¿Quién dijo miedo?

Jason Read fue uno de los participantes en las pruebas de remo en los Juegos Olímpicos celebrados en Atenas 2004. Participar en ellos fue un reto en su vida, pero sin duda no fue tan importante como ser uno de los jefes de bomberos voluntarios en la Zona Cero de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, durante las horas posteriores al atentado terrorista. «Dios me dio fuerzas para ayudar a la gente», dijo en una entrevista.

No solía ir a la iglesia ni era un cristiano comprometido, pero después del 11-S fue bautizado. Ese día le regalaron una tarjeta con un texto bíblico y su nuevo apodo: «Sanador». Seguro que alguna vez pensaste que tu vida no tenía sentido. A veces tenemos la impresión de que sobramos en algunos lugares y para algunas personas. No es cierto. Jamás lo es. Nadie está aquí por casualidad, Dios siempre tiene un propósito en nuestra vida, una bendición que derramar en nosotros y por medio de nosotros. Él siempre está a nuestro lado para fortalecernos y para llenarnos de esperanza. 

No, no es cierto que nuestra vida no tenga sentido. Todos somos valiosos para Dios, y todos encontramos nuestro lugar cuando podemos ayudar a otros. Es obvio que no sé la situación por la que estás pasando, pero tengo que decir que a veces nos sentimos mal porque pasamos demasiado tiempo mirándonos a nosotros mismos. Tenemos a nuestro lado a muchas personas que están solas. Gente que no tiene hogar, o que lo han perdido todo. Personas que pasan hambre y necesitan nuestra ayuda.

Cuando ayudamos a los demás, encontramos las fuerzas que Dios pone dentro de nosotros. Él nos sana a nosotros cuando nosotros nos preocupamos de sanar a los que están a nuestro lado. «Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en él se refugia!» (Salmo 34:8). Nuestra vida merece la pena cuando sabemos que Dios nos cuida y es nuestro refugio. Si descansamos en él, no solo desaparece nuestro miedo, sino que aprendemos a ayudar. Se trata de eso, de descansar en él, porque cuando lo hacemos el temor desaparece. Desaparece nuestro miedo a fallar, se desvanece el temor a lo que pueda suceder en el futuro, se deshace la desconfianza que crece dentro de nosotros cuando van pasando los días y parece que nada bueno sucede.

Cuando descansamos en el Señor dejamos de preocuparnos por lo que otros dicen o por lo que puedan hacer en nuestra contra, aprendemos a creer que Dios actuará en nuestra vida en el momento oportuno, ¡y lo hace siempre! Cuando nos refugiamos en Dios, él coloca en nuestro interior su propio carácter y pasamos de pensar en que nuestra vida no tiene sentido a ser auténticos sanadores. ¡Nos parecemos a él porque en él confiamos! Miramos hacia nosotros mismos, pero no ya para preocuparnos, sino para asombrarnos de cómo Dios ha sido capaz de ayudarnos de esa manera. Probamos y comprobamos por nosotros mismos que Dios sigue siendo bueno. Inmensamente bueno. Con nosotros y con los demás.