La projimidad se puede contemplar de forma individual y personal, amando al prójimo de manera personalizada y concretada en una sola persona, sea de forma asistencial, de integración social o eliminación del sufrimiento de esa persona individual en su aquí y su ahora concreto.
Cualquier persona con la que me encuentre y que me necesite en un momento dado, es mi prójimo.
También, la projimidad se puede ver de una forma más colectiva. El prójimo se nos estructura y presenta muchas veces como grupo. Puedo ver a un conjunto de seres sufrientes, presa de las mismas anomalías de las estructuras sociales injustas, que también se me estructura como prójimo. Anomalías que afectan a colectivos en el terreno de la economía, de la justicia, de la educación o la enseñanza, de la medicina, de la desigual redistribución de bienes en el planeta tierra, de redistribución del trabajo, de los salarios... A esta última forma de ver la projimidad e intentar la liberación de nuestros prójimos atrapados por las estructuras sociales injustas, se le puede llamar projimidad política. Un tipo de práctica de la projimidad totalmente necesaria cuando el concepto de pobreza alcanza tales dimensiones que se puede aplicar a más de medio mundo. La actividad política iluminada por la fe, se enmarca dentro de este ámbito. Los católicos han hablado de “caridad política”, intentando dar a la caridad esa dimensión pública.
Si no practicamos la projimidad política que, obviamente, tiene que asumir toda una voz profética de denuncia de las estructuras injustas, probablemente el concepto de projimidad cristiano quedaría en un mero asistencialismo individual, que aprobamos y que es necesario, pero que debe complementarse con la crítica y el intento de cambiar y mejorar las estructuras sociales que dan lugar a tanta pobreza y tanto sufrimiento que afecta a nuestro prójimo sufriente, de forma colectiva, por la injusticia y opresión que dimana de dichas estructuras malvadas derivadas de los pecados que también acaban socializándose y formando sistemas despojadores y opresores. Es el pecado social, colectivo o estructural que da sentido al concepto, totalmente necesario en la vivencia de la espiritualidad cristiana, de projimidad política.
La misericordia y el amor también pueden circular por los cauces de la política. La ayuda al prójimo puede circular a través de las leyes para inmigrantes, para desempleados, para cuestiones salariales justas, para cooperación social y de redistribución igualitaria de toda la riqueza que los sistemas económicos pueden ir generando. Todo individuo se encuentra inmerso dentro de un entorno sociopolítico que le puede ayudar u oprimir. De esto se dieron cuenta los profetas y Jesús como el último de ellos. Toda la Biblia está llena de ejemplos de intervenciones colectivas de Dios a favor de la liberación de su pueblo. Hacerse un buen prójimo, es también conocer las causas de las disfunciones sociales que lo marginan, lo empobrecen y le hacen sufrir, para intentar corregir y denunciar esas anomalías. Aquí entramos de nuevo en la necesidad del concepto de projimidad política. Hay que cambiar, a través de ella y como buenos prójimos, los valores sociales que están en choque cultural con los valores bíblicos.
Si analizamos las características del mundo, la situación de tantos despojados, y entramos en el análisis de las causas y de las estructuras de poder, nos damos que la vida cristiana no puede ser ajena a los cauces de la política. La fe con el motor que le anima que es el amor, se tiene que preocupar, inexorablemente, por las circunstancias sociopolíticas en que se mueven la vida de tantos marginados, pobres y excluidos. La fe, animada por el amor, se da cuenta de la imposibilidad de prescindir del hecho de circular por los canales sociopolíticos transportando amor y projimidad. Que nadie piense que no está implicado políticamente. Nos implicamos por el simple hecho de ser seres sociales. No nos podemos retirar intramuros de la iglesia y hacer sólo vida de culto, alabanza y oración. El Señor busca el compromiso de los cristianos, que seamos sus manos y sus pies en medio de un mundo de dolor. Y cuando nos metemos por el mundo clamando por justicia e intentando romper estructuras injustas de pecado, estamos expulsando demonios de la vida sociopolítica. Estamos practicando la projimidad política.
Dios no está solamente en medio de la alabanza de su pueblo -que lo está-, sino que también está presente en medio del sufrimiento del mundo. Dios, con su encarnación en medio de un mundo lleno de estructuras injustas, no mora solamente dentro de nuestros corazones -como nos gusta decir a los evangélicos-, ni se recluye en las iglesias. Dios mora en medio del mundo viendo la aflicción de sus criaturas y esperando el compromiso de acción, una acción que también debe ser sociopolítica, de sus seguidores. Se necesita toda una praxis cristiana que no puede prescindir del compromiso político y de ver las formas de integrar en la vida política nuevos valores. La Misión Diacónica de la iglesia no puede dar la espalda al compromiso político. Esta misión tan importante de la iglesia, necesita la visión del concepto de projimidad política para desarrollarse y llegar a hacer de la iglesia una auténtica iglesia del Reino, que vive su fe en compromiso, incluyendo el que le demanda el concepto de projimidad política.
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