Se nos reclama, bíblicamente, el uso de la palabra, hablada o escrita. Una palabra que explote en forma de denuncia, de grito por solidaridad humana.
No te calles. Habla o grita. Muchas veces estamos los cristianos demasiado callados ante las injusticias del mundo, de las cuales, una de ellas, presente siempre en la Biblia, es el despojo de los pobres, la desmedida acumulación de bienes del planeta tierra por parte de algunos, mientras que, como afirma la Escritura, el despojo del pobre está en nuestras casas. La Biblia nos invita a hablar, a denunciar y, en su caso, a gritar: “Grita a voz en cuello, alza tu voz como de trompeta”, nos dice el profeta Isaías en un capítulo que nos habla de pobreza, opresión y falso ritual. ¿Por qué callamos en un mundo en donde se oye el grito de los empobrecidos, de los tirados al lado del camino, de tantos y tantos sufrientes por el egoísmo, la acumulación y la injusticia de otros?
La voz, el clamor por la justicia, el grito por misericordia, no debe ser solamente algo que brota desde las obras sociales cristianas. También debe resurgir y brotar en el mundo como con un altavoz gigante, en el seno de la iglesia, en la vida y las prioridades de los creyentes. Sí. Se nos reclama, bíblicamente, el uso de la palabra, hablada o escrita, también y fundamental, el uso de la Palabra, así con mayúscula. Una palabra que explote en forma de denuncia, de grito por solidaridad humana, por justicia social y en contra del despojo y exclusión de los más pobres o empobrecidos del sistema.
Hay una frase típica que se usa y se usa, pero que, en realidad, no tiene la fuerza suficiente. Es esa frase que nos anima a ser la voz de los sin voz. A veces lo decimos con algo de prepotencia, pero queda la frase desinflada si no entramos en una acción solidaria que complemente la palabra. No es que nuestra voz deba ser una tutela de los débiles de la tierra. Tenemos que conseguir con nuestra voz, que ellos, su voz, pueda ser lanzada algún día por ellos mismos, empoderados, de alguna manera, por nuestra voz a su favor. Que lleguen a ser sujetos, y no solamente objetos de nuestras tutelas. Difícil, ¿verdad? Pero los cristianos debemos ser un tanto utópicos y luchar por conseguir que los valores bíblicos, los valores del Reino, arraiguen en medio de nuestras sociedades injustas.
A lo que debe tender el uso de nuestra voz, la meta que hemos de conseguir siendo sólo el tiempo necesario la voz de los sin voz, es que los que tienen sus bocas tapadas por el miedo, la falta de formación, la marginación social o la pobreza, lleguen ellos mismos, algún día, a poder expresarse, gritar, clamar por justicia con plena responsabilidad, libertad y conciencia de su situación.
Por tanto, escuchad, obras sociales, iglesias, pueblo de Dios, hombres todos. Nuestra labor diacónica, nuestro levantar la voz, nuestra ayuda para intentar empoderarlos, debe terminar en el hecho sublime, sociológicamente hablando, de que ellos lleguen a ser capaces de poder levantar su voz, también como trompeta del cielo que clama contra el dolor de la marginación, la infravida de la marginación social y contra el escándalo de la pobreza en el mundo.
Debemos elevar nuestra voz, nuestro grito, nuestra denuncia, quizás intentando ser la voz de los sin voz, pero no quedarnos ahí, sino que el fin último debe ser el empoderarles para que ellos mismos lleguen a ser capaces de lanzar su propia voz, su propio grito y su propia denuncia.
Pedagogía social: enseñar a gritar al otro, a denunciar ellos mismos como personas libres y no dependientes. No crear dependencias de nosotros, sino llevarlos a que puedan ejercer una acción libre y a un correcto uso de su voz y de su grito. Algunos seguirán viendo esto como algo utópico y se preguntarán: ¿Es que, acaso, la iglesia puede hacer pedagogía enseñando a los pobres de la tierra a saber usar su voz y su grito por justicia? Seguro que algo sí se puede hacer, prosiguiendo siempre a la meta, al blanco que nos ponen delante de nosotros las Sagradas Escrituras.
Quizás la iglesia, también puede pasar por un estadio en el que ya los pobres puedan gritar, para ser su megáfono, el eco ampliador que traslade su grito por todos los confines de la tierra, por todos los infinitos del mundo, si es que se puede decir esto. Amplificadores del clamor de los pobres. Esta puede ser también una de las misiones diacónicas de la iglesia. Ampliar su voz sin tutelas ni quitarles protagonismo. Solamente ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor a favor de los pobres, transmitir confianza y fuerza, la fuerza que solamente podemos recibir del mismo Dios. Así, más que sustituirlos en su voz, unirnos a la voz de ellos formando así un grito totalmente amplificado que llegue a todos los confines del mundo clamando por justicia.
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