No pienso en abandonar

Hersey Hawkins llegó a ser el séptimo mejor anotador de la historia del baloncesto universitario americano. Era una estrella en su equipo, pero la gente decía que no tenía sitio en la NBA. No quería estar sometido a la disciplina del trabajo del último año universitario: levantarse temprano, entrenar duro, viajes continuos... Quiso abandonar, pero su madre no le dejó. Le dijo que necesitaba confiar en Dios y Hersey le entregó su vida a Jesús. Desde ese momento comprendió que podía ser feliz incluso en el gimnasio haciendo cientos de ejercicios aburridos.

Filadelfia y Charlotte fueron sus equipos en la NBA, y él uno de los mejores jugadores de las dos franquicias. A veces pensamos en desistir. Recordábamos ayer que es muy difícil vivir sometidos a la disciplina, el dolor y, a veces, el sufrimiento. Pero cuando nos sentimos así, nadie nos ayuda más que los que están a nuestro lado amándonos y animándonos. Las dos cosas. Para conseguir un sueño necesitamos creer en que podemos hacerlo, pero necesitamos también rodearnos de personas que lo crean como nosotros.

Es curioso, pero resulta que en muchas ocasiones cuanto más grandes son los sueños que tenemos más desanimados nos encontramos. De un lado están todos los especialistas en lo que «no es posible» y que tienen mil razones para que dejes de creer y dejes de trabajar en tus sueños. «Vas a fracasar», te repiten una y otra vez. Del otro lado están los que no quieren que triunfes porque eso significa que vas a estar por encima de ellos. No entienden nada de la vida; piensan que uno es más feliz cuanto más sube, sin darse cuenta de que la felicidad está dentro de nosotros, no encima de nosotros. A veces me da la impresión de que la envidia gobierna el planeta. ¡Incluso algunos amigos se alejan cuando todo nos va bien! En lugar de alegrarse y disfrutar contigo, no solo desaparecen, sino que hacen todo lo posible para despreciar tus logros. Amigos así no merecen la pena.

Cuanto más queramos hacer las cosas bien, más personas encontraremos que se enfrentarán a nosotros. Harán lo posible y lo imposible para que desistamos. Si nos concentramos en las confrontaciones, nunca haremos nada. Si nos preocupa lo que otros digan de nosotros, siempre estaremos poniendo excusas e intentando justificar lo que hacemos. Estaremos perdiendo nuestro tiempo en detalles sin importancia. Pasaremos los años gastando nuestras fuerzas en peleas infantiles acerca de quién tiene no tiene la razón. ¡Necesitamos seguir adelante con la mirada puesta en el Señor y en nuestra meta!

Pide a Dios que te muestre personas a tu lado que sean auténticos animadores, y sé tú también una ayuda para otros. Concéntrate en lo que crees importante y deja de discutir por discutir. No te desanimes ocurra lo que ocurra y sé capaz de volver a empezar de cero cuantas veces sea necesario. Pero recuerda que, sobre todas las decisiones, hay un secreto que todos conocen, pero muy pocos ponen en práctica: «Pon tu delicia en el Señor, y él te dará las peticiones de tu corazón» (Salmo 37:4).