No hay lugar para Dios en Europa

“Yo soy el Señor tu Dios. …. No tendrás dioses ajenos delante de mi”

El primer mandamiento es la base para todo lo que sigue. Tiene que ver con el monopolio de la adoración. Dios no comparte su trono con nadie. Al mismo tiempo es el punto de referencia de nuestro comportamiento. Por eso no es una casualidad que muchas naciones europeas mencionan en sus constituciones el Dios de la Biblia. Un ejemplo conocido es la constitución suiza que empieza con las palabras “En el nombre de Dios, Todopoderoso…”. Referencias similares tenemos en las constituciones de países como Polonia, Irlanda, Alemania y Grecia. El prólogo de la constitución griega se lee como una frase de una teología sistemática: “En el nombre de la santa, consubstancial e indivisible Trinidad.” Una quinta parte de los estados europeos todavía lleva la cruz de Cristo en su bandera nacional. Aunque también es cierto que algunos hacen todo lo posible para camuflarlo. En Suiza hay un movimiento para quitar la referencia a Dios de la constitución y en el fuselaje de British Airways y SAS la cruz es prácticamente irreconocible, destrozado artísticamente, para no ofender a musulmanes y secularistas.

Europa nació de las cenizas del Imperio Romano - finalmente cristiano - y sobre todo de una serie de naciones que de una forma muy consciente querían establecer una sociedad bajo la cruz - con todos sus errores, pero también con sus aciertos importantes. Hoy en día, sin embargo, es mucho más conveniente y políticamente correcto hablar de los griegos antiguos y sus dioses como los artífices de los valores y el progreso europeo. Una buena idea de esta idea fue la ceremonia de clausura de los juegos olímpicos de Barcelona. Los que hacen uso de su memoria recordarán que fue como un repaso de la mitología griega/ mediterránea sin absolutamente ninguna referencia a la herencia cristiana. Que esto se puede enfocar también de otra manera demostraron los ingleses que no tuvieron ningún inconveniente en entonar un himno evangélico en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 (“Abide with me” - Quédate conmigo).

Hoy por hoy, y con celo misionero, Dios queda expulsado de la vida pública en Europa. De forma sistemática se niega así una herencia de siglos que ha ayudado a este viejo continente a ser una referente para las naciones en el pasado – con todos sus defectos y pecados que, por supuesto, no voy a negar.

Bajo estas circunstancias no es una casualidad que la constitución europea que fue rechazada por los votantes de Francia y Holanda en mayo y junio del 2005 hace caso omiso de Dios. Se trata de una omisión hecha de forma muy consciente. Queda así perfectamente claro que el proyecto de la Unión Europea no necesita Dios en sus proyectos. Eso tampoco sorprende si entendemos que el documento tenía como uno de los padres al masón y ex-presidente francés Valérie Giscard d’Estaing.

Es evidente que cuando el hombre se libra de su responsabilidad delante de Dios, puede hacer lo que le da la gana. Entonces es la razón humana la última instancia. Y es exactamente lo que pasa en Europa. Por eso asusta cuando la Comisión Europea proclama que quiere defender los “valores europeos”. ¿Qué son los valores europeos? ¿La dictadura del 51%? ¿La construcción de un super estado que se mete en todo? ¿Educación donde no hay sitio para Dios? ¿Qué exactamente son esos valores europeos que sistemáticamente han negado en las últimas décadas el derecho a la vida a decenas de millones de niños inocentes masacrados en cirugías abortivas pagadas en su gran mayoría con dinero público y los impuestos de todos? ¿Sos los valores europeos aquellos que ceden continuamente ante las demandas del islam?

Los nuevos billetes de euro que salieron hace un par de años llevan una imagen de la figura mitológica griega “Europa”. Curiosamente, Europa - una princesa fenicia - adoraba a Astarte.¹ Algunos incluso piensan que Europa y Astarte es la misma figura.

Otro ejemplo llamativo para Dios exiliado en nuestro continente lo tenemos en el corazón de la Europa protestante. Solamente 200 km al norte de Wittemberg - cuna de la reforma - se encuentra el estado federal alemán Mecklemburgo Antepomerania. En esta zona, solamente un 20% de la población pertenece a una iglesia cristiana (en esto incluyo la católica) mientras el 80% de la población se declara agnóstica o atea. De los 20% solo un 4% suele acudir a los cultos/misas del domingo. Es el 0,8% de la población. Hay países islámicos donde hay más personas que se reúnen los domingos en alguna iglesia.

Y otra cosa que nos llama la atención poderosamente: en toda Europa está tajantemente prohibido ofender a los musulmanes y su religión. Sin embargo, hacer otro tanto con la fe cristiana no supone ningún problema. Jesucristo, los evangelios, todo lo que es sagrado para el cristiano, está siendo pisoteado diariamente en los medios de comunicación, en el arte plástico, en el teatro y en el cine, sin que casi nadie proteste y si hubiera alguna protesta, es sistemáticamente ignorada o ridiculizada por la opinión publicada o se les tacha a los que levantan su voz como fundamentalistas y talibanes cristianos.

La simple frase del primer mandamiento “Yo soy el Señor tu Dios”, es el mayor desafío al neo-paganismo que nos rodea. Es una declaración de exclusividad. Contra esta afirmación divina se levanta en nuestros días el coro unido del grito que en su momento entonaron los siervos de la viña en la parábola bíblica: “No queremos que este (Cristo) reine sobre nosotros.” Y por esto, los sacerdotes de laicismo estatal hacen todo lo posible para que el nombre de Dios no se mencione y que no se cite la Biblia en público.

Hoy por hoy, los cristianos en prácticamente todos los estados de Europa Occidental se encuentran en una situación de minoría y de intolerancia e incluso persecución creciente.

Tiene que haber de nuevo lugar para Dios en Europa, y más: Europa tiene que reconocer que el Dios de la Biblia es su Dios y que fuera de este Dios y sus preceptos no hay salvación ni en lo económico, ni en lo financiero, ni en lo político - y aún mucho menos en lo espiritual.

Es muy interesante echar un vistazo a los mensajes que los profetas del Antiguo Testamento lanzaron a los pueblos vecinos de Israel. El juicio de Dios iba a venir sobre ellos como pueblos precisamente por su desobediencia. Y la vara de medir en todos los mensajes eran los Diez Mandamientos.

El mensaje de los profetas cayó en saco roto y finalmente estas naciones se arruinaron. Sin embargo, hay otro ejemplo en el Antiguo Testamento que debería servirnos como aliento. La predicación de la Palabra de Dios puede tener efectos realmente sorprendentes. Es la historia de Jonás. Dios le mandó a la capital del imperio de los asirios, a Nínive. En los tiempos de Jonás, Nínive realmente poco tenía que ver con Israel. Pero sin embargo Dios les tiene un serio aviso: “De aquí a cuarenta días, Nínive será destruida.”

El efecto fue fulminante: “Y los hombres de Nínive creyeron a Dios. Y proclamaron ayuno y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos.” (Jonás 3:4.5)

El problema de la Iglesia del Señor hoy en día es que es poco consciente de la importancia que tiene en los planes de Dios. Las oraciones en privado son muy importantes, pero también las oraciones en culto público. Oramos por nuestras autoridades para que lleven a cabo sus funciones en responsabilidad delante de Dios. En este contexto es curioso, cuantos creyentes en realidad abogan juntamente con ciudadanos agnósticos y ateos en favor de un estado secular, sin darse cuenta lo que esto implica realmente. Un estado secular no es lo mismo que un estado neutral. De hecho: no existe un estado neutral. Un estado que no obedece a los mandamientos de Dios se convierte en un dios autoproclamado y entra en competencia directa con el primer mandamiento. Y Dios no permite rivales.

Lo deseable no es un estado secular. Lo deseable es un estado obediente a los mandamientos de Dios. En el contexto español realmente es irrelevante si nos enfrentamos con un gobierno radicado en el nacional catolicismo o un gobierno que sigue a una ideología que promueve el secularismo con celo misionero. Es sorprendente con qué facilidad adoptamos como nuestra agenda lo que realmente promueven los enemigos de la fe de ambos bandos.

Que los creyentes realmente son un poder con el cual hay que contar, siempre nos lo han enseñado los acontecimientos que llevaron a la caída de los regímenes comunistas, al final de los años ochenta del siglo pasado.

En su libro “Revolution by Candlelight”, el autor Bud Bultman relata como en la gran mayoría de los países de Europa del Este fueron precisamente creyentes que iniciaron los cambios que en casi todos los casos se llevaron a cabo con una sorprendente ausencia de violencia.

El caso más conocido es el del pastor reformado de la minoría húngara en Rumania, Laszlo Tökes. Fue una reunión de oración en la ciudad de Timisoara, que tuvo lugar en la casa de este hombre, lo que fue el inicio de la revolución de Rumanía. Creyentes desarmados y de rodillas se enfrentaron al ejército que el dictador Ceaucescu había mandado para acabar con el pastor Tökes. Al final - y en contra de todas las probabilidades - el ejército se negó a luchar contra los feligreses del pastor reformado.

En la antigua Alemania del Este, la revolución pacífica tuvo su origen en las oraciones de miles de personas, primero dentro de las iglesias y luego al aire libre. Un antiguo miembro del gobierno de Honecker confesó en una ocasión que estaban preparados a enfrentarse a gente con armas usando la violencia, pero no a una multitud llevando velas y orando.

La oración es poderosa y la iglesia del Señor debería ser consciente de este poder a la hora de hacer valer el deseo de Dios de ser el Dios de todos los pueblos. Nosotros como creyentes debemos aprender a deshacernos de nuestros complejos de inferioridad y no contentarnos en comer las migajas que nos caen de las mesas de los impíos que nos gobiernan. Nosotros no deberíamos estar contentos hasta ver a nuestras naciones en Europa reconociendo la supremacía del Dios de la Biblia. Es una visión gigantesca y parece hasta utópica. Pero hacemos bien en recordar las palabras de los visionarios que llevaron a cabo otro de los grandes milagros de nuestro tiempo, la fundación del estado de Israel. Theodor Herzl escribió en el año 1902 sobre la fundación de un estado judío: “Si lo queréis, no será un sueño.” 50 años después, el primer ministro de este estado dijo: “El que no cree en milagros, no es realista.” Y uno de estos milagros sería la vuelta de Europa a Dios, quien de momento queda desahuciado del viejo continente.

Notas