Tenemos un peligro si nos dejamos moldear por los valores sociales de hoy, que se viven en las sociedades modernas de bienestar individualista, en contracultura con los valores del Reino.
Es importante tener cuidado para que, los que nos llamamos cristianos, no caigamos en la vivencia de un cristianismo de autoconsumo, de búsqueda de cierto disfrute y de ciertos niveles de bienestar de tipo consumista, sino buscar siempre la práctica de una espiritualidad cristiana comprometida con el mundo, con el prójimo. Tenemos un peligro si nos dejamos moldear por los valores sociales de hoy, que se viven en las sociedades modernas de bienestar individualista, en contracultura con los valores del Reino o con los valores bíblicos en general.
Algunos, en nuestras modernas sociedades, pueden pensar que vivir el cristianismo es una manera de sentirse bien, de estar algo más gozoso, sentirse más realizado y con un cierto estatus de vida más placentero, relajado y cómodo que, en muchos casos nos lleva a una despreocupación del prójimo y de las problemáticas sociales del mundo en el que Dios nos ha puesto, intentando la vivencia individualista o, en su caso, también para los nuestros, en el que lleguemos a niveles de bienestar y comodidades insolidarias.
Es curioso, que en estos planteamientos, se puede caer en el error de la búsqueda de bienestares espirituales de forma insolidaria e impregnados de un fuerte individualismo en donde, para nada, cuenta nuestro prójimo sufriente, ni las estructuras socioeconómicas o de pecado injustas que hacen sufrir a muchos y que oprimen y despojan a más de media humanidad. Pues bien: eso son temas cristianos que no deben ser ajenos a la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana. Leed a los profetas y reflexionad sobre las enseñanzas de Jesús que, de una forma clara, entronca con la línea profética.
Nuca, vivir la fe y la experiencia cristiana, debe buscar, de forma individualista, el acallar nuestras conciencias por omisiones de ayuda, eliminar la interpelación que nos puede venir a nuestras vidas y sensibilidades, frente a las problemáticas del prójimo y nuestra inactividad insolidaria, buscando los niveles adecuados para sentirse bien y gozoso. Eso no es vivir la auténtica espiritualidad cristiana que siempre se da en compromiso con el prójimo y en solidaridad y promoción humana de las personas, especialmente los más débiles. No vivimos el cristianismo para sentirnos más o menos a gusto y satisfechos en la pasividad de la ausencia de compromiso y servicio.
La vivencia del cristianismo no está solamente en la línea de vivir vidas piadosas que ordenen la vida familiar o ciertos comportamientos que nos den buena reputación. No es intentar vivir afectos entre hermanos ni otros bienestares psicológicos. Un hecho indispensable para vivir la espiritualidad cristiana es ser una mano tendida al prójimo en compromiso total que, incluso, nos debe llevar a la denuncia social de las problemáticas que oprimen al prójimo, y a la búsqueda y práctica de la justicia, así como de la misericordia.
Por eso, no nos dejemos llevar por individualismos insolidarios que imperan en nuestra sociedad y que, en muchos casos, se venden como buenos y, además, entran en nuestras iglesias para invitarnos a que vivamos como los que no tienen esperanza. El individualismo actual, tiende a que nos sintamos bien, aún pasando de largo de la mano tendida hacia nosotros demandándonos ayuda. Una barbaridad si se quiere practicar el seguimiento al Maestro que anduvo por la tierra haciendo bienes.
Pregunta: ¿Nos molesta que nos saquen de nuestros niveles de comodidad, de nuestro acallamiento de las interpelaciones que el prójimo necesitado nos hace y que, a su vez, nos recuerden nuestros deberes de projimidad? Hay que tener cuidado. Dios quiera que seamos fieles y, también, que seamos capaces de vivir un cristianismo comprometido con Dios y con el hombre, con el prójimo. Que no nos dé miedo el compromiso si, realmente, somos seguidores y discípulos de Jesús. Nuestro ejemplo de compromiso y de servicio.
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