Occidente ha sido construido sobre todo por cristianos que confesaron un cristianismo que mira cara al futuro con confianza.
A muchos les parece la idea de que el Evangelio será victorioso en mundo entero antes de la segunda venida de Cristo ciencia-ficción, falta de realismo o simplemente el abandono de una escatología bíblica. Asumo estas críticas y las tomaré en cuenta para poner a prueba mi propia convicción. Pero unos artículo de opinión de 1.500 palabras no son lugar idóneo para presentar una escatología alternativa con los detalles que merece. Me reservo esto para otro momento.
Precisamente los reformadores y sobre todo los puritanos nos recuerdan que el evangelio no es un mensaje que promueve el fracaso de la fe bíblica en la historia. Ellos cambiaron el mundo sin que el mundo les cambiase a ellos y sobre todo sin cambiar el mensaje. Sé que esto va en contra de mucho de lo que se ha enseñado en los últimos 150 años. Lo comprendo por experiencia propia. Los cristianos hemos sido educados sistemáticamente para esperar la derrota en historia y tiempo. Pero el glorioso evangelio de Dios no solo salva almas, sino cambia el curso de imperios y la historia de la humanidad por estas almas salvadas.
Históricamente nos damos cuenta que hasta una fecha muy reciente esta actitud de derrota no era la de la mayoría de los cristianos. Todo lo contrario: la esperanza de una victoria mundial de la fe cristiana ha sido la fe tradicional de la Iglesia a lo largo de la historia. Y esto es un hecho que se puede comprobar históricamente y con facilidad.1 Sólo quiero poner un ejemplo. Es una cita de una obra de Atanasio (296-373) con el título “De la Encarnación de la palabra de Dios”:
Desde que el Salvador vino a morar en nuestro medio, la idolatría no sólo no ha aumentado, sino que está disminuyendo y gradualmente está dejando de existir. De manera similar, la sabiduría de los griegos no sólo ha dejado de hacer ningún progreso, sino que la había está desapareciendo. Y los demonios, lejos de continuar imponiéndose sobre el pueblo por medio de engaños, oráculos y hechicerías, son derrotados por la señal de la cruz si siquiera lo intentan. Por otra parte, ¡mientras la idolatría y todo lo demás que se opone a la fe de Cristo disminuye, se debilita, y cae todos los días, la enseñanza del Salvador aumenta por doquier! Adorad, pues, al Salvador "que es sobre todas las cosas" y poderoso, Dios el Verbo, y condenad a los que están siendo derrotados y hechos desaparecer por Él. Cuando el sol sale, la oscuridad ya no prevalece; cualquier porción de ella que haya quedado es disipada. Así también, ahora que la divina epifanía de la Palabra de Dios ha tenido lugar, la oscuridad de los ídolos ya no prevalece más, y todas las partes del mundo en todas las direcciones son iluminadas por sus enseñanzas.2
No se debe creer que Atanasio fuera un simple iluso, un optimista que pensaba positivamente inducido por un ambiente tranquilo y pacífico. Todo lo contrario: vivió durante una de las más severas persecuciones de la fe cristiana de todos los tiempos. Suya era la época cuando el emperador Diocleciano quería destruir la fe cristiana. Pero en contra de toda probabilidad los cristianos vencieron. Luego, Atanasio dedicaba casi 40 años de su vida en la defensa de la doctrina de la Trinidad contra la rampante herejía, habiendo sido exiliado por el gobierno en cinco ocasiones y algunas veces con peligro de perder la vida. En realidad, su historia dio lugar a un proverbio: Athanasius contra mundum (Atanasio contra el mundo). Sin embargo, jamás perdió de vista el hecho básico de la historia mundial, que el Verbo se había hecho carne, derrotando al diablo, redimiendo a los creyentes e inundando el mundo con la Luz que la oscuridad no podía vencer. Que desde hace 1.700 años tenemos una doctrina de la Trinidad bien definida sobre la cual de basa nuestra civilización occidental hasta el día de hoy, lo debemos a Atanasio.
Esta visión del evangelio no suena a escatología del “cada vez vamos peor”. De hecho, la Iglesia influenció radicalmente la historia de nuestra civilización.
Otro ejemplo son las grandes catedrales de Europa en comparación con los edificios de las iglesias de la actualidad. Aquellas antiguas catedrales, magníficas obras de arte construidas durante décadas y algunas veces durante siglos, fueron construidas para que durasen siglos. Y no solo eran obras maestras. Eran libros que hasta el día de hoy cuentan las glorias de nuestro Señor. Hoy en día no solemos construir para futuras generaciones. Y no necesariamente estoy hablando de edificios sino de bendiciones que se transmitan de una generación a la siguiente, a nuestros nietos y bisnietos. Nos falta la visión para moldear futuras generaciones. ¿Qué vamos a dejar a nuestros nietos? ¿Qué van a dejar ellos a su vez a sus nietos que viene de nuestra parte? Se puede decir sin peligro de equivocarse que la idea de tener descendientes que vivan dentro de quinientos años a partir de ahora jamás ha pasado por la mente de la inmensa mayoría de los evangélicos hoy en día. Igual que nuestros politicos los cristianos vivimos al día, sin proyectos del futuro y sin visión que vaya a los sumo más allá de 4 años.
Sin embargo, para muchos cristianos de generaciones anteriores, la idea de que futuras generaciones se iban a beneficiar de sus esfuerzos no era extraña en modo alguno. Construían para largo tiempo. En esto contexto recomiendo la lectura de la serie de Ken Follett que comienza su obra magistral “Los Pilares de la Tierra”.
Nuestros antepasados en la fe tenían un proyecto: hacer “discípulos a todas las naciones (Mateo 28:19) precisamente porque a Jesucristo es dado “toda potestad”. Y queda pendiente el gran reto de la Gran Comisión - lejos aún de haber sido cumplida: “…haced discípulos a todas las naciones.” No dice “entre todas las naciones”. Además emplea nuestro Señor la palabra “todas”. Da la impresión que tantas veces se lee versículo sin entender lo que dice.
Y esta motivación del evangelio glorioso e imparable está también detrás de muchos de los inventos y hazañas más importantes de la historia. Ejemplos abundan. Sin ir más lejos, hablo del personaje más conocido de los últimos 500 años: Cristobal Colón. Muy pocos saben (y esto incluye a más que un historiador) lo que le motivó a buscar una ruta por occidente hacia las Indias. ¿El comercio? ¿Riquezas? ¿Ansias de poder? Lo que le inspiró fue otra cosa.
Como sabemos, la ruta principal de comercio con la India y China quedaba bloqueada por los turcos. Para algunos, la caída de Constantinopa en 1453 y el consiguiente bloqueo del comercio con Asia (curioso paralelismo con el siglo XXI) era señal de la llegada del anticristo.
Sin embargo, Colón lo vio de otra manera. La negativa de Portugal e inicialmente de España a sus planes no le llevó a rendirse. Cada crisis era una oportunidad para un hombre que tenía otras razones distintas a los mencionadas arriba.
La historiadora norteamericana Kay Brigham investigó un libro poco conocido, escrito por Colón mismo, con el título: “Libro de las profecías”3. Ella publicó los resultados de su investigación precisamente en el quincentenario del descubrimiento de America.4 Brigham relata que antes de comenzar sus expediciones, Colón llenó sus diarios de citas del profeta Isaías y otros escritores bíblicos. El gran almirante detallaba las numerosas profecías que indicaban hacia el cumplimiento de la Gran Comisión para hacer discípulos a todas las naciones.5 Calculó que, si “las Indias”, Japón y China (Cipango y Catai) habían de ser convertidas a la fe cristiana, una ruta marítima sería una manera más efectiva de llevarles el evangelio; Colón mismo no atribuyó sus descubrimientos al uso de las matemáticas o los mapas, sino más bien al Espíritu Santo, que estaba haciendo que ocurriera lo que Isaías había predicho. Tenemos que recordar que América había sido descubierta numerosas veces, por otras culturas;6 pero la colonización y el desarrollo tuvieron lugar con éxito sólo en la era de las exploraciones iniciadas por Colón. ¿Por qué? Porque estos exploradores -según la idea de Colón- eran portadores del evangelio, y su meta era conquistar el mundo para el reino de Dios. Y antes de que nadie rasgue sus vestidos en horror y me llame imperialista y racista: no voy a entrar en la cuestión si esto era objetivamente una visión correcta o no. No hablo de los que venían después con una visión muy distinta de las cosas. Tampoco cabe en este breve artículo valorar esas conquistas, ni los “métodos” empleados. Lo único que quiero decir es que incluso un personaje histórico como Colón entendió el evangelio como un mensaje que requiere acción en este mundo, para la gloria de Dios y su evangelio. Espero que esto haya quedado claro.
Los ejemplos podrían multiplicarse en todos los campos. Isaac Newton, dedicado creyente protestante, aprovechó el confinamiento por causa la peste que asoló su país en el campo cerca de Londres para estudiar y poner las bases de su teoría de la gravedad que revolucionó la física. Cien años antes, el protestante Shakespeare escribió “El rey Lear” bajo circunstancias similares. No pongo más ejemplos para no aburrir.
Todo el surgimiento de la civilización occidental -la ciencia y la tecnología, la medicina, las artes, el constitucionalismo, el sistema de jurados populares independientes, la libre empresa, la alfabetización, una mayor productividad, un creciente estándar de vida, la equiparación de los derechos de la mujer en la sociedad, la abolición de la esclavitud- todos esto es atribuible a un factor de gran importancia: Occidente ha sido construido sobre todo por cristianos que confesaron un cristianismo que mira cara al futuro con confianza.
No hemos llegado al final. Esto creo sinceramente. Quedan muchas batallas por delante. Incluso las equivocaciones que se cometieron en nombre de la fe cristiana no nos instan a no hacer nada, sino a hacerlo mejor. Si miramos atrás podemos decir: Dios ha hecho llover bendiciones sobre nosotros. El mundo a día de hoy nos es un lugar peor que hace un siglo o un milenio porque vivimos de lo que otros creyentes han construido.
¿Vamos los creyentes volver a coger el toro por los cuernos? Mateo 16:18 y 28:19 nos dan esta autoridad. De hecho: nuestro Señor lo espera.
Nunca malgastemos una crisis.
Notas
3 Colón, Cristobal: Libro de las profecías, Facsímil del original que se conserva en la Biblioteca Capitular y Colombina del Cabildo Catedralicio de Sevilla, Madrid (1984)
5 Véase, por ejemplo, Isa. 2:2-5; 9:2-7. 11:1-10; 32:15-17; 40:4-11; 42:1-12; 49:1-26; 56:3-8; 60:1-22; 61:1-11; 62:1-12; 65:1-25; 66:1-24).
6 Véase por ejemplo Patrick Huyghe: Columbus was last, New York (2005) y Hans-Joachim Zillmer: Kolumbus kam als Letzter (2004), München
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