La sabiduría de Rahab, Salomón y Josías

Por Doris Alcón Huayta

Gabaón, una ciudad grande como las ciudades reales, donde, un día, se desató la venganza de los hebreos cuando el sol se detuvo y la luna paró su trayecto. También donde Amasa se revolcó en su sangre por la daga de Joab que le penetró de un descuido.

Gabaón fue una ciudad importante porque fueron los gabaonitas quienes ayudaron a Nehemías a reconstruir los muros de Jerusalén y donde se encontraba el lugar alto principal al que el rey Salomón asistía con frecuencia para quemar incienso y ofrecer holocaustos a Dios. No cientos, miles de holocaustos a Dios hasta que su aire se llenaba de nubes de incienso. La Biblia dice que la medida del sacrificio de Salomón fue la medida de su amor a Dios (1R.3:3-4).

La intensidad de su adoración, la intensidad de su pasión. Y aún más, la intensidad de sus deseos: el hombre que adora intensamente a Dios sabe desear conforme al espíritu de Dios. Y vaya manera de expresar ese deseo: en sus sueños: “Pide lo que quieres que yo te dé”, dijo Dios, “Inteligencia, para discernir lo bueno de lo malo”, respondió Salomón.

Se encantó de la sabiduría más que los bienes, el romance, la familia, la vida. Disertó en los palacios, balcones, pasillos y todos lo escuchaban y comprendían sobre la vida. Imposible hablar de Salomón si no es con el lenguaje de la pasión; el adorador es apasionado. Nos retorna el asombro por Dios si lo hemos perdido. Nos descubre  el conocimiento de Dios en las extravagancias de la vida y en sus  simplezas. Nos inclina a la obediencia.

En la mente de este rey todo enseña algo, los arboles dicen algo, los animales dicen, los peces, los reptiles (1R.4:32:34), las faenas de los hombres, sus desvaríos, sus locuras ( Ec.1:17): la  gacela que huye  de la mano del cazador es como el hombre diligente que se abstiene de dormir en tiempo de siembra; la gotera continua en tiempos de lluvia, como la mujer contenciosa; las aguas profundas, como el consejo en el hombre que lo alcanza.

La sabiduría de Salomón fue una constante instrucción. “Toda la creación enseña sobre  Dios”, quería decir. Es detenerse a pensar en lo bueno y en lo malo que trae la vida y, en esa “manía” de reflexionar sobre todo, encontrar las respuestas: ¿Por qué el justo es tratado como injusto?, por la injusticia de los hombres, pero también recibe su bien (Ec.8); ¿por qué debemos esperar en Dios? porque todo lo que Dios hace es perpetuo y bello (Ec.3:11).

“Miré que todas las obras que se hacen debajo del sol es vanidad y aflicción de espíritu” y que hasta la “ciencia es dolor y la mucha sabiduría, molestia” (Ec.1:18), entonces, ¿qué queda al hombre?, la fe en Dios: sin fe en Dios no hay salvación; sin Dios no hay contentamiento: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos porque esto es el todo del hombre (Ecl.12:13). Salomón quiere decirnos que en la riqueza, injusticia o pobreza, si no tenemos a Dios, nada nos puede salvar. La ley de Dios es todo lo que nos queda cuando, al final, todo se nos va.

Desde esta perspectiva –de tener todo en la pérdida–  podemos entender la sabiduría de una mujer que traicionó a su nación. Cuando todo se le vino abajo, sólo le quedaba la ley de Dios. Rahab es un ejemplo del que lo pierde todo, pero la vida no, cuando se confía en Dios. No había visto ni el Mar Rojo partirse ni la caída de Jericó, y creyó en ambos sucesos.

Su sabiduría inviste una fe que además de creer en eso no visto, espera que acontezca lo inimaginable: el fin de Jericó, su rescate. Para lo que es Rahab –una prostituta –, su entendimiento sobre la misericordia de Dios es amplia: “Dios salva al hebreo como al cananeo”; y en esa fe apuesta su vida.

¿Qué puede saber una prostituta sobre la ley de Dios? Rahab lo sabe todo: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Jos. 2:11). Ese es el principio de la ley de Dios: reconocer su potestad; que lo que Dios dice se va a hacer. Digamos así, que la expectativa, un nuevo destino, el milagro de vivir, lo esperaba todo de Dios. Esa es  la fuerza de su sabiduría. Creer y esperar. Amar la vida, amar a su familia. Amar a Dios.

¿Pero sólo desde la esperanza, la pasión, la fe, los deseos, y el amor se puede hablar de la sabiduría? No. Hay que hablar desde el dolor. El “desgarramiento, el llanto, la humillación” fueron el principio de sabiduría del  rey Josías. No hubo otro rey igual que se convirtiera a Dios de todo corazón, ni siquiera Salomón (2 R.23:25). Los reyes habían olvidado la ley de Dios hasta el día de su “desgarramiento”.

Cuando se descubre el libro de la ley escondido en la casa de Dios, Josías escucha al lector, se enternece, llora, rompe sus vestidos, (2R.22). Habían olvidado la ley de Dios; se olvidaron de la pascua. Josías retornó a la pascua. Les devolvió la conciencia de su pasado de esclavos y su libertad. La pascua les recordaba que tenían un pacto con Dios y un deber, el deber de servirlo; olvidarlo les hizo caer en idolatría.

¿Dónde se exhibe la sapiencia de este rey? Precisamente en aquel dolor; el dolor por la desobediencia. Cuando el alma estalla por el pecado, los sentimientos enferman y se derrumba el espíritu; la única salida es volver: hubo una conversión real (2R.23:25). La obediencia inmediata del rey Josías, sin vacilaciones, marcó su gran sapiencia. Y algo más, la vuelta de conciencia de quiénes eran, cómo fueron rescatados y a quién seguían. Josías hizo que aquella ley escondida se volviera otra vez trascendental para todos, de alto valor; les hizo quererlo, obedecerlo de buen corazón. ¿Cuestión de sabiduría? Sí, y de entrega.

Los discursos de la sabiduría dan para más, imposible decirlo en unas cuantas líneas. Cuando se reflexiona en ella, sorprende lo que se puede hallar. Eso confirma la desesperación de Salomón en buscarla como a tesoros, como a la plata, porque así se halla el conocimiento de Dios. Eso es la síntesis de la sabiduría: el temor a Dios, y no viene de los hombres, viene de Dios, y a quien le agrada, se la da.

Doris Alcón Huayta – Literatura y Teología – La Paz, Bolivia

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