Ester

El libro de Ester tiene cuatro protagonistas principales, aunque no únicos: El rey Asuero, la reina Ester, Amán y Mardoqueo.

De Asuero ya me ocupé en el artículo de la semana pasada, cuando escribí sobre la reina Vasti.

Amán era primer ministro del rey Asuero. El ceremonial persa establecía que todos los príncipes y funcionarios de palacio, entre los que figuraba Mardoqueo, deberían inclinarse y arrodillarse ante Amán. Así lo hacían, porque eran persas, pero Mardoqueo, de religión judía, se negaba. Por esta razón Amán lo odiaba. La pugna entre Mardoqueo y Amán era constante. En la intimidad de su casa, rodeado de amigos, Amán contó a su mujer, Zeres, los problemas que tenía con Mardoqueo. La respuesta de Zeres ha sido certificada a lo largo de siglos hasta el día de hoy: “Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has comenzado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él”.

Así ocurrió. Amán preparó una horca para colgar a Mardoqueo y el ahorcado fue él.

Mardoqueo era judío, de la tribu de Benjamín. Su familia había sido desterrada por el rey Nabucodonosor en la primera deportación de judíos el año 598 antes de Cristo. En los días del rey Asuero vivía en Susa, capital del imperio y residencia real. La Biblia no cuenta cómo un judío pudo ir escalando hasta introducirse en palacio. Pero nada de extraño.

Cuando Asuero repudió a su esposa Vasti los consejeros del rey ordenaron que se le buscaran por todas las provincias del reino “jóvenes vírgenes de buen parecer”. Aquí interviene Mardoqueo. Vivía en su casa una prima suya a la que había adoptado como hija llamada Ester. Después de aleccionarla hasta en los más íntimos detalles, la presentó al concurso de mujeres, que estaban al cuidado de un eunuco llamado Saasgaz. Mardoqueo le había dicho que cuando le llegara el turno de comparecer ante el rey “no le declarara su nación ni su pueblo. Y Ester hacia lo que decía Mardoqueo, como cuando él la educaba”.

Las elegidas fueron pasando ante el rey mañana y tarde. Mardoqueo se había ocupado en despertar las simpatías de los consejeros hacia Ester. Hoy habría sido un buen agente de publicidad. De aquí que diga el texto bíblico que “ganaba Ester el favor de todos los que la veían”. Cuando llegó a ella el turno de comparecer ante el rey, versículo 17 del capítulo dos, dice: “El rey amó a Ester más que a todas las mujeres, y halló ella gracia y benevolencia delante de él más que todas las demás vírgenes; y puso la corona real en su cabeza, y la hizo reina en lugar de Vasti”.

Así fue como por la astucia alcahuetera de Mardoqueo una mujer judía llegó a ser reina de los persas.

Debo decir y digo que la presencia del verbo transitivo amar en el 2: 17 no responde a una realidad: “El rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres”. ¿A que mujeres se refería el cronista? Sin duda a las que desfilaron antes aspirando al trono. ¿Las amó, tratándose de la primera vez que las veía? ¿Amó a Esther nada más conocerla? Imposible. El amor es un progreso. Va desde el no ser hasta la altura del ser a medida que hombre y mujer se van conociendo y pasan tiempo juntos. El literato inglés Benjamín Disraeli dejó escrito que “no hay amor en el que se produce de repente”. Si yo hubiera escrito el libro de Ester habría sustituido el verbo amar por el también transitivo agradar. Al rey debió haberle agradado la contemplación de tanta belleza junta. Pero hay diferencia entre ambos verbos. El agrado surge de la vista, el amor tiene su asiento en el corazón. Este capítulo de Ester no sublima el amor humano. Además, hay un apunte en el 4: 11 donde Ester dice a Mardoqueo que después de su entronización no había “sido llamada para ver al rey en 30 días”. Un amor como el que Asuero dijo sentir por Ester cuando la conoció, ¿puede resistir 30 días sin ver a la que supuestamente reinaba en su corazón, aún viviendo ella y él tan cerca, bajo el mismo techo de palacio? Sólo son preguntas.

El odio que Amán profesaba a Mardoqueo lo extendió a todo el pueblo judío. Acudió al rey, al que tenía libre acceso en virtud de su cargo. Le dijo: “Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus leyes son diferentes de veras de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y al rey nada le beneficia dejarlos vivir: si place al rey, decrete que sean destruidos”.

La orden del rey estaba a punto de cumplirse. “Fueron enviadas cartas por medio de correos a todas las provincias con la orden de destruir, matar y exterminar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, en un mismo día” (3: 13).

El holocausto 25 siglos antes de Auschwitz.

Hitler nacido en Persia y renacido en Austria. 

Mardoqueo, enterado de la orden que decretaba la muerte de los judíos rasgó sus vestiduras y vertió ceniza sobre su cabeza, según la costumbre del luto judío. Por medio de eunucos comunicó a Ester la cruel orden y le pide que hable con el rey. Ester responde que no puede entrar al rey sin haber sido llamada por éste. Pero se arriesga. Se finge enferma y apoyada en dos de sus doncellas comparece ante su esposo, quien la recibe con muestras de cariño y le pregunta cuál era su petición. Ester calla. Invita al rey a un banquete y le pide que vaya también Amán. Vuelve Asuero a preguntar a Ester qué le ocurría. Cuál era su petición. La reina continúa ocultando el verdadero motivo y anuncia otro banquete para el día siguiente, con el ruego de que no falte Amán. Volvió a preguntar el rey a Ester: “¿Cuál es tu demanda? Aunque sea la mitad del reino te será otorgada”.

Entre llantos Ester puso al rey al corriente de lo que se tramaba contra los judíos, su pueblo. El monarca preguntó por el nombre de la persona que había urdido semejante matanza. “Ester dijo: El enemigo y adversario es este malvado Amán”. Sorprendido, el rey abandona el banquete encendido de ira y se va al huerto de palacio. Amán suplica a Ester por su vida. Aturdido cae sobre el lecho en que estaba Ester. En ese preciso momento regresa el rey y al contemplar la escena dice a Amán: “¿Querrás también violar a la reina en mi propia casa?”.

Amán fue ahorcado en la horca que él había preparado para Mardoqueo, quien ocupó en palacio el mismo puesto que había tenido Amán. Asuero envío cartas urgentes dando órdenes a los judíos que se defendieran de quienes quisieran hacerles daño. Y bien que lo hicieron. Mataron en un día a 75.000 ciudadanos de Persia, lo que se deduce que estaban armados y preparados para aquella lucha. Esto lo entiendo, relativamente, era legítima defensa. Lo que no apruebo es la petición de Ester al rey: “Que cuelgue en la horca a los 10 hijos de Amán” (9: 13).

Con este gesto la imagen de Ester se me hunde. Y pude recomponer el cuadro. Ella nunca estuvo enamorada del rey. El astuto Mardoqueo la preparó durante años, la adoctrinó, le hizo ver que podía convertirse en heroína del pueblo hebreo y su plan triunfó. A ella no le interesaba el amor de Asuero, señor de un harén de las más bellas mujeres. Se arrastró ante él, lloró, le imploró que no cumpliera lo ordenado para la destrucción del pueblo judío y Asuero asintió. Mardoqueo vio su plan cumplido en todos los detalles.

He escrito que la imagen que yo tenía de ella cayó en el barro al pedir al rey que colgara en la horca a los 10 hijos de Amán. ¿Qué edades tenían? ¿Había entre ellos niños y niñas? ¿Qué habían hecho esos 10 hijos? Aquí no existía ojo por ojo y diente por diente. Pagaron justos por pecadores.

He dicho en otras letras que se me desplomó la imagen de Ester. Yo había encumbrado en mi mente a una joven candorosa, sin malicia, tímida, bella por fuera y por dentro y ahora la veo al pie de 10 horcas donde se balanceaban 10 vidas jóvenes y ella asistiendo al espectáculo con una frialdad de hielo.

Concluyo: La fiesta más alegre del calendario judío se llamaba Purim. Tiene lugar durante los primeros días de marzo. Conmemora la liberación de los judíos de Persia y Media de las persecuciones y matanzas ordenadas por Amán y el triunfo de Mardoqueo y Ester.