Amsterdam ha estado particularmente lluvioso este verano. Desde que estudié en este país, no había visto caer tanta agua a todas horas. Las masas de turistas que normalmente recorren la ciudad en estas fechas, buscan ahora refugio en los cafés alrededor de los canales y museos, que invitan a pasar “Un verano con Rembrandt”. Las celebraciones de su aniversario incluyen exposiciones en Ámsterdam y La Haya, donde voy de una librería a otra, buscando libros sobre el pintor. Finalmente encuentro uno.
Cuando uno lee la biografía de Rembrandt, cuesta encontrar rasgos que resulten característicos de la vida de un verdadero cristiano. Ya que su moralidad, en general deja bastante que desear, como demuestra su convivencia fuera del matrimonio. Lo extraño es que sin embargo,
difícilmente podemos encontrar en la Historia, un artista más claramente inspirado por la Biblia que Rembrandt. Esta es una paradoja, que ha fascinado a muchos de los estudiosos de su obra, que han llegado a la conclusión que pocas sociedades como la holandesa, parecen haber tenido tanta influencia de la Biblia, como la cultura que nace del protestantismo reformado del siglo XVII. Rembrandt es en este sentido, un fruto de su tiempo.
HOMBRE DE UN LIBRO
La gracia de Dios brilla en la obra de Rembrandt, porque reconoce su propia culpa. Con el antiguo cántico espiritual negro, se pregunta dónde estaba él cuando crucificaron a Cristo. Y no tiene duda que él está entre los verdugos… Sus personajes bíblicos, como Sansón, muestran una vulnerabilidad a años luz de la tradición iconográfica católica. La tragedia en los ojos de Betsabé (1654), nos hace olvidar incluso la belleza de su cuerpo. Su autorretrato, como si fuera el apóstol Pablo (1661), nos lo muestra como “un vaso de pecado y objeto de salvación, un pecador cualquiera”, observa Simon Schama. Es el cuadro de compasión y gracia, que maravilló a Henri Nouwen, inspirando su famoso libro sobre
El regreso del hijo pródigo.Es cierto que no se sabe mucho de su vida personal. Su legado literario no consiste más que en siete cartas de negocios, documentos legales, certificados de bautismo y entierro, así como escrituras de propiedad. Su obra sin embargo incluye unas setecientas pinturas, unos trescientos grabados, así como muchos dibujos y bocetos. Rembrandt nació en 1606, en la poderosa y rica ciudad de Leiden. Era el sexto de siete hijos. Su madre, a juzgar por su famoso retrato, parece que era una mujer culta, que leía la Biblia. Se supone que fue por medio de ella que conoció la Escritura y tuvo acceso a una educación superior, llegando a estudiar en la Universidad.
Aprendió a pintar temas de arquitectura, mitología e historias de la Biblia, influido particularmente por la técnica de claro-oscuro de Caravaggio. En 1625 se establece en Leiden como un artista independiente. Sus autorretratos de aquella época le muestran como un joven de rasgos duros. No será hasta 1631, que se traslada a la capital cultural de Holanda, Amsterdam, casándose tres años después con la rica heredera, Saskia, que muere en 1642, después de dar a luz a su hijo Tito. Ese año pinta un grupo de milicianos voluntarios en su conocida guardia nocturna, considerada hoy una obra maestra. La última etapa de su vida va a tener grandes dificultades económicas, teniendo que vender muchas de sus cosas, excepto su Biblia…
LA BIBLIA DE REMBRANDT
Rembrandt trabajó también el paisaje, como la mayor parte de los artistas calvinistas holandeses del siglo XVII, pero es particularmente conocido por sus grabados de tema bíblico. Sus personajes se van haciendo con el tiempo cada vez menos dramáticos. Es la época de los discípulos de Emaús, la bendición de Jacob y la mujer sorprendida en adulterio. Son figuras serenas, inspiradas por una de las pocas posesiones que el artista mantiene hasta el final de su vida, la Biblia, además de una edición de la
Historia de los Judíos de Josefo. En ese sentido Rembrandt es
homo unius libri, “hombre de un libro”, que le acompaña hasta su muerte, en 1669...
Los modelos que Rembrandt suele usar para sus personajes bíblicos suelen ser a menudo judíos que viven en el barrio, donde tiene su taller. Aunque algunos no lo parezcan, como la mujer rubia de Potifar, que no tiene nada de egipcio. Sus ropas son las habituales del siglo XVII, aunque Adán y Eva aparezcan desnudos, como una pareja de mediana edad, con un aire casi Neandertal (1638). Cristo aparece sólo doce veces, ya que en la tradición protestante los motivos religiosos no son objeto de devoción, sino una ilustración o expresión de fe personal.
Rembrandt era miembro de la Iglesia Reformada holandesa, aunque tuvo también relación con los menonitas. No tenía intereses teológicos, pero era un protestante convencido, amante de la Palabra de Dios.
LA GRACIA DE CRISTO
Hacía el final de su vida, Rembrandt representa un Cristo especialmente humano. Su idea de la encarnación no es una deificación de la naturaleza humana, sino un acto de amor divino, que muestra su poder y su gloria, solamente por la fe. Atiende por eso a la visión profética de
Isaías 53, en que Dios toma la forma de Siervo. Aparece despreciado y afligido, a los ojos de los hombres. Su humillación en la carne es como un velo que esconde su majestad. Esto llega a su culminación en su visión de la cruz, en la que llega a retratarse él mismo como uno de los que le crucifican. Lo mismo hace en el apedreamiento de Esteban (1625), donde aparece como testigo, verdugo y víctima. Puesto que todo este sufrimiento es por causa nuestra…
Nos guste o no, hay una visión claramente protestante de la realidad en artistas como Rembrandt, así como en muchos de sus contemporáneos holandeses del siglo XVII, que no encontramos en ninguna otra parte de Europa. Su cultura fue transformada de tal forma por la Biblia, que un católico como Jan Van Goyen hace unos paisajes que responden más a la visión bíblica de la naturaleza, que a su fe personal. Tal vez esto es una ilustración de cómo el cristianismo puede ser sal en la sociedad, produciendo unos frutos que van más allá de la conversión de individuos, que aceptan a Jesucristo como su Señor y Salvador. ¿No será esto también un fruto de su Espíritu? Cuando hay un genuino avivamiento, ¿no debería cambiar también la cultura, transformando la actitud ante el trabajo, el dinero, la naturaleza y la realidad misma?
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