Piedras

Feliz la persona que tropieza dos veces con las piedras que conforman sus orígenes.

Desde que era pequeña, las piedras han tenido un significado importante para mí. Admiro su resistencia. Me gustan todas. Las que encuentro en la playa, las que se esparcen por el campo, las que hacen de centinelas en los caminos. Me cautivan las blancas impolutas, las negras, las veteadas, las marrones. Según me encuentro de tiempo, según de ilusiones, les pinto paisajes, pájaros y flores. Les dibujo playas, casas, símbolos y siluetas. Otras veces las adorno con pétalos u hojas de mi jardín. Al decorarlas las transformo y eso es algo que disfruto, porque les doy una imagen nueva. Imagino que cobran vida. Confieso que a algunas las he rescatado de entre el barro, de un entierro tan prematuro como cierto.

Sin embargo, las piedras que aparecen en la foto son las más especiales para mí. Forman parte de mi herencia y las conservo en casa. Son como dos hermanas huérfanas que adopté hace mil años. Poseerlas es una manera de tener presente a mis ancestros. Es  saber que están, que no se han ido, que de alguna manera permanecen conmigo. Por eso las tengo a la vista, las toco. De vez en cuando las cambio de lugar para que no se cansen y de nuevo me sorprendan. Cada vez que las miro me recuerdan quien soy, de donde vengo. Me devuelven mi infancia allá en un pueblo que me trae añoranzas. Pertenecían a la casa de mis bisabuelos situada cerca del Castillo de Álora, fortaleza árabe de origen fenicio construida en el Cerro de las Torres, que desde 1680 hizo de cementerio hasta hace pocos años. La piedra redonda se usaba para sujetar la puerta de la calle y evitar los portazos provenientes de las corrientes de aire. Ha estado presente en el transcurrir de muchas vidas, la pena es que no puede contarme nada. La otra, la más oscura y rectangular,  pertenecía a uno de los muros que rodeaba la vivienda. Ha presenciado antiguas batallas que tampoco puede narrar. Ante su presencia, ¡cuántas historias de amor y desamor se habrán desarrollado! ¡Cuántas tramas se habrán elaborado!

Las piedras son testigos ancestrales de la Historia de la humanidad. Ya estaban aquí mucho antes que nosotros. Sean del color que sean, tengan la forma que tengan, me fascinan. Nos acompañan como amigas fieles que ni calumnian, ni injurian, ni molestan. Son discretas. No revelan secretos. 

Quizá a mi edad sigan gustándome porque son muchas las ocasiones en las que me considero como ellas, tan fuerte como infranqueable. Testigo muda de las vidas ajenas que me rodean. Preparada y dispuesta, como tantas otras y otros dentro de la iglesia, a recibir la caricia ajena de un hermana o hermano que hasta mí llegue, que me considere, que pinte en mí paisajes, pájaros y flores. Que plasme en mi superficie la esencia de las playas. Que me adivine símbolos y siluetas. Que de mi se compadezca y me rescate como Aquél de una muerte tan prematura como cierta.