El gozo es tanto más grande cuando llega y no se le está esperando.
Aquí, en el capítulo 4 del segundo libro de los Reyes se cuenta la historia de otra mujer viuda. Esta historia tiene parecidos con la que vivió la viuda de Sarepta en tiempos de Elías, pero en la viuda del profeta se advierten caracteres propios, si bien también interviene el aceite.
Este producto procedente del prensado del fruto del olivo es frecuentemente citado en las páginas de la Biblia. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo el aceite de referencia es el obtenido solamente de la aceituna. La tierra de Israel era rica en miel y abundante en olivares. Constituía una verdadera riqueza para el comercio del país, tanto para satisfacer las necesidades locales como para exportar a países como Egipto y Fenicia, muy escaso en sus tierras. Salomón daba a Hiram, rey de Tiro, “veinte mil coros de aceite puro cada año” (1º de Reyes 5:11). El coro aquí citado era una de las mayores medidas hebreas, equivalente a 241 litros.
Los acontecimientos vividos por esta viuda tuvieron lugar durante el ministerio de Eliseo. El profeta aparece en esta historia poco después de la ascensión milagrosa de Elías al cielo. Ocurrió entonces que “el espíritu de Elías reposó sobre Eliseo”.
Hallándose Israel en guerra (como siempre) contra el rey de Moab, Eliseo se pronuncia a favor de Israel. Los moabitas, como creo haber dicho en otras letras, constituirían un conjunto de tribus emparentadas muy de cerca con los israelitas. Como antecedente de los moabitas se señala a un hijo de Lot.
Descansando Eliseo de la campaña judía contra Moab recibe a una mujer. En su tarjeta de visita se presenta como viuda de un profeta. El marido había dejado muchas deudas. Los sacerdotes y levitas recibían una paga a veces de las jerarquías del templo, a veces del estado central. Los profetas no. Vivían poco menos que de las limosnas que recibían. Algunos eran tan pobres como los pastores evangélicos en esta España nuestra. Al morir el marido de la viuda no dejó nada. He leído en algunos expositores de esta historia que el tal profeta era un irresponsable, porque no pensó en el pan de mañana para sus hijos. ¿Qué podía hacer el pobre hombre, si ni siquiera tenía para el pan de hoy? Vivía de fiado, pidiendo prestado a éste y a aquél. Según contó la mujer a Eliseo, uno de los acreedores a quien debía su marido se presentó en su casa con factura en la mano. “Me pagas o me llevo a dos de tus hijos”. Aclaremos que el acreedor no quería llevárselos como esclavos, sino para que trabajaran a su servicio.
¿Qué mas daba? Un hijo es como una estrella a lo largo del camino, una pregunta que le hacemos al destino, recitó José María Pemán. El hijo está hecho de la propia carne y sangre de la madre. Estaba en su corazón antes de que naciera. No podía ser que dos hijos que habían costado tantas lágrimas se los llevara un hombre extraño. Los preferiría en su casa sin pan que fuera de ella con carne de ternera.
El dilema era para Eliseo. ¿Qué podía hacer? Era tan pobre como el profeta muerto. Comprendía la situación de la mujer. Ella y sus hijos pasaban hambre. No quedaba una sola persona a la que pedir prestado. Los acreedores la acosaban. Su sóla esperanza era Eliseo. Sigo en la Biblia: “¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite.” La cosa era poca cosa para alimentar a una madre con dos hijos. Su situación parecía no tener solución. Tampoco la podía mejorar Eliseo por sí mismo. Pero Dios podía y lo hizo a través de su profeta.
Eliseo le dijo: “Ve y pide para ti vasijas prestadas de todos los vecinos, vasijas vacías, no pocas.”
A la mujer la debió parecer extraño el consejo. Pero cuando se ha perdido todo nada queda por perder. Obedeció.
Un segundo consejo de Eliseo antes del milagro: “Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte.”
La segunda parte de este versículo cuatro es normal, pero no entiendo la primera, que debía tener algún significado en la mente de Eliseo, el hecho de encerrarse con sus hijos. ¿Para que ellos colaboraran en llenar las vasijas? ¿Para que presenciaran el milagro y quedara grabado el poder de Dios en sus mentes infantiles?
Si es cierto que el milagro rompe las leyes de la naturaleza, aquí tenemos una prueba. Escribo o transcribo los versículos 5 y 6 de este capítulo 4 en el segundo libro de los Reyes: “Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite.”
El gozo es tanto más grande cuando llega y no se le está esperando. Tal vez años, meses, días la viuda del profeta había estado esperando una hora de gozo. No es difícil imaginar cuál sería su estado de ánimo cuando corre al varón de Dios y le cuenta lo sucedido con las vasijas y el aceite. Eliseo le dio un último consejo: “Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede.”
Resuelta queda la angustia de la viuda. Pagaría todas las deudas que dejó el marido al morir, sus hijos estaban libres, con ella, y en el futuro no le faltaría la comida.
Esta historia tiene una importante lección para los cristianos. Las vasijas acabaron antes que el aceite. Si los hijos de la viuda hubieran encontrado más vasijas, el aceite no habría dejado de fluir.
Las bendiciones de Dios las limitamos nosotros, no Él. Sus bendiciones están cargadas de dinámica. En tanto vayamos a Dios con corazones vacíos el aceite divino los llenará. En las vasijas vacías el aceite abundó y sobreabundó. En el escrito del profeta Malaquías Dios dice a todos los lectores de este artículo: “probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. (Malaquías 3:10)
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