Sin embargo el precepto ha quedado reducido al hecho de restringir acciones visibles y rápidamente cuantificables. Pensamos en la pequeña delincuencia, los ladrones de guante blanco que, teniendo la posibilidad de la gestión de fondos, son deshonestos y se los apropian, los ladrones de coches o de viviendas. También pensamos más en el robo contra la propiedad ajena, pero pensamos menos en la propiedad común. Aquella propiedad que, por el hecho de ser hombres, nos pertenece a todos.
“No hurtarás” es aplicable también a aquellos que acumulan demasiados bienes de la tierra, dejando a otros sin posibilidad de usar aquellos bienes mínimos y necesarios para vivir con dignidad. Eso es robar, eso es violencia, eso es injusticia.
Este tipo de robo de la propiedad común, es también condenado por la propia Biblia. Esta condena a aquellos que acumulan los bienes de la tierra de forma desmedida y privada, haciendo propio aquello que pertenece a todos los habitantes de la tierra. Así, el mandamiento “no hurtarás” sería aplicable a aquellos que empobrecen a tan amplios sectores de la humanidad debido a su afán de acumulación sin límite. Por tanto, los asertos bíblicos de que el despojo del pobre está en la mesa de los ricos, o aquellos “ayes” de Isaías contra los que acumulan casas y heredades como si la tierra fuera suya, se pueden relacionar con el robo: hay violencia y va en contra de la justicia. La violencia no es solamente dar un tirón al bolso de una persona o darle un golpe para robarle la cartera. La violencia puede estar también en el despojo que se hace, sea usando las multinacionales, o las agriculturas de alto rendimiento que se hacen en los países pobres para abastecer a los más ricos, o el yugo de la deuda externa, o la acumulación de los capitales de un país en unas cuantas familias. Todo lo que empobrezca a los pueblos, a las familias o a los individuos, para que algunos vivan en la superabundancia consumista, va contra la justicia, es violencia y, por tanto, es robo.
Así, los bienes del mundo no deben restringirse solamente para el uso de unos cuantos privilegiados. Los bienes del planeta tierra deben ponerse a los pies y al servicio de todos los habitantes de la tierra. Los bienes deben estar a disposición del conjunto de seres humanos. El uso de los bienes debe contribuir al bien común, al sostenimiento de un orden económico justo. Así, todo derecho a la propiedad privada debería cesar cuando este derecho conculca el destino universal que deben tener todos los bienes del planeta. El derecho a la propiedad privada no nos puede llevar a la marginación, la exclusión o, en su caso, la opresión o explotación de las personas hasta convertirlas en algo menos que esclavos como ocurre con los excluidos del mundo que no son usados ni siquiera como mano de obra barata. Cuando esto ocurre está habiendo violencia, injusticia y robo.
Se necesita una ética social universal que de un cambio de rumbo al actual sistema de cosas. Pero una ética de este estilo sólo se podrá dar si el hombre da un giro, un cambio radical de valores, un cambio radical de estilo de vida. La violencia y la injusticia que se dan en el robo, son producto del pecado del hombre. Sería necesario el arrepentimiento. Si a nivel individual hubiera arrepentimiento, no sería difícil llegar a una ética social universal que pudiera eliminar todas estas problemáticas. Si el individuo cambiara, las estructuras sociales injustas, fundamentadas en una ética de valores en choque cultural con los valores bíblicos, podrían saltar hechas pedazos.
Pero
sería necesario que los ya convertidos, regenerados y que han dado un cambio radical a sus vidas, comenzaran a hablar más de solidaridad, de justicia y de paz. Una paz y una justicia que no se puede fundamentar en la marginación de las personas. Por eso la paz tiene que caminar de mano de la justicia.
Sólo así desaparecerían la violencia y la injusticia en las que se fundamenta el robo. También el que se da contra el destino universal de los bienes
. Dios no quiere que seamos amos dominadores, sino administradores solidarios.
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