Quizás los que ahora lloran, serán los que finalmente van a poder reír con una risa liberadora y sana.
En el mundo hay muchos que ríen de forma insolidaria. Para ellos es la malaventuranza, uno de los “ayes” bíblicos: “¡Ay de vosotros los que ahora reís!, porque lamentaréis y lloraréis”, Lucas 6:25, pero en el mundo también están los que lloran. Muchos sufrientes hay en el mundo, despojados, maltratados, empobrecidos, enfermos, apaleados y tirados al lado del camino. “Bienaventurados los que lloran”, dice de ellos el Señor. Este llanto de las bienaventuranzas, según San Lucas, es un lamento que se opone a los que en el mundo ríen, aunque, algún día, estos que expanden su hilaridad de espaldas al llanto de los sufrientes de la tierra, lamentarán y llorarán.
¡Cuánto llanto hay en el mundo! Millones y millones de personas, hundidos en la opresión, en la pobreza y en el robo de su propia dignidad, lloran en el seno de nuestro planeta tierra. Muchos injustamente tratados, abandonados, despreciados por miles de circunstancias, sea de raza, color, situación social o económica. En el Evangelio de San Lucas, la bienaventuranza no es solamente para los que lloran por causa del Evangelio, sino para aquellos que están en ese llanto ante la falta de misericordia de muchos que ríen de espaldas a su llanto. Para estos insolidarios no hay bienaventuranza, sino una malaventuranza, un “ay” bíblico de condena. Bienaventuranzas y malaventuranzas o “ayes”, permanecen juntas en Lucas 6.
No, en las malaventuranzas, los que se ríen tampoco es porque se rían del Evangelio, que lo harán, sino porque su risa es injusta e insolidaria contra el prójimo sufriente. Las bienaventuranzas y las malaventuranzas, escritas consecutivamente por el Evangelista, hacen una contraposición clara: Los que ríen contra los que lloran. Una visión triste del mundo, de la historia, incluyendo nuestro aquí y nuestro ahora en el que nos ha tocado vivir. Los que ríen enseñan sus dientes y sus burlas ante los que lloran, los que lloran, muestran sus lágrimas ante la indiferencia o la risa de los que ahora pueden reír, pero esto no será siempre así. En Dios hay justicia. Quizás los que ahora lloran, serán los que finalmente van a poder reír con una risa liberadora y sana.
Ruidos de llanto. Sollozos angustiosos que deberían poner los pelos de punta a los que, insolidariamente, ríen. Sin embargo, la bienaventuranza es para los que lloran con un llanto que, quizás, tiene su origen en el egoísmo de los que ahora pueden reír. Sin embargo, Dios no quiere el llanto de sus hijos. El Todopoderoso llora con ellos, asumiendo su sufrimiento y sabiendo que ese llanto no será eterno. El llanto de los pobres no tiene que ser, en sí mismo, un valor espiritual ni bueno. Nadie podrá decir que el llanto de los pobres sea un valor deseable. Es la consecuencia de la insolidaridad humana, de muchos hombres despojadores que ponen en sus casas la escasez de los pobres, como dice la Biblia.
No. No creáis que vamos a ensalzar el llanto para poder. Así, alcanzar la bienaventuranza. El gozo, el regocijo, la alegría, la exaltación de la vida abundante, son valores bíblicos. No hay que buscar el llanto para llegar vencedores al más allá. La bienaventuranza se refiere al llanto de los oprimidos, de los abusados, de los injustamente tratados por su opuesto: los que, insolidariamente, ríen o, si se quiere, se ríen con prepotencia del prójimo en debilidad.
El llanto no hay que buscarlo. No se trata de mortificaciones, cilicios, cenizas o penitencias. Se trata del llanto de los desvalidos que son abusados y despojados por aquellos que se creen, de forma prepotente, los triunfadores de la historia. Ya tendrán su pago, pues Dios es justo. Al contrario, los que viven la auténtica espiritualidad cristiana, deben ser manos tendidas, manos cariñosas y diligentes, manos de buen prójimo, capaces de limpiar las lágrimas de los oprimidos.
¡Cuántas lágrimas, Dios mío! ¡Cuántas lágrimas en este mundo lleno de injusticias! ¡Cuánto llanto! ¡Cuánto llanto en un mundo con focos de pobreza, de maltrato, de robo de dignidad y de vida abundante! Pensad en las lágrimas de los pobres, de los refugiados, de los que son víctimas del racismo, de las mujeres que forman ese núcleo llamado “feminización de la pobreza”, cuántas lágrimas de los niños con los que se trafica sexualmente, lágrimas entre la trata de mujeres, los niños que pasan hambre, los que no tienen acceso a medicinas ni vacunas. ¡Cuántas lágrimas, Dios mío!
Señor: Que nosotros no estemos entre los causantes de esas lágrimas, que no seamos despojadores, acumuladores hasta la injusticia, personas que ríen impregnados de maldad y egoísmos humanos, pasando indiferentes ante el grito y el llanto de tantos prójimos nuestros. Tened por seguro que Dios no es indiferente a estas lágrimas, que, de alguna manera, llora junto a las víctimas del mundo y que, además, nos pide que, si somos sus seguidores, sepamos enjugar las lágrimas de nuestro prójimo injustamente maltratado. Señor, que sepamos en empatía solidaria, llorar con ellos, para que, algún día, los que lloramos en la tierra, podamos gozarnos con risa santa en tu presencia.
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