A través de la palabra y con ella, podríamos transformar la sociedad, abrir horizontes de esperanza tanto para la eternidad, como para nuestro aquí y nuestro ahora. El problema es que, en la mayoría de los casos en nuestro momento histórico, los cristianos usan la palabra unidireccionalmente. Se piensa en la palabra para una verbalización en el campo de la evangelización, para la alabanza y para el ritual. Sin embargo,
falta más celo en el cristianismo para el uso de la palabra que transforme el mundo y la sociedad, posibilitando la llegada de nuevos tiempos para nuestra humanidad en nuestro aquí y nuestro ahora.
Y es que la palabra tiene ambas dimensiones que se complementan. Sirve para alabar al Señor de la gloria y para transformar la sociedad injusta, pero sociedad que ama el Señor de la historia. Y los cristianos deben ser testigos activos de ese Señor de la historia. Los cristianos deben ser colaboradores de Dios en la extensión del reino y de sus valores concretos y trastocadores de una sociedad injusta. Y esto se puede hacer con el uso de la palabra. Pero para eso hay un requisito esencial: que nosotros nos dejemos transformar y trastocar por la Palabra. Entonces es cuando nosotros podremos ser transformadores y trastocadores de la sociedad y de sus valores consumistas e injustos.
En el cristianismo se le da tanto valor a la palabra hablada como la escrita. Los cristianos tenemos una fuente escrita que aceptamos como único y verdadero manantial. Es palabra que permanece para siempre. Por eso hay que proclamar la palabra en todo momento, a tiempo y a destiempo. Y la palabra escrita tiene la ventaja de mayor alcance y mayor permanencia. Es por eso que hoy, la palabra difundida a través de herramientas como Internet, pueden tener una fuerza tremenda, superior a una espada de dos filos. Por eso, el esfuerzo de los que escribimos en el nombre del Señor no es en vano. Queda ahí como elemento concienciador y transformador de todos nuestros lectores, actuales y potenciales en el futuro.
La palabra puede ser más fuerte y más transformadora de la sociedad que todas las armas de las modernas sociedades. Es la que puede avergonzar a los poderosos de la tierra, la que puede cambiar valores, actitudes , comportamientos y formas de vida. Es la que controla los latidos de los impulsos históricos, la que crea doctrina política, social o económica, la que pone de relieve las injusticias, la que puede crear esperanza y deseos de cambio, la que puede liberar a los oprimidos y empobrecidos del mundo. Nada más desarmado, en el sentido moderno del uso de las armas, que un hombre que usa la fuerza de su voz desde su boca o desde su pluma. Si los cristianos fuéramos portavoces del Señor de los ejércitos, de una forma integral que abarcara también el deseo de transformación social y no sólo de salvación individualista, seríamos imparables en el acercamiento del Reino de Dios y sus valores de justicia y paz a los hombres.
El uso de la palabra por los cristianos se debe hacer siempre en dos líneas: la línea vertical que transmite el impacto de una palabra que nos pone en contacto con la trascendencia y que nos llama al cambio y la transformación que anula nuestro yo y hace vivir a Dios en nosotros, y la línea horizontal que nos relaciona con el mundo y nos hacer ser agentes de liberación en medio de él. En el primer caso se usará la palabra como canal de oración, alabanza y culto y, en el segundo caso, se usará la palabra como canal de denuncia, de búsqueda de la justicia en la tierra, de la dignidad de los pobres y oprimidos, de liberación de los excluidos. Excluidos por los egoísmos humanos que nos llevan a que haya acumuladores y marginadores que excluyen a más de media humanidad de los bienes mínimos para la vida en dignidad. Es una palabra que analiza, que observa la acción de los poderosos del mundo, a la vez que escucha los lamentos de los desheredados y excluidos de la tierra, que grita contra los que acumulan casa a casa y heredad a heredad como si toda la tierra fuera suya. Es el uso profético de la palabra.
La palabra que necesitamos como arma, es la palabra que brota de dos fuentes que, quizás, en el fondo sean la misma: la que viene del estudio de la gran fuente que es la Palabra de Dios, la propia Biblia, que se une a la palabra que se inspira en el sufrimiento de los hombres oprimidos y explotados, de los hombres que sufren, desde la realidad de una naturaleza caída que gime como con dolores de parto esperando la liberación. Cuando la palabra que usan los creyentes tiene esa doble fundamentación, doble fundamentación que se une en la vida y la experiencia de Jesús, el cristiano va a ir armado con la mejor arma: la palabra. Nadie le podrá hacer frente.
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