El tiempo de oración, meditación y reflexión en el ministerio cristiano es cada vez más escaso, lo que puede terminar en lo que conocemos como el síndrome “burnout”.
En los últimos dos artículos me centré en la importancia de recuperar la capacidad de meditar en la Palabra de Dios. Esto requiere tiempo. Y al mismo tiempo renueva fuerzas. Pero ese tiempo de oración, meditación y reflexión en el ministerio cristiano es cada vez más escaso. El resultado es -entre otras cosas- un agotamiento emocional y físico que finalmente puede terminar en lo que hoy en día conocemos como el síndrome “burnout”.
Es una dinámica que nos puede tirar abajo y es una amenaza real para muchas personas que llevan responsabilidad pastoral en una iglesia. Estamos ante otra de las grandes amenazas de la iglesia actual. Pero a diferencia de otros desafíos este muchas veces se identifica cuando ya es tarde.
Hay una serie de hechos y estadísticas que nos ayudan a entender la gravedad del tema. Es cierto que lo que vamos leer a continuación se basa sobre encuestas hechas -como casi siempre- en Estados Unidos. Pero al mismo tiempo existen razones suficientes para creer que la situación entre los pastores y líderes de las iglesias en Estados Unidos no dista mucho de la realidad en otras partes de este mundo, por lo menos del mundo occidental.
Según un artículo del New York Times del 1 de agosto del año 2010, los “líderes de las iglesias” sufren a menudo de obesidad e hipertensión y esto en cifras mucho más altas que el resto de los norteamericanos1. Pero esto no es todo. En la última década el uso de antidepresivos entre los pastores evangélicos -según el este estudio- ha aumentado mientras que al mismo tiempo la expectativa de su vida ha caído.
Aquí vienen algunos datos escalofriantes sacados del artículo. Los porcentajes van de menos a más.
El 25% de los pastores no saben a dónde dirigirse cuando tienen un problema familiar o un conflicto por resolver.
El 25% de las esposas de los pastores consideran el horario de su esposo como fuente de conflictos constantes.
El 33% dicen que su ministerio daña a su familia.
El 40% de los pastores y el 47% de sus esposas sufren síntomas de un burnout.
El 45% de los pastores dicen que han experimentado depresiones o un burnout que les ha obligado a tomarse un tiempo indefinido de vacaciones para recuperarse.
El 50% se sienten incapaces de estar a la altura de lo que su ministerio les exige.
El 57% dejarían el ministerio si pudieran hacer otra cosa.
El 75% sufren bajo estrés severo que les causa ansiedades, preocupaciones, confusión, rabia, depresión, temores y comportamiento raro.
El 80% de los pastores dicen no pasar tiempo suficiente con sus esposas y creen que su ministerio afecta a su familia negativamente.
El 90% no se sienten preparados suficientemente para el ministerio.
Cada mes, 1.500 pastores en EE.UU. dejan el ministerio por sufrir burnout, conflictos o problemas morales.
Claro, podemos decir: esto es EE.UU, aquí las cosas no son así de gordas. Espero que no. Pero, sinceramente, no estoy tan seguro.
Leer estas cifras, realmente asustan y hay que preguntarse: ¿quién puede atreverse a querer estar en el ministerio si la realidad es tan escalofriante? ¿Dónde están las razones? ¿Por qué arrasa hoy tanto un fenómeno que para nuestros padres y abuelos que tenían una carga más pesada que soportar no suponía una amenaza seria? ¿Por qué está debilitando el agotamiento físico y psíquico a los líderes de nuestras iglesias y por lo tanto a nuestras iglesias?
Lejos de mí esté ofrecer soluciones simplicistas. Pero estoy convencido de que una de las razones radica en el hecho de que un número cada vez más grande de iglesias se organizan como cualquier empresa u organización secular. Y los pastores se parecen cada vez más a ejecutivos que organizan sus iglesias según normas empresariales. Y además, las exigencias de su ministerio le quitan lo más esencial: pasar tiempo con el Señor. En otras palabras: el pastor se parece a un artista de circo de aquellos que intentan poner platos que giran alrededor de sí mismo sobre un palo. Para conseguir esto, el artista tiene que correr continuamente de un palo para otro para darles ímpetu. Seguro que lo hemos visto alguna vez. Me agoto con solo verlos. Y me he reconocido en más que una ocasión en esta comparación.
El remedio es desacelerar y fijarse de nuevo en lo esencial. Y lo esencial es nuestra relación con el Señor.
[destacate]Una iglesia no se debería definir por leyes de utilidad y eficacia, porque no es una empresa.[/destacate]Pero el pastor que tiene como prioridad la oración y el estudio de la Palabra de Dios parece en vías de extinción. No es de extrañar que el síndrome del “burnout” (el quemarse en el ministerio) es un fenómeno cada vez más extendido. Nos hace falta constatar de nuevo que el ministerio es una vocación, no una profesión como cualquier otra. El pastor que no sepa extraer sus fuerzas de lo sobrenatural fracasará en su intento de llevar a cabo su trabajo basándose en sus propios recursos. No se puede tratar lo sagrado con las herramientas de este mundo.
Una iglesia no se define por leyes de utilidad y eficacia porque no es una empresa. Todo lo contrario: una iglesia -y el ministerio que allí se lleva a cabo- se define por principios establecidos por Dios en su Palabra que tienen un carácter eterno e invariable. La forma casi dictatorial en la que algunos pastores rigen a sus iglesias al estilo de un CEO y desprecian el trabajo en equipo contribuye a este desgaste y convierte a muchas iglesias en pequeños reinos de taifas a la merced de una sola persona cada vez más agotada.
Un factor que agrava la situación y que se ha hecho más patente desde que salió el artículo en el NYTimes es el dichoso teléfono móvil, lo que hoy se llama “smartphone”. Este “teléfono inteligente” es tan listo como para buscarnos la ruina. Y cuando hablo de teléfono móvil esto incluye toda la parafernalia de sus aplicaciones: facebook (que más bien me parece ser “fakebook”), el messenger de facebook, WhatsApp, mensajes SMS, Instagram, Telegram, Imo, etc. Muy probablemente se me ha olvidado alguna aplicación recientemente inventada que no puede faltar en el móvil de un pastor evangélico. Si hasta hace un par de años los feligreses de una iglesia nos tenían que llamar a casa y solamente en determinados momentos, ahora nos pueden bombardear a cualquier hora de la noche y del día con sus ruegos, peticiones de oración, preguntas, críticas, piropos o simplemente para comentar el último chismorreo o mandarnos la enésima pegatina del día, con todas las buenas intenciones del mundo. Por cierto, esto no solo pasa a los pastores.
¡Ay de aquel pastor que todavía se empeña en responder a cualquier mensaje que le llegue! No solamente debemos enseñar a la gente bajo el cuidado espiritual nuestro que cualquier teléfono móvil tiene un botón para apagarlo -y no solamente durante el culto- sino también predicar con el ejemplo. No somos Dios, y por lo tanto no estamos bajo obligación de estar disponible las 24 horas del día y siete días por semana. Un teléfono móvil con todas sus aplicaciones puede ser una tremenda ayuda pero también puede convertirse en una maldición.
Facebook no solamente es una oportunidad de oro para proclamar el evangelio sino también una maldición donde encontramos mentiras y medias verdades, leyendas urbanas evangélicas y las últimas chorradas completamente inútiles. Y es una fuente constante de agobio, una máquina de robarnos el tiempo y estropear el tiempo más precioso con nuestro Señor porque no hemos sabido apagarlo a tiempo.
Tal vez ha llegado el momento de ayunar. Y no me refiero a la comida física sino de desprendernos del lastre diario que nos quita tiempo y nos agota hasta el punto de hundirnos. Ya sé que como evangélicos no tenemos cuaresma, pero en fin: el calendario en este caso coincide y tal vez vale la pena hacer el experimento para averiguar si hay vida aparte del móvil y de correr de una reunión para otra.
Los malabaristas de los platos giratorios no son buen ejemplo. Ya lo dice el refrán: El que mucho corre, pronto para.
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.
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