El camino de Dios es ambivalente, dependiendo de la actitud del sujeto.
Se define la ambivalencia como la cualidad que se presta a dos interpretaciones o valoraciones diferentes, pudiendo tratarse de una condición intrínseca que algo tiene o de una condición añadida, calculada para alcanzar determinados fines. En este segundo sentido la ambivalencia no es más que un artificio creado para eludir la precisión o claridad, a fin de no quedar comprometido a una sola opción y tener la posibilidad de abrazar cualquiera de dos alternativas enfrentadas, en el caso de que falle una. Se trata de un recurso del que se echa mano, cuando lo que importa es apuntarse al caballo ganador, sea el que sea.
Esa clase de ambivalencia necesita de su hermana la ambigüedad y tiene como primo hermano al fingimiento, que a su vez es consanguíneo con la hipocresía, siendo todos ellos parientes de la astucia y el cálculo. De lo que se trata es de salir adelante y en un mundo plagado de mortales peligros, la ambivalencia viene en ayuda de su solicitante para procurarle una escapatoria airosa. La ambivalencia es muy solicitada en la vida pública, habiendo maestros que la han convertido en todo un arte, al poder sostener algo y su contrario, dependiendo de las circunstancias, tiempo o lugar, según convenga.
Pero existe otra clase de ambivalencia, la cual es esencial a la naturaleza de una cosa. En el mundo de la física se la encuentra por doquier, como en el caso del magnetismo, en el que una sola pieza de cierto metal es portadora de dos polos de signo contrario, o el de la electricidad, donde un metal conductor es recorrido por las cargas positiva y negativa. El mundo físico no funcionaría sin esta clase de ambivalencia. Los múltiples beneficios que se desprenden de la ambivalencia natural tienen aplicaciones bien prácticas, como el caso del veneno de una serpiente, del que se extrae el antídoto para ese mismo veneno.
Hay un tweet de Dios que recoge la existencia de la ambivalencia en el campo moral y es el que dice: ‘El camino del Señor es fortaleza al perfecto; pero es destrucción a los que hacen maldad.’ (Proverbios 10:29). Antes de nada, es preciso aclarar que, a diferencia de la ambivalencia que es sinónimo de falsedad y disimulo, este texto expone una clase de ambivalencia necesaria y justa, sin la cual daría lo mismo vivir de una manera que de otra. Estamos aquí, pues, ante la que es fundamental, porque no solamente dirime y distingue entre lo bueno y lo malo, sino que remunera a lo uno y a lo otro. Esta necesaria ambivalencia echa abajo a la que es mero oportunismo o algo peor. Una sola cosa, el camino de Dios, es ambivalente, dependiendo de la actitud del sujeto.
Ese camino de Dios es la vía señalada por él para andar por la vida y alcanzar el fin más excelente y que está más allá de esta vida presente. En contraposición a tantos caminos que los hombres han ideado en sus imaginaciones y que son escabrosos y acaban en la ruina, el camino de Dios está pavimentado con la firmeza de la verdad, de modo que quien lo recorre anda en confianza por el mismo, porque tiene la estabilidad que solamente lo verdadero puede aportar.
La primera parte del tweet enseña lo que ese camino es para el perfecto. Es necesario aclarar que cuando aquí y en otras partes se habla del perfecto no se quiere decir el impecable, porque de ser así el provecho que supone ese camino no sería alcanzable para nadie. Más bien, se refiere a quien habiendo sido puesto en ese camino, desea con todo su corazón amoldar su vida al mismo. Se trata de una intención recta y sincera, por la cual no existe una meta más suprema que no sea andar en tal camino. Es decir, hay una integridad en la disposición a no salirse de esa senda, para lo cual el caminante se emplea a fondo, sabiendo los múltiples desvíos, tropiezos y obstáculos que se presentan a lo largo del recorrido. Pero aun con toda su resolución y dada la debilidad de la naturaleza humana, el perfecto o íntegro es consciente de que necesita momento a momento la ayuda y gracia de lo alto para perseverar, por lo cual clama, implora y se humilla, siendo parte tanto su resolución como su clamor de ese camino de Dios.
El camino de Dios es fortaleza para el de corazón íntegro, porque sus principios y verdades vienen a corroborar y confirmar lo que ya ha creído y recibido, de modo que le ratifica y estimula a seguir adelante, sabiendo que está andando por la única vía segura. Esa fortaleza que le provee es preciosa en tiempos de debilidad y tribulación, porque es el apoyo al que se agarra y mediante el cual vence en todas las contingencias.
En cambio, ese mismo camino de Dios es la peor pesadilla imaginable para los que se empeñan y persisten en lo malo, esto es, en sus propios caminos. Lo más precioso, se convierte en lo más horroroso y lo más deseable, en lo más aborrecible. Porque al seguir su propio camino ha quedado trastocado totalmente el sentido de discernimiento moral, de modo que ensalzan lo abominable y detestan lo admirable. De esa manera, el camino de Dios acaba siendo el terror y la ruina definitiva de los que se complacen en sus propios caminos.
Los tortuosos caminos de los hombres son ambivalentes, con esa clase de falsa ambivalencia que es propia de la confusión, el engaño y el error. El recto camino de Dios es ambivalente, con esa clase de verdadera ambivalencia que es salvación para unos y perdición para otros. ¿En cuál de ellos estás andando tú?
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