Nosotros no vamos a afirmar que el mensaje evangélico o el proyecto del Reino que emerge en nuestra historia con la venida de Jesús al mundo, comporte ideas aplicables a un proyecto político concreto como puede ser la constitución de un partido político.
Muchas veces cuesta mucho trabajo el separar la política de partido de la política global, de la ética política aplicable por encima de los intereses de partido. Por tanto, el Evangelio no nos va a ofrecer un modelo concreto de organización específica para la política partidista.
Los valores del Reino no son aplicables a los intereses de un único grupo de poder. Nadie se puede hacer el custodio oficial de los valores del Reino. Estos valores están por encima de grupos particulares y de intereses de colectivos que se meten en la lucha política de los diferentes ámbitos del poder.
Ningún partido político, ni de derechas ni de izquierdas, responde, de forma total y completa, al proyecto político de Jesús que comporta la aplicación de todos y cada uno de los valores del Reino. Pero tampoco se debe afirmar que haya partidos políticos en los que no puedan militar los cristianos por ser partidos que, conscientemente, rechazan o relegan los valores evangélicos o del Reino de los Cielos. Los valores del Reino están en todos y por encima de todos los partidos políticos, redistribuidos por el mundo e iluminando, más o menos parcialmente, dependiendo del compromiso de los cristianos, la vida política de todos los pueblos.
Los cristianos deben de trabajar para que la vida política en general, superando las concepciones de derechas o de izquierdas, sea impregnada de la orientación, corrección, iluminación, estructuración y sentido que estos valores pueden dar a la política. Los compromisos sociopolíticos concretos que se estructuran en torno a cualquiera de los partidos políticos, pueden ser reorientados desde los valores del Evangelio y de la espiritualidad cristiana. De ahí que sea una ingenuidad pensar si los cristianos deben ser de derechas o de izquierdas como muchas veces ha ocurrido. Los cristianos pueden optar libremente por su opción política y ser sal y luz dentro de ella.
Los cristianos deberían ser elementos de fecundación de cualquiera de los diferentes partidos, de manera que vayan aportando el concepto de projimidad que nos dejó Jesús, tendente al bien común general, de toda la humanidad sin que queden grupos marginados, aislados o excluidos. Los cristianos pueden aportar dentro de los diferentes partidos políticos los horizontes de amor y de solidaridad cristiana en que se poya el concepto de projimidad. Los cristianos pueden ser elementos de esperanza dentro de todos y de cada uno de los partidos políticos de turno, sabiendo que el proyecto político de Jesús, concretado en los valores del Reino, está por encima de todos y de cada uno, y que ningún grupo partidista puede decir que es el que concreta, de forma absoluta, todos los valores del Reino. Eso sería un fanatismo religioso inútil y estéril.
Lo que está claro es que los valores del Evangelio, los valores bíblicos sobre los que se apoya la fe y que le dan vida, no son ajenos a los avatares sociopolíticos de la historia concreta del hombre. Los acontecimientos históricos no son irrelevantes para la fe. La fe cristiana, en todo el contexto bíblico, se realiza en la historia. El pueblo de Dios encuentra a éste, a su Dios, en medio de la historia concreta y en torno a los avatares sociopolíticos a los cuales el Dios de la Biblia no les da la espalda. Nunca la relación con el Dios de la Biblia ha sido una experiencia individualista impregnada de subjetividad. La experiencia de la fe ha sido en relación con los hombres, con su historia, con sus acontecimientos sociopolíticos concretos. El que hace de la fe un elemento privatizante, individualista e insolidario con el hombre que lucha y sufre en medio del acontecer sociopolítico o económico, se aleja de la fe que actúa a través del amor y de todos los valores del Reino. La fe que obra a través los valores del proyecto sociopolítico de Jesús, aunque el proyecto de Jesús que comienza en nuestro aquí y nuestro ahora, con el ya del Reino, se proyecte también en dimensiones de eternidad, de salvación eterna. Pero esta salvación que ofrece el Reino de Dios, que comporta un “todavía no”, una falta de plenitud y compleción, ha comenzado ya en nuestra historia en forma de liberación, búsqueda del bien común y dignificación de las personas.
Nadie debe privatizar la fe ni intentar recluirla entre los cuatro muros de la iglesia. La fe es para ser vivida en compromiso iluminativo de todo el acontecer sociopolítico de nuestra historia concreta. Es así como se puede decir que la fe de los cristianos no es sólo una fe mística desencarnada y ajena a la realidad de nuestro aquí y nuestro ahora, sino una fe que se encarna en la historia concreta de todos y cada uno, una fe que nos compromete incluso a iluminar las políticas de partido para que, entre todos, podamos llegar a conseguir el mayor acercamiento al concepto de projimidad que nos dejó Jesús que considera el amor a Dios y al prójimo en relación de semejanza.
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