Quizás ésta sea la base de toda la preocupación profética por los débiles, de toda su denuncia de los que hacen violencia contra ellos. Un deber ético cristiano, en línea con el concepto de projimidad que nos deja Jesús, es el de hacer presente a la víctima, presencia no solamente en el ámbito eclesiástico, en las predicaciones de los pastores, en nuestras oraciones, en nuestros cantos y en nuestra evangelización, sino en el ámbito de las estructuras sociales y políticas en las que nos movemos.
Necesitamos hacer presentes a las víctimas, a los asesinados, a los excluidos de los diferentes sistemas sociopolíticos, económicos y culturales, a todos aquellos que son olvidados o que se mantienen, de alguna manera, crucificados a espaldas no solamente de los poderosos, sino de la generalidad de los integrados en las estructuras injustas. En medio de estos integrados, de espaldas al dolor de los olvidados y excluidos de la historia, se encuentran muchos de los cristianos del mundo. Se está faltando al deber de projimidad cuando se aprueba la exclusión o la ausencia de las víctimas, cuando se mantiene un silencio ante el escándalo que supone la pobreza del mundo, ante el olvido de los oprimidos, de los privados de vida y libertad, ante el silenciamiento del grito de los desposeídos de la historia, de las víctimas inmoladas por la fuerza de las diferentes estructuras de poder... o de terror.
Algunos han hablado de una teología de ausencias. Una teología de ausencias, quizás para conseguir que se den en la vida de la iglesia ciertas presencias necesarias y urgentes. Ausencias de olvidados y proscritos, excluidos de dignidad, patrimonio o de vida, que deberíamos estar intentando que fueran presencias reales en nuestras congregaciones, quizás para, después, poderlos sacar en auténtica y santa procesión, al seno de las estructuras sociales, políticas y económicas. Es así como el hecho religioso podría ser una resistencia política ante la injusticia y la opresión de los débiles del mundo. Una resistencia ante la violencia y el terror. Por eso, junto al canto de alabanza al Creador, debería estar el canto que intenta hacer presente al olvidado, al despojado, al que le han robado su dignidad o su vida. Esta debería ser la forma en que la iglesia se confronta en protesta contra la injusticia política y económica que olvida a más de media humanidad, en protesta contra los religiosos que quieren tener presente al Dios Todopoderoso, mientras se olvida del hombre despojado, reducido al no ser o tirado al lado del camino. ¡Terrible paradoja satánica!
La Iglesia tiene que mirar, al igual que hizo el buen Samaritano, hacia aquel que está apaleado, robado al lado del camino, humillado o asesinado. Debe cogerlo en brazos y mostrarlo a los sumos sacerdotes del capital, de la política y del credo religioso. Ese escándalo del mundo no se debería callar. Es un escándalo que aleja de ese inframundo al propio reino de Dios mismo. Se necesita una teología de las víctimas que nos acerque el “otro mundo” que no es, ni más ni menos que el “mundo del otro” al que no tenemos que olvidar y hacer presente en medio de todo tipo de estructura de poder.
Es así como la religión llega a ser, de una manera no buscada, resistencia política, resistencia socioeconómica, resistencia cultural, resistencia contra el terror. Ese debe ser un papel central de la misión de la iglesia. Ésta no es un club de consuelo y de goce insolidario personal, mientras nos callamos ante el sacrificio de las víctimas del mundo. La Iglesia debe ser siempre resistencia y contestación ante el silencio e injusticia de tantos sistemas, siempre a favor de la vida del otro, de la víctima, del que se han robado sus posibilidades de vida plena y abundante. ¡Cuántas víctimas olvidadas hay en el mundo! Quizás porque más de media humanidad son víctimas del terror de los poderosos, pues el terror no sale siempre de las pistolas o las bombas. El cristiano está llamado a rescatar esa vida y hacerla presente, de forma radical, en medio de las estructuras eclesiales, políticas y socioeconómicas. Así, la Teología de las Ausencias, es simplemente la Teología de las Víctimas que necesitan que alguien les ayude a hacerlas presentes en medio de todos los ámbitos de nuestra historia.
El cristiano se convierte así, siguiendo los pasos de Jesús, en un rescatador de vidas marginadas, robadas y apaleadas y reducidas al no ser de la marginación... o rescatador de la memoria de los que han sido privados de la vida. Rescatador de víctimas cual buenos samaritanos, buenos prójimos que son aprobados por Dios:
“Por mí lo hicisteis, benditos de mi Padre”, sería la respuesta aprobatoria de Jesús. Un Jesús que también forma parte de la resistencia sociopolítica y económica del actual sistema de cosas, poniéndose del lado de todas las víctimas del mundo. Posicionamiento que favorece el que podamos hablar de la posibilidad de una Teología de las Víctimas.
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