El tweet de Dios sobre el derrumbe y la esperanza

La expresión piedra de toque procede del mundo de los metales preciosos, ya que es el examen que demuestra fehacientemente la calidad de un metal en cuestión. La expresión ha pasado a otros ámbitos, pero su origen pertenece a esa esfera. Se trata de una piedra especial que resiste al ácido y cuando se desea saber el tipo y pureza de un metal, se frota sobre ella dicho metal y sobre la huella que deja el mismo se aplica el ácido. Si la huella se disuelve o se altera, el metal no es precioso o es de baja calidad. El toque del metal sobre la piedra y la aplicación del ácido son los dos pasos necesarios y su combinación proporciona el resultado buscado. Así pues, lo que es destructivo para lo que es de baja calidad, es acreditativo para lo que es de buena calidad. Es el método empleado desde tiempo inmemorial, hasta el día de hoy.

Una de las palabras más excelentes que existen en cualquier idioma es esperanza, siendo de hecho mucho más que una palabra, porque sin esperanza no se puede vivir. Pero para calibrar la calidad de la esperanza hace falta ponerla a prueba y la prueba consiste en someterla a un efecto corrosivo y agresivo, por lo que cuanto más corrosivo y agresivo sea ese efecto, tanta mayor seguridad habrá de la validez de la comprobación y de su resultado. Hay una diferencia entre una esperanza cuyo horizonte no pasa de los límites de esta vida y la esperanza que traspasa ese telón y va más allá. Como la esperanza de este mundo es de la primera clase, se puede decir que es un simulacro de esperanza, no la esperanza verdadera. Por eso, cuando llega la prueba en toda su intensidad, la esperanza de este mundo se desmorona.

Tanto más necesaria resulta la prueba, cuanto más radica lo que se espera en cosas tales como el bienestar, el auge económico, la seguridad sanitaria y el disfrute de la vida, sostenido todo ello en una vana auto-suficiencia, que tiene los pies de barro y que no puede mantenerse cuando llega el momento malo. Entonces, todo ese mundo fabricado se viene abajo, como castillo de naipes, y la pompa de jabón estalla, dejando la nada como toda secuela. Entonces se muestra en su cruda desnudez la insignificancia de lo que parecía tan grande y la escasa calidad de lo que aparentaba ser tan grandioso. Nada es más humillante, nada abate tanto el engreimiento humano, como la dura prueba que demuestra la vacuidad de la gloria de este mundo.

Hay un tweet de Dios que enseña la diferencia entre el derrumbe y la esperanza verdadera y es el que dice: ‘Por su maldad será lanzado el impío; mas el justo en su muerte tiene esperanza’ (Proverbios 14:32). La primera parte del tweet muestra un acto de derribo, que lleva aparejada la ruina. No obedece a la casualidad, sino a razones muy poderosas, porque la maldad empuja al que la practica a una justa retribución, en la forma de pérdida total. La maldad, que es la compañera a la que el malo está bien agarrado, va a ser, por ese mismo aferramiento, la causa que lo arrastrará a la caída. En esa caída, va incluido todo a lo que el impío se sujeta, también su esperanza. Es decir, el horizonte final que la maldad presenta al que la sigue, es el derrumbe sin posibilidad de restauración, sin posibilidad de esperanza.

La muerte es la mayor prueba de ácido que existe, porque aun en la aflicción, en la enfermedad o en la estrechez, hay vida y, por ende, esperanza. De ahí que la muerte sea el enemigo con mayúscula, pues todo lo derrota, todo lo destruye y sobre todo reina. Una vez leí que el general De Gaulle dijo, cuando ya era viejo, que en última instancia la muerte es el único vencedor definitivo. Sin embargo, este tweet de Dios enseña otra cosa muy diferente. Y es que el justo en su muerte tiene esperanza. La palabra que se ha traducido como esperanza significa también refugio, amparo, de modo que lo que para otros es lo desesperante por antonomasia, al no haber escape, para el justo es la prueba de ácido que demuestra la realidad de su abrigo. La luz de la esperanza, que se extingue inexorablemente como la luz de la vela en el caso del impío, sigue viva en el caso del justo, por lo que el rey de los espantos, que es la muerte para el impío, no puede con la esperanza que alberga el justo. 

Esa esperanza no consiste en que el justo no vaya a experimentar la muerte, sino en que, experimentándola, no es lo definitivo, teniendo de tal esperanza fehaciente evidencia, porque la victoria de Jesús sobre la muerte es el ancla que le sujeta, aun en medio del mayor temporal que puede haber, como es la llegada de la muerte, manteniéndole bien fondeado entre las embravecidas olas que lo anegan todo. Precisamente, creer en esa resurrección de Jesús, es lo que lo constituye justo, al haber dado credibilidad a lo que Dios ha declarado y hecho en su Hijo Jesucristo.

Cuando tantas cosas se derrumban, cuando tantas esperanzas, que no lo son, se vienen abajo, qué vital es saber que la esperanza verdadera permanece, aún ante la peor de las eventualidades.