De ahí que se pueden hablar de derechos humanos universales, para todos los ciudadanos. Se puede hablar también de libertad sin límites para el hombre, pero, en muchos casos, esta libertad no se puede realizar. No se impide con normas policiales ni con restricciones duras en el ámbito de la religión, de la militancia política, ni impidiendo la libertad de movimientos, pero las propias leyes internas del mercado, las políticas económicas insolidarias y las trabas de las estructuras sociales injustas, impiden que los pobres puedan ejercer su libertad. Para ellos la libertad queda también en algo formal, externo que no pueden manejar. Las leyes del mercado son demasiado duras, los mecanismos de producción están controlados y los pobres no tienen libertad de consumo.
Las estructuras dominantes excluyen a los pobres. Les roban así sus posibilidades de ejercer su libertad. Para los desheredados del mundo, los Derechos Humanos son simplemente unos principios formales que no les alcanzan. No les llegan ni en cuestión de alimentación, ni de vivienda, ni de trabajo ni de ningún otro tipo. Los excluidos del sistema económico y de mercado, son excluidos también de su libertad y de sus derechos tanto humanos como civiles. No pueden ubicarse en las estructuras sociopolíticas dominantes, son estructuras que excluyen a los débiles del mundo. Tienen que conformarse con crear su propio submundo de relaciones, sus bajos fondos en donde se desenvuelve la pobreza, moverse por los focos de miseria y conflicto, moverse en el no ser de la marginación y la exclusión social. Allí donde no hay ya derechos humanos, ni civiles, ni se puede ejercer libertad ninguna. Son los excluidos del sistema.
No pueden integrarse en la estructura dominante en donde los más fuertes son más valorados, se tiene la riqueza como prestigio, y hay una competitividad que deja tirados al lado del camino a los más débiles. También, cuando la estructura dominante no está dedicando los fondos suficientes para programas de integración de los excluidos, cuando no hay políticas de empleo que repercutan en la inserción en el mundo del trabajo de los sectores más débiles y jóvenes en marginación, en muchos casos, se puede dar lugar a ir perdiendo parcelas de la seguridad ciudadana, porque estos excluidos se van estructurando en líneas de cierta violencia y ruptura social. La propia presión de la pobreza puede dar lugar a ciertas delincuencias de las cuales la sociedad se va a defender apartando a estos delincuentes pobres, expulsándolos de su seno, sea vía penitenciaria, de reformatorios u otras.
Por tanto, la sociedad, para ser más justa, y para fomentar el que los derechos humanos y la libertad no fueran principios estrictamente formales que no alcanzan a todas las capas de la sociedad, debería tener otras políticas de integración diferentes, estructurar las políticas educativas y de ocio de los jóvenes en los barrios marginales, programas de formación profesional adaptadas a estas capas desfavorecidas de la población, hacer emerger en la sociedad nuevos valores que no estuvieran orientados solamente al consumismo insolidario y a la supervivencia del más fuerte. Se necesita en el mundo un cambio de valores que haga a la sociedad más acogedora de los débiles y más protectora de los sectores en desventaja social y que viven en focos de pobreza y de conflicto.
Para que realmente se pudiera hablar de unos derechos humanos reales que se concretasen en el plano económico, social y cultural de todos los ciudadanos, y que no quedaran en unos simples principios formales abstractos y controlados por los grupos de poder económico, se necesitaría una solidaridad que estuviera basada en los valores bíblicos. De ahí al gran responsabilidad de los cristianos que, conociéndolos y sabiendo la valoración que Jesús hace de los pobres, de los últimos y de los débiles, no deberían ser pasivos en la asunción de estos valores que, en última instancia son los valores del Reino, sino que deberíamos asumir una militancia activa que impulsara el hecho de que estos valores se dejaran ver en la sociedad. Esa sería la forma de que los cristianos fueran ese fermento que la sociedad necesita, esos trastornadores del mundo e impulsores de la justicia. Esa es la forma de ser sal y luz.
Desde los grupos cristianos es desde donde podría comenzar a posibilitar el brillo de unos derechos humanos reales y que se concretaran en el plano socioeconómico y en una libertad no aplastada por las estructuras dominantes de producción, mercado y consumo. Es por eso que los cristianos insolidarios y pasivos ante el dolor de los pobres, son solamente cristianos formales, nominales, que no han sabido o no han querido tomar la cruz del Maestro.
Si quieres comentar o