En la colaboración que el hombre hacía con Dios en el Huerto del Edén, estaba la función de poner nombre a los animales, a toda bestia del campo y a toda ave de los cielos. Es como si en el nombre fuera la esencia de lo nombrado. Es más, poner nombre es como intentar sacar a las cosas de la no existencia. Esa fue una colaboración del hombre con Dios. Es como si lo no nombrado permaneciera en el reino del no ser, en el reino de la oscuridad y de las tinieblas. Nombrar y guardar memoria, es como un intento de no eliminación definitiva, de pervivencia, de visibilidad. Por eso es justo que haya memoria de todas las víctimas del mundo... y digo bien de todas.
Hay millones de víctimas olvidadas, de las que nadie ha dejado constancia de sus nombres, ni se les recuerda en ningún monumento ya fuera colectivamente o de forma personal. Hay un grupo de víctimas, de holocausto humano de las que parece que el hombre no quiere tener memoria. Es como si deseara que estas víctimas fueran invisibles, que no molestaran, que no interpelaran nuestras conciencias. No se les quiere rescatar del mundo del no ser, no se quiere recordar la infravida en la que vivieron en el no ser de la pobreza y de la marginación.
Hay millones de víctimas que no tienen ningún monumento. Si el del 11M pesa 160 toneladas y mide 11 metros de alto por 8 de ancho en forma de cilindro transparente, construido a base de grandes piezas de vidrio óptico que deja de pasar la luz, el hombre no encontraría vidrio suficiente en el mundo para recordar a las víctimas de la injusticia social humana. Quizás ni siquiera para construir el monumento a los niños que se les ha dejado morir por el hambre o por la falta de medicinas.
Tendría que ser un cilindro tan grande que tocara el cielo y que se tragara toda la luz del sol. De todas formas, parece que el hombre prefiere la no existencia de esos monumentos. Sería demasiado interpelante, fundamentalmente para el hombre del llamado NORTE rico, el 20% de la humanidad que acumula todo tipo de riquezas, servicios, energías e infraestructuras... como si toda la tierra perteneciera a este sector minoritario y voraz. Sector no sólo insolidario ante el grito del pobre y excluido, sino insensible ante este escándalo que roba la dignidad del género humano. No hay monumento para las víctimas de la injusticia y el egoísmo humano. No hay efemérides. No hay nombres... No hay
Memoria. Realmente no existe la
memoria de las víctimas. No de todas. Es tan minoritaria esa memoria, que se podría dar por inexistente.
Sobre las víctimas por el egoísmo insolidario, sobre las víctimas de la injusticia, sobre las víctimas sobre la que se fundamenta el sustancioso suministro de las mesas y de las cuentas corrientes de los acumuladores del mundo, existe un pesado silencio, un silencio que hace cómplices, un silencio que está en clara contradicción con el Evangelio, las Buenas Nuevas a los pobres que trajo Jesús.
De esas víctimas habría que guardar memoria. Yo quiero hacerlo aunque no sepa sus nombres. Son millones de nombres, en todos los idiomas y grafías del mundo. Yo les quiero dar el derecho humano de existir en nuestras memorias. De no olvidarlos. De no reducirlos al silencio de la no vida, de la no existencia. No quiero caer en el pecado de omisión de esta ayuda en memoria de las víctimas. Quizás si las olvidamos, estemos olvidando a Jesús mismo que siempre se acordó de ellos. Por eso dice Jesús en su declaración programática citando al profeta Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres”. Está citando a un profeta y situándose en la línea profética de clamor contra los que oprimen a los huérfanos, a las viudas y a los extranjeros, prototipos de los colectivos marginados del momento.
Así, quisiera dar nombre a todas las víctimas de la injusticia humana, solidarizarme con ellos, no desde la política -a algunos por hablar tan directamente de estos temas los toman por profetas de la izquierda. Nada más erróneo-. Seguir estas líneas proféticas no es hablar desde las izquierdas como algunos, quizás inocentemente, piensan. Esto es una línea bíblica clara que yo reivindico, aunque me caigan calificativos o trajes, a veces políticos, que yo no me quiero apropiar ni poner.
Yo quiero que mi traje y mi adjetivo, sea únicamente el de la solidaridad, el compromiso con los que sufren y el amor al prójimo. En esta vivencia de la espiritualidad cristiana no hay izquierdas, ni derechas, ni centro. Únicamente espiritualidad vivida en el seguimiento a Jesús. Esa es mi política. La que también confesaré en la eternidad.
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