posible y ganar lo máximo, la ética del trabajo en la tradición judeo-cristiana es glorificar a Dios precisamente a través del trabajo. En Proverbios 31 vemos todo un capítulo dedicado a una mujer que se dedica a varias tareas para sacar adelante a su familia. Es un himno a una mujer emprendedora en el mejor sentido de la palabra. Y uno no se equivoca a la hora de aplicar los mismos principios a los hombres incluyendo las tareas domésticas.



El comienzo del trabajo antiguamente empezó con la salida del sol y duró hasta su puesta4. En el Nuevo Testamento vemos que era posible encontrar gente que buscaba trabajo todavía a las cinco de la tarde5. La misma parábola, por cierto, también nos enseña que el dueño de la viña podía tratar a los obreros de forma desigual. No iba en contra de la ley. Podía pagar a cada uno el importe que deseaba, sin que nadie tuviera el derecho de meterse con él. El obrero estaba libre de aceptarlo o no.



La forma bíblica de ganarse la vida es trabajar. Proverbios 12:11 menciona que Dios honra a aquel que trabaja duramente y no intenta hacerse rico de forma deshonesta. En resumidas cuentas:




  • El vago, no llega a ninguna parte (Proverbios 13:4).

  • El trabajo honesto tiene la bendición de Dios (Proverbios 14:23).

  • La meta del creyente es no depender de otros económicamente (1 Tesalonicenses 4:11.12). Más todavía: Pablo tiene palabras duras contra aquellos que viven a expensas de otros.

  • El creyente es productivo y de esta manera imita a su Dios. Vivir una vida que no produce nada, no es la voluntad de Dios (Tito 3:14).



En consecuencia, la Biblia desconoce un igualitarismo o algo como un “socialismo cristiano”. Los ejemplos que siempre se citan de los evangelios o del libro de los Hechos (vender todo y darlo a los pobres, tener todas las cosas en común) eran simplemente medidas de estrategia o de emergencia en una situación concreta, pero nunca una regla general.



Mientras que no está prohibido ganar más de lo que uno gasta, muchos creyentes a lo largo de la historia entendieron que correspondía al espíritu de las enseñanzas de Jesucristo vivir una vida modesta. Esto llevó, por ejemplo en los tiempos de la Reforma, a muchos empresarios que habían abrazado las doctrinas de Lutero y Calvino a empezar a reinvertir las ganancias de sus negocios de nuevo en sus empresas y quedarse solamente con una ganancia modesta. Hasta el día de hoy esto marca a un emprendedor exitoso. Esto fue uno de los factores decisivos para el gran éxito de naciones calvinistas como por ejemplo Holanda o Suiza en el comercio. Y por cierto: tradicionalmente los empresarios evangélicos consideraban a sus empleados como parte de su familia y no como objetos por explotar.



Esa ética del trabajo incluye unos principios muy sencillos que hoy por hoy siempre llamarán la atención en una sociedad donde prevalecen el engaño y la chapuza: el empresario que cumple sus promesas y entrega su producto al precio convenido, a la hora fijada y en las condiciones establecidas llamará la atención y por regla general no tiene que preocuparse de atraer clientes con publicidad cara y engañosa. Porque el trabajo honesto y bien hecho hoy por hoy es un reclamo excelente para el que lo hace y por extensión para el Dios al que sirve. Un cliente satisfecho vale más que todas las campañas publicitarias.



El ideal cristiano no es trabajar lo menos posible, sino usar el trabajo para la gloria de Dios. Creará un ejemplo que otros tienen que copiar si quieren ser capaces de competir con él. El secreto es subir el nivel, no bajarlo. Y de esta manera el empresario o trabajador cristiano aporta algo muy importante para el bienestar y el progreso de su propio país. Y aquel que trabaja bien también sabe descansar bien.



Sin embargo, una sociedad que premia al vago y castiga al que está dispuesto a trabajar honestamente a base de impuestos, regulaciones y monopolios de precios, está cavando su propia tumba. Y en esto estamos.



 



Notas




1 Efesios 5:16





2 Max Weber La ética protestante y el espíritu" del capitalismo, Alianza (2012)





3 El primero que lo usó fue el científico canadiense Hans Selye en 1936





4 Salmo 104:22.23





5 Mateo 20:1-16



 

 


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COMENTARIOS

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Juan Angel [email protected]
16/10/2020
06:35 h
1
 
En la parábola de los obreros de la viña, los obreros que fueron contratados a primera hora recibieron un salario justo. La aparente "injusticia" se comete con los otros, a los que se les paga el salario correspondiente a un día completo. La reconvención del dueño de la viña es "¿Tienes envidia de mí, porque soy BUENO?" El obrero es digno de su salario, y recortar salarios por conveniencia económica puede ser equivalente a entrar en el almacén del proveedor y robar el producto.
 



 
 
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