Pero fijándose en las expresiones del libro del Génesis, no se da pie para que se dé lugar a la práctica de un cristianismo espiritualista que rechace como negativa la relación con el mundo, el cuidado del mundo y el cuidado del hombre en sus necesidades materiales. Y la problemática es que se está viviendo, en muchos contextos, un cristianismo superespiritualizado, una espiritualidad desencarnada y una felicidad “cristiana” insolidaria. Se necesitaría la vivencia de una espiritualidad más mundana. Asumir algo del concepto de un mundo que Dios vio que era enormemente bueno en nuestro aquí y nuestro ahora.
Así, si se viviera el cristianismo en función del mundo, muchas de las problemáticas, tanto ecológicas como de empobrecimiento y marginación de los pueblos, podrían ir encontrando una solución integrada en la espiritualidad mundana de los creyentes, porque
una auténtica espiritualidad desde la vivencia de un cristianismo integral, tiene que ser una espiritualidad mundana, es decir, una espiritualidad en el mundo y dentro del mundo. Ya Jesús oraba a su Padre
: “No te ruego que les quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Por tanto el cristianismo sólo va a encontrar su auténtica misión, no en función de una espiritualidad vivida de forma individualista y alejada del compromiso en el disfrute de una felicidad insolidaria, sino en función de las demandas y necesidades del mundo. Es en este esquema en donde yo sitúo la vivencia de una espiritualidad mundana.
Si así no lo hiciéramos, estaríamos despreciando la bondad de la creación de Dios mismo. Estaríamos marginando a la misma creación de Dios... y Dios hizo al hombre colaborador suyo ya en el Huerto del Edén, no un déspota que dominara la tierra para su propio bien en detrimento de toda la naturaleza y de sus propios congéneres. La espiritualidad mundana debe ser un factor de solidaridad colaboradora con la creación de Dios, preocupada por aquellos aspectos que deterioran la obra del mismo creador. Si queremos acercar el Reino de Dios que irrumpe con la entrada de Jesús en nuestra historia, no nos queda más remedio que aplicar los valores solidarios del Reino, valores que se preocupan tanto del hombre en desventaja social y con la dignidad robada, como por todos los aspectos que hoy podríamos llamar ecológicos. Por eso, una espiritualidad desencarnada, insolidaria y ajena a estas preocupaciones mundanas, no es la espiritualidad cristiana. Es simplemente un falseamiento de esta espiritualidad.
Muchas veces se ha querido acusar a la propia Biblia de que, a través de su texto:
“Llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread sobre los peces del mar...”, se ha dado lugar a un despojo irracional de la tierra y a todo tipo de desastres ecológicos, a la vez que a la opresión del hombre mismo contra el hombre.
Pero no está en la Biblia el problema, pues la Biblia defiende la ecología y al hombre mismo, pues toda la creación la hizo buena en gran manera. Ha sido el propio pecado y egoísmo del hombre el que ha dado lugar a la opresión y a los desastres ecológicos.
Han sido los intereses económicos, el deseo de acumular desmedidamente riquezas y almacenar dañando la redistribución de bienes del planeta, así como muchos intereses políticos en busca del poder, los que han estropeado la bondad de la creación. Y muchos cristianos, al decantarse por una espiritualidad “separada” y desencarnada, no han sabido atajar el problema.
Es necesario, pues, que los cristianos bajemos a la arena de la realidad, nos metamos en el mundo y asumamos una espiritualidad encarnada, mundana y en función del hombre y del mundo. Es así como la dimensión vertical que nos relaciona con Dios, y que es uno de los ejes de la espiritualidad cristiana, se va a ver completada y dar lugar a una vivencia espiritual integral y completa, asumiendo lo que de mundana debe tener esa espiritualidad.
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