Hemos de ver la relación entre la fe y la ecología. Hoy en día, el cristianismo, como religión con una ética fortísima, debe pasar también por las líneas ecoéticas y pararse ante la depredación de la tierra y la contaminación del cosmos. Ahí se vuelve a relacionar, una vez más, con posicionamientos políticos a los que puede aportar una carga ética importante que redunde en el beneficio y cuidado de la naturaleza y del cosmos. Los cristianos pueden enriquecer con nuevos valores y nuevos compromisos todas las líneas políticas de defensa de la naturaleza.
Con esto no queremos decir que sea una obligación de los cristianos la militancia en los partidos verdes, ni que, necesariamente, tengan que integrarse en los movimientos ecologistas ya estructurados, aunque, lógicamente, podría ser y, en muchos casos, así lo es. Lo que sí queremos decir es que, desde el cristianismo debería surgir también una especie de eco-espiritualidad e incluso líneas eco-teológicas que se sumaran, desde su manera especial de ver la realidad de la creación, como colaboradores de Dios en ella, a los esfuerzos de todos los defensores del medio ambiente y de la responsabilidad ante la limpieza del cosmos. Podríamos aportar valores muy importantes e interesantes en la defensa de la naturaleza y de toda la creación de Dios, pues éste hizo al hombre corresponsable, junto con él, de la naturaleza. Los cristianos podrían conseguir que la ecología llegara a devenir en una
Ekumene, palabra que lleva la misma raíz de ecología
oikos, que se preocupara no sólo de los seres de la naturaleza, sino de cómo éstos deben relacionarse con el creador, lo cual daría formas de espiritualidad profunda que no sólo nos relacionaría con Dios, sino que, desde ahí, se crearían formas nuevas y más responsables de relación con la naturaleza.
A veces, desde ecologías radicales se ha querido acusar a los cristianos de los desastres ecológicos a que se ha llegado en la naturaleza desde la interpretación que se ha dado al mandato de Dios de “dominar la tierra”, diciendo que desde el cristianismo se ha interpretado de forma utilitarista y depredadora. Se ha querido acusar al cristianismo de un antropocentrismo que infravalora y somete al resto de la creación. Se ha acusado a los cristianos de haber abusado de la corresponsabilidad que Dios le ha dado desde el texto bíblico en el dominio y cuidado de la tierra. Desde ahí se ha intentado acusar al pensamiento bíblico de ser el causante de tanto despojo, contaminación, empobrecimiento y depredación del planeta tierra y también de todo el cosmos. Lógicamente nosotros sabemos que la contaminación de la tierra y el uso abusivo y utilitarista de todos sus recursos no es culpa del texto bíblico, sino del pecado del hombre. No obstante, los cristianos deberíamos plantearnos un cristianismo más cósmico, a la vez que deberíamos exigir a los movimientos ecologistas y a las políticas verdes, un ecologismo más antropológico en defensa del hombre que hoy es un ser amenazado en la creación por el hambre y los desequilibrios económicos.
Desde el cristianismo se debería ir mostrando la paradoja humana de que, a veces, es más fácil convencer a los ricos y poderosos de este mundo de que deben salvar las ballenas o a otros animales en peligro de extinción, que del hecho de que deben compartir y renunciar a niveles de gasto y consumo para salvar al hombre de la pobreza, de la infravida y de la muerte. Los cristianos deberían hacer que se contemplaran también los valores ecológicos desde la perspectiva del SUR empobrecido, desde la perspectiva de los despojados de la historia que mueren y se mueven en el no ser de la exclusión social mientras en el mundo existen posibilidades de tener alimentos suficientes para todos. En esta perspectiva de contemplar la naturaleza desde el SUR pobre, chocaríamos, una vez más, con intereses políticos y económicos que deberíamos denunciar aunque se nos acusara de politizar la fe.
Los cristianos pueden aportar, tanto a las políticas de los verdes, como a los movimientos ecologistas en todo el mundo, una serie de valores éticos que provienen de los valores del Reino que revitalizaran la defensa de la naturaleza, contribuirían a evitar su expoliación y a prevenir el dominio utilitarista.
Y, lógicamente, para esto la fe no debe dar la espalda a la realidad política en torno a estos temas, sino que, en su proyección pública y transformadora de la realidad, debe asumir estos retos y comprometerse en la defensa de la naturaleza. Quizás la gran aportación del cristianismo a las políticas ecológicas podría ser la de reenfocar éstas políticas viéndolas también desde el sentido de projimidad que nos aporta Jesús, rechazando la visión que de la naturaleza muchas veces nos aporta el dios Mammón que sólo ve la naturaleza de forma utilitarista, única forma de ver las cosas el dios del consumo y del dinero.
Nosotros deberíamos ver más la naturaleza desde una ecoética cristiana que sólo se entiende desde la conversión y regeneración, que sólo se vislumbra desde la perspectiva del Creador que nos ha hecho como parte de la naturaleza misma.
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