Y digo la expresión
“si es que al terrorismo le damos una dimensión política”, porque la auténtica dimensión del terrorismo es moral y ética. Es un atentado contra la vida humana y, por tanto, la fe me lanza, irremisiblemente, a la denuncia, a la condena y a ver los cauces para colaborar en la eliminación de ese mal. El cristiano que se sitúa ante el terrorismo con cierta frialdad, pasividad y falta de búsqueda de soluciones, está quedándose en una insolidaridad fría que le hace culpable, pues falta a su deber de projimidad. Hemos hablado ya de projimidad política, pero en el caso del terrorismo, se mezcla, de una forma especial y profunda, con la ética y la moral cristiana que nos demanda la vivencia de la fe. Los cristianos tienen que ser también agentes de liberación, frente a los agentes del terror; agentes de vida, frente a los agentes de la muerte; agentes de perdón, frente a agentes de venganza.
Si el terrorismo tiene relación con la política, es porque, para algunos, el terrorismo es una posibilidad de conseguir objetivos políticos. Casi siempre buscan justificación en otros males sociopolíticos por los que se protesta y se actúa. En otras ocasiones, se puede decir, incluso, que la injusticia humana, las desigualdades, la pobreza, la opresión y la marginación de los pueblos pueden ser causa del terrorismo internacional. Quizás pueda ser parte de la causa, pero nunca una justificación de la violencia que asesina. El intento de justificar el terrorismo por causas políticas o por causas de la injusticia que desequilibra pueblos y naciones, no nos debe hacer caer nunca en el olvido del gran atentado contra la moral y contra la ética que es el terrorismo de cualquier tipo. El terrorismo que asesina es injustificable, aunque haya otras formas de terror basadas en la injusticia humana.
Sin embargo, tenemos que decir que los cristianos tenemos una visión muy específica que ofrecer a los políticos y a la sociedad ante el terror, una aportación especial a lo que se podría llamar la política antiterrorista, además de la lógica condena y ayudar para poner los medios políticos y humanos para que el terror termine y se elimine de una vez.
Siguiendo el ejemplo de Jesús y de cristianos evangélicos como Martin Luther King, debemos decir que la violencia nunca se pueden atajar con otras violencias. Las violencias terroristas ocultas bajo la excusa de violencias sociopolíticas no se pueden atajar con las violencias de guerras preventivas, ni usando exclusivamente los procedimientos carcelarios o policiales, así como la violencia de la injusticia no debe ser resuelta nunca recurriendo al terror.
Esto nos lleva a lo específico de las demandas de la fe: No devolver mal por mal, ni violencia por violencia, ni venganza por venganza, ni odio por odio, ni muerte por muerte. Es algo específico de la espiritualidad cristiana, aunque cueste entenderlo desde puntos de vista estrictamente políticos y humanos. Es una aportación muy especial del cristianismo a la política. Desde el punto de vista de los valores evangélicos, el tratamiento que los cristianos deben dar al terrorismo, debe incluir -demanda indiscutible del Evangelio- la capacidad de perdón. Esto no quiere decir que en las democracias como España se dejen de usar las Fuerzas de Seguridad del Estado, las detenciones y las prisiones. Quizás esto sea inevitable en la sociedad humana.
Sin embargo,
yo estoy convencido que sería una cuestión de sanidad psicológica y de exorcismo de los demonios de la violencia, el que hubiera una capacidad de perdón, perdón que nunca se debe aplicar al acto terrorista que se debe condenar e intentar evitar, pero sí a la persona que provocó o cometió ese acto, sin que ello implique el que no se pongan todos los medios al alcance de los pueblos y las naciones para evitar el terror y prevenir los actos terroristas. Lo mismo que se dice:
“Odiar el delito y amar al delincuente”, se podría decir del terrorista con respecto al perdón. La necesidad de Susanne Gesker de visitar a los jóvenes turcos, presuntos asesinos de su marido para ofrecerles el perdón, muestra simplemente una de las exigencias de una fe viva. Esta sería una implicación sociopolítica de la fe que deberíamos de trabajar los cristianos.
Como resumen y conclusión diría: No sería poco que los cristianos consiguieran crear un clima y una cultura de perdón en el ámbito sociopolítico. Sin duda que ésta sería la mejor aportación a la política que los cristianos podrían hacer en esta área del terror. Sería la mejor forma de exorcizar los demonios del odio y de la violencia. Sería crear incluso un ámbito de sanidad psicológica incluso para las propias víctimas del terror.
Yo estoy convencido que la fuerza del perdón es superior a la de las pistolas y las penas de prisión perpetuas. La fuerza del perdón es infinitamente superior a la de la violencia. Es por eso que los cristianos, ante el tema de la lucha antiterrorista, debemos hacer un esfuerzo por vehicularla especialmente por vías de denuncia, de protesta y viendo las formas menos violentas que pueden llevar, sin odio ni venganza, a un final del terrorismo, porque detrás de los actos terroristas hay personas dignas de perdón y de redención. Así, pues, las líneas de relación, de crear un clima de perdón en el ámbito social y las propuestas de solución pacífica deben estar a la base de las propuestas cristianas al llamado proceso de paz. El uso de violencias acumula más violencia. Es un axioma humano.
La sangre de los inocentes, en este caso las víctimas, no pide venganza, ni revanchas, ni odios, al igual que no las pide la sangre vertida por Jesús. Así, pues, la sangre derramada de los inocentes nunca clama por la generación de ambientes de odio.
Ante el terrorismo se debe trabajar con sabiduría y tenacidad, pero excluyendo estos dos conceptos: venganza y violencia. Es por eso que, quizás, la mejor aportación de los cristianos a las políticas antiterroristas sea ésta: crear un clima de perdón en la sociedad y en el ámbito de la política. Eso también es hacer política. De la buena.
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