Mientras que la epidemia se ha desatado en Europa, no debemos olvidar que las desigualdades mundiales significan que algunos países se verán más afectados que otros. Un artículo de Joëlle Philippe.
Hace un año y tres meses, me sometí a aproximadamente 30 días de confinamiento. En una zona afectada por el ébola y en medio de un tenso período postelectoral, el gobierno de República Democrática del Congo había decidido cortar el acceso a internet hasta que se anunciaran los resultados finales. No estaba completamente desconectada de todo porque la organización para la que trabajaba tenía conexión por vía satélite, pero aún así, estaba en un área peligrosa y el toque de queda se estableció a las 18h.
Cuando descubrí que ahora estoy confinada en mi hermoso apartamento en una capital europea, puedo trabajar desde casa, con buena conexión a Internet, una increíble cocina para cocinar, mi colección de libros, mis instrumentos musicales y mis suscripciones a transmisiones en directo de música y video, pensé que ‘esto no va a ser tan malo’ y le agradecí a Dios por estas bendiciones.
Probablemente porque tengo familia en el sur de Europa y lo veía venir, compré víveres antes de las compras masivas causadas por el pánico. Mientras ponía, uno a uno, todos los alimentos en la nevera y el congelador, calculando que podrían durarme por lo menos de 10 a 15 días, en ese momento aún era completamente ajena a las posibles consecuencias de la epidemia en Europa. Y, honestamente, no me acordé ni una vez en que allí en la República Democrática del Congo no tenía nevera y la comida tenía que comprarse cada dos días en el mercado.
Pero a los pocos días, mi teléfono comenzó a sonar. Llegó un mensaje de un antiguo colega en la República Democrática del Congo que me deseaba bendiciones y protección durante la epidemia. En un grupo de whatsapp, hermanos y hermanas de Madagascar, Togo, Benin escribían en español, belga y francés, preguntando cómo nos iba. Esto era nuevo.
También fue muy humillante. Especialmente cuando comencé a pensar en dos cosas. En primer lugar, que en ese momento no había casi nada en las noticias sobre África. ¿Un caso en Senegal? ¿Dos en Nigeria? ¿Dónde encuentro esta información? En segundo lugar, pensé que esto va a ser terrible para África. Mucho, mucho, mucho peor que para Europa. Y lo único en lo que pensaban estos amigos que me contactaban era en si aquí en Europa estamos bien ¡Y haciéndonos saber que están orando por nosotros!
Probablemente, como muchos de vosotros, nunca podría haber imaginado el impacto mundial de esa pequeña epidemia extraña que comenzó en Wuhan. No oré por Wuhan, o tal vez una breve oración escapó de mi boca por los ‘cristianos chinos’ cuando recibí la sorprendente noticia de cómo los cristianos estaban viviendo la epidemia.
Siempre hay oraciones más urgentes. Pero, sobre todo, siempre hay cosas más urgentes que hacer. Ya es difícil orar por lo que sabemos, y mucho más difícil orar por lo que no sabemos, para ‘sentir’ una ‘conexión’ con esos hermanos y hermanas en Cristo que viven en aquellos países donde no entendemos la cultura, el contexto, los desafíos a los que se enfrentan... En estas pocas líneas intento acercar (algo de) África a ti, para que no “te sientas tan mal”.
[destacate]Podemos orar por aquellos países donde el confinamiento equivale a la inanicicón.[/destacate]Mientras los medios de comunicación estaban entretenidos con los acontecimientos en Italia y España, las vacilaciones del gobierno del Reino Unido y cómo Trump se ha convertido en biólogo, el presidente de Guinea (Conakry), aprovechando que todos estaban distraídos por la epidemia, finalmente realizó su gran y controvertido referéndum abriendo la puerta para su reelección a un tercer mandato.
Al otro lado del continente, en el Océano Índico, las Seychelles, un país relativamente acomodado, pero con un 10% de la población adicta a la heroína, y que ha tenido que cambiar su deuda por una parte de sus aguas territoriales, ha visto despegar el último vuelo de Fly Emirates con los pocos turistas que aún se habían atrevido a viajar a las islas esta temporada.
Kinshasa, la ciudad de habla francesa más grande del mundo (estimada en 12 millones de habitantes en 2017) registrab treinta casos confirmados el 21 de marzo. Un amigo que trabajaba para una organización internacional me envió un video con el siguiente título: “Cerraron el aeropuerto, y en teoría todo debería estar cerrado, pero mira mi viaje al trabajo esta mañana”. (ver foto a continuación)
[photo_footer]Captura de vídeo el mismo día que Kinshasa registró 30 positivos en Covid-19.[/photo_footer]
Después de haber vivido aproximadamente tres años en África, todavía me resulta difícil entender cómo la gente puede planificar, presupuestar y, en resumen, vivir. Van a trabajar por la mañana en lo que comúnmente llaman ‘negocios’.
Mi colega en Senegal trabaja en la misma posición que yo, pero luego tiene su propia empresa de consultoría de traducción y diseña ropa para sus amigos, obteniendo su pequeña ‘comisión de ventas’ del sastre que cose las piezas. Una vez entramos en el mercado del centro de Dakar y más de 10 personas la saludaron. “Solía vender bolsas para este hombre cuando era estudiante en la universidad” y luego “vendí pantalones vaqueros a mis amigos de la universidad”, continuó. Una mujer bien formada que todavía hace malabarismos entre tres y cuatro trabajos para llegar a fin de mes.
Pero la mayoría de la población en las grandes ciudades africanas no lucha por llegar a fin de mes, sino a fin de día, hay días que no comen porque no han vendido suficientes cacahuetes o minutos de teléfono móvil porque quizá ha llovido. Vivir por debajo del umbral de pobreza significa que sin capital, sin ahorros, sin cuenta bancaria, las personas subsisten prestando dinero a los miembros de la familia cuando lo tienen, que cuentan con ellos para sobrevivir.
Vivir por debajo del umbral de la pobreza a menudo también significa que no hay electricidad ni agua corriente. La gente sobrevive comprando alimentos a diario en el mercado y cocinándolos el mismo día. Compran agua del grifo desinfectada y empacada en bolsas de plástico transparentes porque las botellas de agua mineral son demasiado caras.
No hay neveras para mantener las verduras frescas durante dos semanas o congeladores para mantener las sobras en táperes. La aplicación de un confinamiento a una ciudad como Kinshasa, Dakar, Abiyán o Nairobi significaría mantener a las personas en casa para morir de hambre debido a la falta de medios, pero también debido a deficiencias en la cadena de suministro.
Y a medida que reflexionemos sobre cómo esta epidemia afectará a las personas más vulnerables de nuestras sociedades, aunque ya está sucediendo, podríamos detenernos y reflexionar sobre cómo esto está afectando las desigualdades en todo el mundo. “El privilegio es invisible para quienes lo tienen”, dice el sociólogo Michael Kimmel. Lo dice en charlas TED en relación a la igualdad de género, pero creo que esto se aplica a cualquier tipo de privilegio. De hecho, yo y otros tan bendecidos como yo nos quejamos de nuestro encierro y las restricciones a nuestro tiempo libre. Los más vulnerables en nuestras sociedades occidentales se preocupan por sus trabajos. La mayoría de nosotros estamos preocupados por la recesión económica que vendrá pronto también.
Mientras tanto, podemos agradecer a nuestro Padre por tener (más o menos) gobiernos (e instituciones) en funcionamiento que brindan apoyo y se benefician de los mejores sistemas de atención médica del mundo. Podemos orar por aquellos países con malos gobiernos, mala atención médica y sistemas socioeconómicos donde el confinamiento es igual a la inanición. Y tal vez, cuando el pico de la epidemia haya terminado aquí, y continúe arrasando en otros lugares, ¿podemos al menos continuar orando por ellos?
Joëlle Philippe trabaja en el departamento de comunicación de una pequeña ONG relacionada con derechos humanos en temas africanos. Anteriormente trabajó para una organización internacional en la República Democrática del Congo.
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