En ningún momento se pronuncia el sacrificio de Cristo en la Cruz y lo que eso significa para el ser humano. Porque el ser humano no quiere entrar en ese tema, sólo en el festejo.
Este año, en España, la Semana Santa no atraerá a personas de todos los lugares del planeta, el coronavirus se ha encargado de que así sea. Tampoco se repartirán por doquier los itinerarios de las procesiones, preferentemente las de Andalucía, siendo Sevilla y Málaga las que tienen más fama.
Sabemos que durante estos días que nuestro calendario marca en rojo, las multitudes abren sus bocas para proclamar que son creyentes. No tienen miedo, ni se avergüenzan de pronunciar el nombre de los diferentes cristos y vírgenes que veneran. Sacan fe del fondo del baúl donde luego volverán a meterla.
En esta época, el ambientillo religioso regresa antes de las vacaciones a los colegios donde precisamente están prohibidos los símbolos. Se han dado casos en los que en los parvularios llegan los peques disfrazados para celebrar un segundo carnaval. Ellos van de nazarenos y ellas, con mucho maquillaje en la cara, de mantilla. Incluso se conocen karaokes de saetas que los padres, tan ilusionados como en su mayoría ateos, graban para el recuerdo. Y ¡ojo!, que las clases sigan sin crucifijos o acudirán rápidamente con sus quejas al Consejo Escolar, o al AMPA.
Es más, en estas fechas, comentar que no se pertenece a ninguna cofradía quita puntos. Decir que las imágenes no tienen poder para hacer milagros hace que los más forofos se lleven las manos a la cabeza y te excomulguen de su círculo predilecto. Pero luego todo queda en las puras emociones del momento. Corrupto sentimiento.
En realidad, la necesidad de creer en algo queda patente para todos en esta semana en la que perdura el confinamiento y en la que ya se anuncian pequeñas parodias en los balcones, videos atrasados en Facebook, fotos de cuando se vistieron de acorde con tal o cual cristo o virgen, pero sin compromisos de por vida, Simplemente se quiere dar el do de pecho durante unos días, no más.
No será esta vez, pero es costumbre que en la prensa escrita, la radio y la televisión, se informe de las fiestas, los días de vacaciones, las ofertas hoteleras, de la mal venida lluvia que anuncian los meteorólogos y que puede fastidiar los negocios, la ilusión de las hermandades. En ningún momento, en ninguno, se pronuncia el sacrificio de Cristo en la Cruz y lo que eso significa para el ser humano. Porque el ser humano no quiere entrar en ese tema, sólo en el festejo.
Tenemos una Babilonia contemporánea donde se celebra la muerte de Jesús sin ni siquiera nombrar al muerto. Se celebra una resurrección sin un resucitado en el corazón. El protagonista de Semana Santa no está presente. Si estuviera, todo lo que se monta alrededor acabaría de inmediato. La fe requiere compromiso.
Pero ahí está el arte encantador de las esculturas que esta semana no verán la luz, ni se recogerán de madrugada. El oro y la plata que cubren los tronos no serán expuestos. En los cirios no arderán sus llamas. No habrá lucimiento de flores, de bordados, de incienso. No participarán las bandas de música, ni el desfile de mujeres vestidas de mantilla cumpliendo promesas, pagando favores a Dios.
Los espectadores no podrán salir a las calles con horas de antelación para lograr un sitio decente; no tendrán que en la reventa un precio exagerado por un asiento en primera fila. Personas que, sin ser creyentes, lloran ante los pasos como si el sentimiento fuera sincero, de corazón. Se emocionan pasajeramente.
No habrá bares abiertos recibiendo a los que desean mojar sus frustraciones en alcohol antes de que amanezca. No habrá pescado frito, ni gambas, ni jamón.
Hay otra cosa en el ambiente que nos castiga, que nos hace reflexionar a todos. Esta semana en todos los ámbitos permanecerá el estado de alerta. Las puertas estarán cerradas a cal y canto por mor de un enemigo invisible llamado Covid-19, con más fuerza que todo el armamento de guerra conocido. No hay zonas preparadas para el jolgorio, el ánimo no está dispuesto, y no por esto las imágenes veneradas se resentirán lo más mínimo.
Es cierto que también somos muchos los que no estaríamos entre la muchedumbre adorando ídolos y no por eso somos mejores, ya que también tenemos nuestras propias idolatrías y, aunque no sean las imágenes, practicamos múltiples veneraciones y nos aferramos a un gran número de supersticiones. Pero ojalá, tanto unos como otros, entendamos que hubo uno llamado Jesús que fue de carne y hueso, que murió en una cruz; que también era Dios y por eso, después de tres días, resucitó, y nos hizo la promesa de que nosotros también resucitaremos.
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