Una reflexión sobre la pérdida de contenidos vitales del Cristianismo y su consecuente impotencia para ejercer un rol de influencia en la sociedad.
Por Ana Roncal
En los últimos años y ante los avatares de la política sin Dios, se ha podido apreciar repetidamente un discurrir inquietante y una respuesta ya tradicional de la Iglesia evangélica en poco menos que todas partes.
En los cinco años pasados lo he apreciado claramente en España, y la última vez se ha dado hace unas semanas, durante el proceso de investidura de quien es ya presidente Pedro Sánchez, con las iniciativas de personas y ONG’s, que no pocos cristianos evangélicos endosaron, pidiendo con urgencia y cierta histeria firmas para convencer a un diputado de que vote “no” a la coalición de gobierno pactada por el señor Sánchez. El temor ante la inminencia de que se establezca un gobierno de tendencia de extrema izquierda, whatsapps de última hora, pedidos de oración, citado de textos como el de 2 Crónicas 17, ya casi, y lo lamento, un cliché: “Si se humillare mi pueblo …”. De nada valió. El gobierno está ya establecido y nadie sabe lo que viene a ciencia cierta. Pero vamos a completar el texto de 2 Crónicas luego.
¿Habría realmente cambiado la política española, la condición moral y social de España con ese único voto? Es más, ¿es adecuado para cristianos el querer lograr las cosas en una sociedad mediante el voto de un diputado, como si se tratara de jugar al póker en un casino? ¿Hubiera sido ése un cambio sustancial en la mentalidad y la cultura? Sabemos honestamente que no: la violencia, perpetrada mucha veces hasta legalmente[1] y las desigualdades sociales habrían más que probablemente continuado
Esta situación de constantes crisis políticas, injusticia y corrupción, se sitúa en abierto contraste con lo que la Biblia dice acerca de la condición de una sociedad donde, supuestamente, hay cristianos comprometidos trabajando por establecer el Reino de Dios, ejercer influencia, traer transformación en medio de la oscuridad. ¿Por qué? Hay textos de la Biblia que nos dan una pista.
El Salmo 33 en el versículo 12 dice: ‘Feliz la nación cuyo dios es el Señor.’
Sí, ¡eso dice! Una nación donde el Cristianismo es la fuente de moral y perspectiva es una nación de gente dichosa. Esto hasta la ciencia lo está estudiando con resultados asombrosos, y es en sí todo un tema apasionante que debemos abordar en el futuro. La pregunta es: ¿cuántas sociedades donde el Cristianismo prevalece como confesión son realmente dichosas?, ¿lo es España, con su historia de catolicismo y ahora, con una iglesia evangélica que da señales de crecimiento claros?
En Isaías 40.15 leemos: ‘He aquí que las naciones le son como una gota de agua que cae del cubo, y como polvo en las balanzas le son estimadas.’
Como una gota de agua, como polvo, como nada son las naciones para Dios, por tanto sus problemas, aunque nos puedan parecer terribles son nada también. Lo vemos en el Antiguo Testamento, imperios enteros cayeron de un día para otro. Y sin embargo, los cristianos no ven así los problemas, y ni mucho menos sabemos cómo resolverlos.
El punto que quiero establecer es que el lenguaje bíblico nos revela la mente y el poder de Dios y está destinado, por medio de la educación –de las iglesias, se entiende- a crear una mentalidad también bíblica acerca de todo aspecto de la vida humana y las sociedades, los principios que debemos conocer y aplicar, o Dios no hablaría de naciones, autoridades, posesión de la tierra, balanzas justas… No hay tema ni esfera de la vida de la que Dios no hable en la Biblia. ¿Cuál es el problema entonces? Miremos a otro texto:
Oseas 4.6 dice: ‘Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento.’
La Iglesia ignora mucho de su fuente, la Biblia, y debido a ello cae presa de la injusticia igual que cualquier incrédulo. Por falta de instrucción para tener la mente de Cristo[2], una mentalidad bíblica, los creyentes no pueden ofrecer soluciones, sobre todo en el terreno social, y por lo tanto no hacen una diferencia como lo sugieren las citas bíblicas, siendo absorbidos por el orden mundial que es contrario al orden de Dios. Ambos órdenes están muy bien establecidos como antagónicos desde el Génesis de la Biblia. No hay alternativa, estamos bajo el dominio de uno o estamos trabajando por traer el otro.
¿Cómo encontramos la raíz del problema? Podemos mencionar varias causas: antisemitismo, conveniencia política, pero hay una clave, una raíz histórica que ha afectado a la Iglesia de todos los tiempos: el misticismo, debido a la influencia de la filosofía griega, más claramente, de Platón sobre la Iglesia Primitiva; ese dualismo de creer que es imposible vivir de acuerdo a principios y que ellos se encuentran plenos sólo en la esfera de lo ideal.
Mucho que revisar. Pero por ello tenemos una iglesia mística, que ha abandonado los terrenos sociales más importantes y los ha considerado “mundanos”, claro. Si no hay quien haga la diferencia… ¡lo son y sin remedio! He preguntado en las iglesias a las que he asistido, especialmente sobre el rol del Antiguo Testamento, y las respuestas son variadas: “Es un libro antiguo, se aplica sólo al Israel de ese tiempo”, me dicen. Es decir, Dios nos ha obligado a leer 39 “viejos” libros del Antiguo Testamento, ¡¿sin razón alguna?! Otro me contradijo fieramente llamando “reconstruccionistas”, como algo negativo, a los que intentan aplicar el AT a este tiempo. Finalmente, hace unos días pregunto a una persona que tiene un cargo en una iglesia. Lo escribo tal como fue:
- “Oye, quiero preguntarte algo…
- Sí, dime… -me contesta.
- ¿Qué lugar tiene para ti, y de paso para la iglesia, el AT?
- (Piensa un poco, duda) Pues… se puede enseñar, no es problema.
- ¿Se puede? –le pregunto-. Pero, ¿siendo palabra de Dios, no es vital, importante? Cristo dijo que no había venido a abrogar la ley si no a cumplirla, y que quienes no la enseñen ni la cumplan serían llamados muy pequeños en el Reino de los Cielos…
- (Cobrando ánimo) Sí, claro, si se enseña probablemente va a ser positivo, no van a causar un mal… Sí, se puede enseñar…”
Esa es la situación: nada menos que el modelo social de la Biblia dado a Israel para bendecir a las naciones es algo misceláneo, que “podría” dar buenos resultados. Hagámosle a Dios el favor y concedamos probabilidad de que su Palabra funcione.
Pero ¡no! Cristo comisionó a sus discípulos a ir y hacer discípulos a todas las naciones enseñándoles todas las cosas. ¿Qué cosas? En ese tiempo no había Nuevo Testamento… ¿qué quería decir Cristo? Quiso decir que Él ya había hecho la obra de redención moral para que en su Nombre vayamos a toda sociedad y enseñemos todas las cosas, tal como instruye en su Palabra, porque el Jesucristo que derramó su sangre quería eso: reconciliar para Sí todas las cosas[3].
La Iglesia hoy ha perdido mucho de ese mensaje vital y se ha encerrado en sus templos, predica un mensaje de salvación de almas, muchas veces legalista, sin visión del Señorío que Dios prometió en Génesis y que Jesucristo devolvió a su Iglesia a costa de su propia vida. Y por ello la falta de influencia y poder de la cristiandad es patente. Hay mucho que decir y que cambiar si queremos un cristianismo eficaz en nuestras sociedades.
Ana Roncal – JUCUM – San Sebastián (España)
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