Podemos aniquilar el mal físico de nuestro organismo momentáneamente en determinados casos, pero ¿cómo aniquilar el mal moral de nuestro corazón?
Ahora que nos hallamos sumidos en medio de una emergencia que ha provocado muchas muertes y se están tomando medidas para paliar sus efectos y evitar que aumenten, es fácil comprender que existen dos grandes medios para atajar una enfermedad, siendo uno superior al otro. El más evidente es la cura y se emplea cuando ya el mal ha hecho acto de presencia. En la medida en que la cura se aplique a su debido tiempo, más fácil será vencer la enfermedad; mas si se retrasa, el mal se hará fuerte. La cura es un combate desencadenado para aniquilar el mal y de acuerdo a la magnitud de ese mal, tal combate puede ser una lucha a muerte; es decir, un combate muy costoso.
Pero la mejor manera de atajar una enfermedad es evitar que aparezca y en eso consiste la prevención, que significa hacer uso de todos los medios necesarios para impedir que surja. Mejor es prevenir que curar es, con razón, el gran lema de la medicina. Parece que la prevención no ha sido precisamente lo que se ha aplicado en esta emergencia, de ahí que no haya quedado otra opción que el costosísimo combate mediante la cura.
Pero no solamente en el campo de la medicina es aplicable este lema, sino también en otros, no quedando el moral fuera de su alcance. Porque al existir un mal moral, lo cual es una realidad innegable, se abren las dos vías mencionadas para atajarlo. Pero hay una diferencia notable entre el mal actual provocado por el coronavirus y el diseminado mal moral, consistiendo la diferencia en que mientras el primero ha afectado a un reducido tanto por ciento de la población, el segundo es patrimonio de toda la población; mejor dicho, de toda la humanidad, no solo de la actual sino de la pasada también. De lo cual se desprende que de las dos vías clásicas que hay para atajar el mal, solo resta una, porque al haber quedado infectada toda la humanidad, la prevención ya no es posible. Sería posible si hubiera algún caso de gente no infectada por el mal moral, pero como no hay tal clase de gente, solo queda el recurso de la cura.
Ahora bien, aquí se presenta un problema insoluble, porque ¿dónde está la cura moral para el mal moral? Podemos aniquilar el mal físico de nuestro organismo momentáneamente en determinados casos, pero ¿cómo aniquilar el mal moral de nuestro corazón? Si el mal físico solamente es aniquilable temporalmente, porque indefectiblemente al final habrá un mal físico que acabará con cada uno de nosotros, ¿quién tendrá el remedio para el mal moral, que a fin de cuentas es la raíz del mal físico? Si el segundo mal solo podemos atajarlo de manera relativa ¿cómo vamos a atajar el primero, habida cuenta de su envergadura, extensión y profundidad?
El ser humano creó las religiones y los sistemas éticos y filosóficos para dar explicación y remedio a este problema. Pero esos ‘rudimentos’ de este mundo se quedan cortos, no solamente por el diagnóstico que hacen sino también, y esto es lo más grave, por la solución que aportan, porque al operar desde afuera no pueden llegar a la raíz del mal, que está dentro, quedándose sus soluciones en meros cambios de comportamiento externo, dejando sin tocar el corazón. Porque aquí no se trata de detectar y fulminar un virus material, que por ínfimo que sea es localizable, medible y atacable. Se trata de detectar y fulminar un virus inmaterial, que ningún microscopio puede localizar y ninguna vacuna puede combatir.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Con misericordia y verdad se corrige el pecado y con el temor del Señor los hombres se apartan del mal.’ (Proverbios 16:6). Llama la atención en este texto que en vez de poner primero la prevención y luego la cura, invierte el orden, poniendo primero la cura y luego la prevención. Es muy realista que lo haga así, porque significa que no hay prevención posible, si primero no hay cura. Efectivamente, no hay prevención a priori para el pecado, por la sencilla razón de que todos estamos infectados por el mismo. Y aquí es donde este tweet define cuál es la cura necesaria. Lamentablemente la traducción ‘se corrige’ no es la mejor que se podía haber hecho, porque la expresión literal es ‘se expía’. Esto es, el pecado necesita ser expiado.
Expiación es una gran palabra y su alcance tiene que ver tanto con Dios como con el hombre. La expiación es la eliminación del formidable obstáculo que el pecado ha creado entre Dios y el pecador. Es el pago de la impagable deuda contraída por el segundo ante el primero. Es la reparación del inmenso daño causado por el pecado no sólo al pecador mismo sino también a su relación con Dios. Es la satisfacción de la justicia, vulnerada por el pecador. Es el desagravio al agravio hecho a Dios, por el pecado.
Solo hay un medio de expiación válido y es el que Dios mismo ha provisto, con misericordia y verdad, a través de Cristo. Ese binomio, misericordia y verdad, es muy importante, porque son los dos ingredientes esenciales para que la expiación sea verdadera. En primer lugar misericordia, porque la expiación surge de la profunda gracia de Dios hacia el pecador. En segundo lugar verdad, porque no escamotea ni disimula el mal, sino que lo saca a la luz.
Una vez que esa expiación realizada por Cristo ha sido aplicada al pecador, entonces es cuando viene la segunda parte de este tweet de Dios, al enseñar la necesidad de evitar o prevenir el pecado. Y es mediante el temor de Dios, que es la única fuente saludable para andar en rectitud y santidad.
Cura y prevención. Frente al consabido lema médico, más vale prevenir que curar, está el de este tweet de Dios: Primero hay que curar y luego prevenir.
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