Es por eso que el mensaje profético se ha perdido en estos tiempos de vivencia de un cristianismo menos solidario con los pobres y con los injustamente tratados. Sin embargo hay otra faceta de los profetas que, a veces, usamos menos. Eran voceros y portadores de un mensaje de esperanza, portadores de oráculos de utopía.
En medio de todas esas situaciones adversas, eran capaces de pensar en lo esperanzador del futuro con Dios, de las utopías que les animaban a continuar. Para Isaías el desierto se puede convertir en un campo fértil y en este campo morará la justicia, cuyo efecto será la paz. Por eso no se amargaban con las asperezas del presente, ni renunciaban a luchar contra la injusticia y la opresión, puesta su vista en un futuro lleno de esperanza. Para los profetas merece la pena luchar, porque el final será glorioso. La oscuridad en la que se movían en medio de una sociedad hostil, no iba a durar para siempre. La oscuridad no será permanente para los que ahora están en angustia. Explotaban en expresiones de esperanza:
“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz”.
Sin embargo, esta esperanza en un futuro glorioso no les frenaba en la lucha contra los opresores, injustos y acumuladores. Hoy en día hay creyentes que no entran en la defensa de los pobres y oprimidos porque sólo piensan en el futuro glorioso que les espera. Ven el reino de Dios como algo metahistórico, no cuentan con el
“ya” del reino. Se orientan solamente hacia el más allá y olvidan nuestro aquí y nuestro ahora. Pero los profetas vivían la rudeza y la denuncia contra toda oscuridad presente, a la vez que auguraban la luz que brillaría en el futuro. Eran claramente ciudadanos de dos mundos, de dos situaciones, pero el ser ciudadano de los cielos no les quitaba la urgencia de liberar a los oprimidos en nuestro duro presente. Eran hombres con horizonte de futuro, confiados en el Señor, y hombres de compromiso con el presente en defensa de los pobres, los débiles y los oprimidos.
El hecho de tener la esperanza de que el Señor iba a juzgar con justicia a los pobres, no les impedía ser luchadores por la liberación de estos oprimidos. El hecho de que pensaran en la utopía de que el lobo y el cordero iban a morar juntos algún día, no les dejaba pasar indiferentes ante el hecho de ver que en su presente el hombre era una fiera para su propio hermano a quien podía despojar y llegar a poner sobre su mesa lo que causaba la escasez de los pobres. Sin embargo, llenos de esperanza y fijos en los mejores augurios y utopías positivas, podían decir que llegarán tiempos en que nadie hará ya mal, porque “
la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar”. Por eso el carácter de los profetas no estaba anclado únicamente en el profetizar catástrofes ni en la sola denuncia social, aunque esto era imprescindible. Contaban con el futuro glorioso de Sion:
“Se alegrará el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa”.
No eran hombres tristes. También hablaban de alegría y regocijo. El yermo
“florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo”. Se movían en la sequedad que les causaban los abusos de los poderosos, las injusticias, la opresión de los trabajadores, los abandonos de las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Eran la voz de la justicia, la esperanza de liberación, no sólo metahistórica sino en el aquí y el ahora que les había tocado vivir. Eran la voz de la conciencia de los malos, de los que abusaban de su poder contra los débiles. Pero también eran los que podían decir:
“Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles... No temáis... Dios mismo vendrá y os salvará”. Eran portadores de un mensaje integral que abarcaba tanto la esperanza y la utopía fundamentada en el poder de Dios mirando hacia el futuro, como el compromiso y la lucha por lo justo y lo bueno, uniéndolo todo a una denuncia liberadora de los más pobres, proscritos y abusados.
Si ellos tenían la esperanza en algo que aún no habían visto ni experimentado, pero que anunciaban proféticamente, ¡cuánto más nosotros que hemos conocido la realidad del Jesús de la historia, y que vivimos después de su muerte y resurrección!. Ellos, sin ver, tenían la fuerza en la profecía que no habían visto cumplida:
“Un niño nos es nacido, hijo nos es dado... y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”.
Y nosotros que hemos visto el cumplimiento de las promesas, no debemos ser más timoratos en la defensa del débil. Nosotros que conocemos las exigencias del Reino y sus valores, no podemos ser más insolidarios y menos comprometidos. Ellos hablaban de la gratuidad. De poder comprar sin dinero y sin precio. Son promesas que nos deberían motivar a que a nadie les faltara el alimento para poder vivir dignamente en el mundo. Un mundo que es de todos y todos tenemos el mismo derecho a usar sus recursos y alimentarnos de ellos. Ojalá que hoy los cristianos del mundo pudiéramos hacer presente una realidad que la vemos como metahistórica:
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venir comprad y comed”. Quizás entonces,
en lugar de la zarza, crecerá el ciprés... Y seremos todos bendecidos por el Creador y elementos de bendición.
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