Las bendiciones dan vida, las maldiciones la quitan.
Samuel Eto’o ya era uno de los mejores delanteros de la liga española de fútbol cuando fichó por el Barça. Su primera rueda de prensa como jugador culé despertó expectación, porque Samuel siempre habla de una manera directa. Una de las frases más radicales que pronunció en ese momento fue: «No prometo goles, solo puedo correr como un negro para vivir como un blanco».
Menos mal que fue Samuel el que dijo esa frase, porque si la hubiera dicho alguien de raza blanca sonaría como un insulto. Y por cierto, desgraciadamente la frase tiene bastante de verdad, porque todavía, a día de hoy, hay mucha gente que discrimina a otros por el color de su piel.
Sea como sea, nadie tiene derecho a insultar a otro. En primer lugar porque Dios nos ha hecho a todos iguales y nadie puede sentirse mejor que otro. En segundo lugar, porque siempre que decimos algo desagradable a otra persona, la herimos. Uno de los salmos lo resume de una manera genial: «Los insultos me han destrozado el corazón» (Salmo 69:20 NVI). Quizá a algunos les parezca gracioso decir palabras hirientes, pero es algo que jamás debemos hacer, ni tampoco consentir que otros hagan.
En primer lugar, no debemos hacer daño a nadie. Sea cual sea la situación, es una crueldad herir el corazón de alguien. Las maldiciones se infiltran en el alma y aun después de mucho tiempo, continúan dañando la vida. Antes de decir algo malo de una persona, piénsalo muchas veces. Aunque sea en nombre de la justicia, tenemos que tener mucho cuidado con las heridas que causamos. Las bendiciones dan vida, las maldiciones la quitan. Cuando el Señor nos dijo que bendijéramos a nuestros enemigos nos estaba enseñando a vivir de una manera radicalmente diferente. «Ama a tu prójimo como a ti mismo» es una frase sencilla y absoluta que no necesita más explicaciones. ¿Verdad?
La otra cara de la moneda la contemplamos cuando somos nosotros los insultados, los separados, los malditos. Cuando son otros los que nos rompen el corazón: puede que por nuestra raza, nuestra supuesta incapacidad, o simplemente por molestar (¡de todo hay en este mundo!).
Si es así, déjame que te diga algo: el Señor Jesús pasó por lo mismo. Le insultaron, le escupieron, le dijeron que era el mismo diablo, su familia lo rechazó, su pueblo no quiso saber nada de él y los maestros de la religión y responsables del pueblo le clavaron en una cruz después de idear la muerte más cruenta posible. ¡Eso es lo que hicieron con la persona más buena de la historia! Es obvio que hay muchos que no pueden aceptar la luz. Les hace daño.
Así que, si estás sufriendo por lo que otros han hecho, no te preocupes más. Alguien sabe exactamente lo que sientes y está a tu lado para soportar contigo todas las dificultades. No importa lo que otros digan, él está dispuesto a llenar de paz tu corazón incluso en los momentos más incomprensibles. Es una de sus especialidades.
Hagan lo que hagan contigo, o digan lo que digan no pueden destruirte. El Señor es mayor que todo eso.
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