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Los intocables, el prestigio y el amor

Los religiosos de la época no fueron intocables para Jesús. Usó la crítica y la denuncia a los dirigentes religiosos a favor del hombre.

DE PAR EN PAR AUTOR 96/Juan_Simarro 03 DE MARZO DE 2020 12:00 h
Foto de [link]Birmingham Museum Trust [/link] en Unsplash.

Los parámetros del prestigio están, muchas veces, en contracultura con los del amor. Desde los parámetros del prestigio, nos situamos, sin lugar a dudas, en contracultura con los valores bíblicos, con los valores del Reino. Desde el prestigio, no solamente se trastocan los valores cristianos cayendo en la riqueza como prestigiosa, digna de admirar y de lisonjear a los ricos y acumuladores de este mundo, así como los atractivos del poder político, sino también podemos caer en la idolatría del poder religioso.



Así, muchas veces, los que ostentan cargos religiosos —aunque no puede ni debo meter a todos en el mismo saco— son admirados, se hacen intocables para muchos a pesar de que tengan sus tachas y problemáticas en su vida o conducta. En muchos casos, se acatan sus decisiones, mensajes, orientaciones y opiniones, independientemente de que estén en consonancia con los valores bíblicos. En ocasiones, lo que dicen, lo que hacen, los estilos de vida o prioridades son cubiertos por el manto de la autoridad religiosa que ostentan, y se aceptan sus parámetros de ejemplo, vida y enseñanza de forma pasiva, sin actitud crítica y, menos aún, denunciadora.



Sin embargo, para Jesús, desde los parámetros del amor, fundamentalmente desde el amor al prójimo, no vio a nadie como intocable. Los religiosos de la época no fueron intocables para él. Usó la crítica y la denuncia a los dirigentes religiosos a favor del hombre, del ser humano que, en ocasiones, estaban siendo, de alguna manera, esclavizados por las presiones de las enseñanzas de estos líderes religiosos del tiempo de Jesús. Él fue un elemento transformador de la realidad social, económica y religiosa a favor de los más débiles. 



No cabe ninguna duda que, desde el amor al prójimo todo se ve diferente. Cuando se conculca este amor, no hay intocables, no hay ningún tipo de lisonjas para aquellos que enarbolan su riqueza en búsqueda de prestigio. El amor al prójimo refleja una nueva luz que nos anima a la denuncia a favor de los más débiles, al trabajo de buscar la justicia, día a día, apoyados en los valores del Reino. Lo otro son valores podridos que causan sufrimiento y muerte.



Desde los valores del prestigio, la vista se nos nubla. No vemos opresores, sino triunfadores. No vemos acumuladores, sino personas de éxito y, para algunos creyentes, personas bendecidas con riquezas. Pero, desde los valores del amor al prójimo, se posee una nueva luz que hace que ya los acumuladores no nos parezcan tan dignos ni ejemplos de imitar. “La vida no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”, nos recuerda el Evangelio. Desde el prisma o los parámetros del amor al prójimo, los enriquecidos y poderosos del sistema, solamente tienen una opción de salvación: arrepentirse y compartir. Ese es uno de los valores del Reino, un valor clave que se percibe desde la óptica del amor.



Desde la óptica del amor al prójimo no hay poderosos intocables, ya ostenten o no estos cargos religiosos, políticos o, simplemente, estén montados en esa fuerza que tienen los que poseen grandes fortunas que, a veces, creen que se debe dar ese valor que denuncia nuestro escritor clásico Quevedo: “Madre, yo al oro me humillo”. El cristiano debe tener cuidado en no caer en ese valor antibíblico, ni mirando a uno mismo, ni prestigiando al acumulador. Nosotros tenemos que ayudarles con nuestra actitud denunciadora, con nuestra crítica o condena, siempre a favor del prójimo lanzado a los márgenes del camino, y privado de poder participar de los bienes de la tierra que, indudablemente, son de todos sin excepción.



Así, para quien ama al prójimo, no hay intocables, siempre que éstos sean causa de sufrimiento de las criaturas de Dios. Critiquemos los tabúes económicos que, sin darnos cuenta, se nos imponen. Denunciemos las prioridades, estilos de vida y normas sociales que están en contra de los valores dignificadores del Reino. No. No hay un fatum o destino para los pobres, no hay causas naturales que determinen la pobreza de más de media humanidad. Todo es cuestión de injusticias, desiguales repartos de la riqueza del planeta tierra, y la opresión de muchos y muchos considerados intocables y bañados por el húmedo y frío manto de un falso valor que es la riqueza como prestigio.



Jesús denunciaba y condenaba por amor al hombre, nuestro prójimo, fundamentalmente el prójimo sufriente. Se enfrentó a los tabúes sociales, normas religiosas, prejuicios y enseñanzas que oprimían y quitaban la felicidad del prójimo. Para Él nunca hubo ningún tipo de personas intocables, ni ricos, ni poderosos de la política, ni necios acumuladores de riquezas, ni religiosos que daban la espalda al prójimo extranjero, apaleado, sencillo o, simplemente, marginado por ser mujer o niño. Rechazó todo lo inhumano, y evangelizó desde su compromiso con los pobres de la tierra.



Los valores del prestigio son basura en relación con los valores del amor… y esto lo debemos también tratar hoy en nuestras congregaciones e ir cambiando los estilos de vida y prioridades que dan la espalda al dolor del prójimo. Sí. El cristiano también puede ser un agente de liberación del Reino, imitando siempre a su Maestro al que dice seguir. 


 

 


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