La naturaleza va siendo despojada y sometida, se pone en entredicho todo su futuro, y los que salen beneficiados son solamente una minoría de los humanos que lo hacen a costa del resto de los hombres y de la naturaleza misma. ¿Puede llegar a ser la conquista tecnológica final la destrucción del hombre mismo? ¿Es posible que la última etapa de la tecnología sea la aniquilación de todos los hombres del planeta? Así pensaba un escritor tan conocido como C.S. Lewis en su libro “La abolición del hombre”. Título totalmente pesimista dentro de las líneas de las que estamos hablando.
El pesimismo ecológico y tecnológico va por estas líneas.
Y es verdad que cuando vemos el deterioro del planeta, la situación de nuestros ecosistemas, las personas que pasan hambre en el mundo, las problemáticas que se derivan del empleo del moderno poder tecnológico, podemos pensar que estamos abocados a la destrucción del hombre sobre la tierra. El grito de la tierra es el mismo grito de los hombres que, en muchos casos agonizan. Es como si el hombre mismo, en su afán de avanzar sobre los procesos tecnológicos y la aplicación de las modernas tecnologías, sometiendo a la naturaleza hasta límites inadmisibles, acabara eliminándose así mismo. Es como si la moderna tecnología pudiera ser, a su vez, la cuerda en la que acabará perdiendo la vida... suicidándose. ¿Acabará el hombre consigo mismo antes de acabar con la naturaleza?
Para evitar este pesimismo no queda al hombre más remedio que acudir a los planteamientos éticos. La Ética es la que, en última instancia, podría liberar tanto al hombre, como a toda la naturaleza. El empleo de los modernos medios tecnológicos que no estén controlados por una ética social y de la naturaleza, acaba siendo destructiva y es ciega. La visión del poder tecnológico sólo puede estar en los ojos que le preste una sensibilidad ética que oriente tanto al hombre como a su capacidad de crear tecnología.
Así, todos los programas que se hagan para el uso de las modernas tecnologías, debería estar bajo el control de planteamientos éticos fuertes y que se difundan, en forma de valores para las poblaciones, por todos los confines de la tierra. Así, una nueva sensibilidad ética y unos nuevos valores menos consumistas y más solidarios, son los que deben orientar a todos los habitantes del planeta. Todas las decisiones, tanto de los planteamientos políticos como tecnológicos, deberían estar movidos por unos criterios éticos claros que fueran marcando lo conveniente y lo inconveniente en el uso de las tecnologías. Que nunca se dejaran guiar por la consecución rápida y a corto plazo de elementos de consumo, muchas veces no renovables, y que pensaran más en el futuro de nuestros hijos. Cambiar egoísmo por solidaridad, desde nuestro aquí y nuestro ahora con los más pobres de la tierra, hasta una solidaridad y compromiso generoso con los que van a venir después de nosotros. Y esto sólo se puede conseguir con la asunción de nuevos valores éticos que cambie los estilos de vida, fundamentalmente, del NORTE rico, del mundo opulento y consumista.
Deberíamos trabajar sobre una ética basada en la renuncia a favor de los otros, en unos criterios de justa redistribución de los bienes, tanto a corto como a largo plazo, en unos valores éticos que favorezcan la justicia social, la generosidad y la entrega a favor de los más débiles y de los que van a venir después de nosotros. No queda otro remedio que ejercer una capacidad de renuncia solidaria a favor de los demás, del prójimo, de la humanidad presente y por venir. Tendríamos que entrar en criterios ecológicos que se aunaran al de la igualdad entre los hombres y a la solidaridad. Pensar que todos los hombres tienen igual derecho a los bienes de la tierra. Y que la recolección de estos bienes de la tierra se tienen que dar dentro de lo que permita un desarrollo sostenible que no agote los recursos naturales.
Así,
la aplicación de las modernas tecnologías, con todo su poder, sin una conciencia ética clara y contundente, nos puede llevar al propio suicidio del hombre, comenzando con la eliminación y la sumisión en una no-vida de grandes grupos humanos que abarcan a la mayoría de la humanidad. La justicia social y los valores que dimanen de una ecología solidaria, deberían meterse en todos los entresijos, tanto de la ciencia como de la economía y de la política.
Y para esto, el cristianismo tiene el aporte de valores válidos para valorar tanto a la naturaleza como al hombre. La idea de projimidad bíblica es esencial.
El cristianismo no es antropocéntrico en detrimento del cosmos o de la naturaleza. El cristianismo es teocéntrico. Dios es el centro de todo. La naturaleza cuenta la gloria de Dios y este Dios tan excelso, sufre con el sufrimiento de sus criaturas hasta llegar a la frase de Jesús: “A mí lo hicisteis”. Y este Dios se gozaría con una postura ética que hiciera cesar el despojo de la naturaleza y que eliminara el sufrimiento y la destrucción del hombre.
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