El Salmo 91 ha infundido aliento y paz a millones de creyentes en el fuego de la prueba. Su mensaje es muy relevante a nuestra situación actual de epidemia.
“El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo a Jehová: «Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré.»
El Salmo 91, también llamado el “Himno triunfal de la confianza”, es una joya. Ha infundido aliento y paz a millones de creyentes en el fuego de la prueba. Según algunos comentaristas fue escrito en medio de una epidemia de peste (2 Samuel 24:13). Podrían ser circunstancias similares a las que estamos viviendo hoy. Su mensaje, por tanto, es muy relevante a nuestra situación actual de epidemia.
Vivimos días de ansiedad e incertidumbre. El mundo entero está con miedo. De pronto hemos tomado conciencia de la fragilidad de la vida. ¿Qué pasará mañana? La fortaleza en la que el hombre contemporáneo se creía seguro se ha tornado debilidad, hay grietas en la roca y nos sentimos vulnerables. La gente busca un mensaje de serenidad y tranquilidad. ¿Dónde encontrarlo?
El mensaje del salmo 91 se resume en una frase: la confianza triunfa sobre el miedo. El salmista nos presenta tres frases clave que resumen el “trayecto” dese la ansiedad-miedo hasta la confianza:
El salmo empieza con una deslumbrante descripción del carácter de Dios. Hasta cuatro nombres distintos se mencionan en los dos versículos iniciales para explicar quién y cómo es Dios. ¡Formidable pórtico de entrada a la confianza! Para el salmista, Dios es el Altísimo, el Todopoderoso, el Señor (Yahweh) y el Dios Sublime.
La conciencia de la grandeza de Dios es el cimiento de nuestra confianza. Podríamos parafrasear el refrán y afirmar “dime cómo es tu Dios y te diré cómo es tu confianza”. En la hora del temor el primer paso es alzar los ojos al cielo, mirar a Dios y contemplar su grandeza y su soberanía. Al hacerlo, el salmista experimenta que Dios es su Abrigo, su Sombra, su Esperanza y su Castillo. El retrato de Dios en “cuatro dimensiones” conlleva una bendición cuádruple. Conocer cómo es Dios realmente es un paso imprescindible en el trayecto hacia la confianza.
Notemos, sin embargo que el salmista se refiere a Él como MI Dios. Esta pequeña palabra “mi” nos abre una perspectiva singular y cambia muchas cosas: el Dios del salmista es un Dios personal, cercano, que Interviene en su vida y se preocupa por sus temores y necesidades. Estamos ante uno de los rasgos más distintivos de la fe cristiana: Dios no es sólo el Todopoderoso, el creador del Universo, sino también el Padre íntimo, el Abba (“papá”) que me ama y me guarda (Gal. 4:6). Éste es nuestro gran privilegio: Dios nos trata como un padre a su hijo porque en Cristo somos hechos hijos adoptivos de Dios. El salmista describe esta vivencia con una preciosa metáfora:
“Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro” (v. 4)
“Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora, escudo y protección es su verdad. No temerás…ni a la pestilencia que ande en la oscuridad, ni a mortandad que en medio del día destruya…. No te sobrevendrá mal ni plaga tocará tu morada” (v. 3-6,10).
Llegamos al corazón del salmo: la protección de Dios en la práctica. La conciencia de la grandeza de Dios ha de ir acompañada de la conciencia de la providencia de Dios. Estamos ante un punto crucial, decisivo en la experiencia de fe. Si lo entendemos bien, será una fuente insuperable de paz y serenidad, pero si lo malinterpretamos podemos caer en errores y extremismos, o sentirnos frustrados con Dios.
La manipulación del diablo. Es muy significativo que el diablo tentó a Jesús (Mt. 4: 6, Lc.4) con una doble cita de este salmo: “Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden… En las manos te llevarán para que tu pie no tropiece en piedra.” (v.11-12). Usar mal las promesas de la protección divina es una tentación vigente hoy. ¡Cuidado con la súper espiritualidad y la súper fe! Puede ser una forma de tentar a Dios como nos enseña la contundente respuesta de Jesús a Satanás: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt. 4:7). Confiar en Dios no nos exime de actuar de forma responsable y sabia.
Dicho esto, no podemos minimizar la potente acción protectora de Dios sobre los que en Él confían:
«Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; lo pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia, lo libraré y lo glorificaré” (v. 14-15).
¿Una póliza a todo riesgo? “La palabra clave es “librar”. ¿Qué significa “Dios te librará”? La misma expresión se aplica a José -“Dios le libró de todas sus tribulaciones” (Hc. 7:10), y sin embargo el patriarca tuvo que pasar por muchos valles de sombra y de muerte. Dios no le evitó la prueba, pero le rescató de ella. Como dijo Spurgeon, “es imposible que ningún mal acontezca a los que son amados por Dios”. La fe no garantiza la ausencia de la prueba, pero sí la victoria sobre la prueba. El apóstol Pablo desarrolla esta idea de forma majestuosa en el cántico de Romanos 8:28-39: “en todas estas cosas (pruebas) somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó, Cristo”.
Así pues, la fe en Cristo no es una vacuna contra todo mal, sino una garantía de total seguridad, la seguridad de que “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom. 8:31). Este salmo no es una promesa de completa inmunidad, sino una declaración de plena confianza. Confianza en la protección de Dios expresada de tres maneras.
La triple “C” de la protección de Dios. En toda situación de prueba,
En la vida de los hijos de Dios nada ocurre sin su conocimiento y su consentimiento. El azar no existe en la vida del creyente. La providencia majestuosa del Dios personal resplandece en los momentos más oscuros: “Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegarán”. Nada sucede si Él no lo permite, como vemos tan vívidamente en la experiencia de Job. Esta promesa viene ratificada por el Señor Jesús mismo:
“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mateo 6:15-16, Lucas 12:6-7).
Después de contemplar el carácter de Dios -lo que Él es para mí- y su providencia -lo que Él hace en mi vida - el salmista exclama con firmeza: “Mi Dios en quien confiaré”.
Es una secuencia lógica. La confianza es la respuesta a unas evidencias. El salmista ha conocido a Dios de forma personal, íntima -“por cuanto ha conocido mi nombre” (v. 14). Tal conocimiento le lleva a enamorarse de Él -“en mí ha puesto su amor” (v.14) y se establece una relación estrecha. Ahí tenemos, por cierto, el meollo de la fe cristiana: es la confianza que nace de una relación de amor, la certeza de que el amado no me va a fallar porque “Él (Dios) es fiel”.
Nuestra vida no está a merced de un virus, sino en manos del Dios todopoderoso. Ahí radica la certidumbre de nuestra fe y el cimiento de la confianza que vence todo temor. No hay lugar para el triunfalismo, pero ciertamente hay triunfo. Es el triunfo que Cristo nos aseguró con su victoria sobre el mal y el maligno en la Cruz. Es el mismo Cristo cuyas últimas palabras fueron:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20)
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