Es por eso que los cristianos no deben perder de vista la sociedad y sus estructuras de pecado como un punto de referencia para su evangelización. Por tanto, el creyente, y muy especialmente los que están en una posición de liderazgo, deben hacer un examen y un estudio de la realidad social y política para actuar siempre en consecuencia. No en vano se ha dicho que los predicadores deberían tener la Biblia en una mano y el periódico en la otra. Sería el intento de encarnar el mensaje en la cruda realidad, contextualizar e inculturar el mensaje. Pero, además, debe de hacerlo de una forma crítica y, lógicamente, desde el prisma de los valores del Reino. Esta acción crítica sería la que nos iría conduciendo al seguimiento de los profetas, y de Jesús como el último de ellos, así como a los temas de la denuncia social que tanto practicaron Jesús y los profetas desde sus valores que emanaban de las orientaciones y mandatos del Padre.
Un cristiano no se concibe en la Biblia como un ser separado para la alabanza y el culto dentro de las cuatro paredes del templo, sino que, más bien, es un ser lanzado al mundo con un mensaje y unos estilos comprometidos de vida. Es un agente de liberación, dentro de ese proyecto de Jesús de liberación integral. Es por eso que los cristianos deberían ser un fermento especial, aunque molesto a veces, dentro de las instituciones públicas. Es verdad que hoy, en un mundo un tanto secularizado, aunque no tanto como se ha pensado en ocasiones, hay que respetar la autonomía y toda la regularización interna a la que tienen derecho todas y cada una de las instituciones seculares. Hay que respetar, también, a los gobiernos no confesionales, laicos, que tienen que legislar para las minorías, y entender que no se puede imponer que los gobiernos legislen con arreglo a un proyecto político cristiano.
A veces no estamos siendo el fermento necesario dentro de las instituciones y de la vida pública, pero reaccionamos desde fuera, bruscamente, cuando la ley o el proyecto político, dado desde las instituciones seculares, no se adapta a los valores bíblicos que nosotros profesamos. Los deberíamos haber profesado, con anterioridad, en contacto con la sociedad y sus instituciones de todo tipo, siendo un fermento que va leudando la masa social de forma constante. La voz del creyente no se restringe a un grito aislado de vez en cuando. La voz del creyente tiene que ser diaria, continua, incansable, comprometida y en contacto con la realidad social a la que debe servir y, a su vez, denunciar o criticar.
Para los cristianos en el mundo no tiene que haber una forma de vivir en la iglesia y otra en la sociedad. No hay una separación entre los valores religiosos que vivo y profeso dentro de las cuatro paredes de la Iglesia y los valores que debo vivir en contacto con la sociedad, a la que debo examinar y conocer para vivir comprometido con ella y con las víctimas que la propia sociedad genera en sus diversos ámbitos. La espiritualidad cristiana que se vive o intenta vivir dentro de la iglesia, una moralidad impregnada de valores éticos y morales que dimanan del propio texto bíblico y de las parábolas del Reino que nos dejó Jesús, junto a sus compromisos, hechos y estilos de vida, debe ser vivida también extramuros de las iglesias, con una preocupación especial por las problemáticas sociales, los pecados estructurales que marcan a las diferentes sociedades y por los débiles, marginados y oprimidos del mundo.
Así, los valores del Reino de justicia, dignificación de las personas, de solidaridad y compromiso, de rescate de los últimos y proscritos, de justa redistribución de bienes, de preocupación por los desocupados que no encuentran su sitio en el mercado laboral, por las minorías proscritas, la paz, la libertad y tantos otros valores que derivan de los imperativos éticos de la fe o de la propia espiritualidad cristiana, hay que vivirlos en medio del mundo, buscando no solamente una salvación desencarnada para el más allá, sino, también, una salvación en forma de liberación integral que abarque tanto al alma como a al hombre en su aquí y su ahora en medio de un contexto social determinado.
Eso es liberación integral. De ahí que el cristiano pueda ser sal y luz, con unos valores que, a veces, son contracultura dentro de nuestras sociedades, pero que son los valores del Reino, deban, también, estar dispuestos a participar tanto en política, incluyendo la participación en los partidos políticos, como en ONGs, como en asociaciones cívicas, culturales, económicas, Parlamentos o tareas de gobierno.
Todo esto puede estar dentro de un trabajo o un proyecto de liberación integral de las personas, sin perder de vista que somos ciudadanos de dos mundos y con vocación de eternidad, pero siempre a favor de una vida en una sociedad temporal que debemos de intentar que cada vez sea más justa y fraterna siguiendo el proyecto de Jesús: el acercamiento del Reino de Dios a los hombres.
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