Me lo debe

La amistad no se mide en minutos ni en años. Se mide en lealtad, comprensión y colaboración. Kurt Cobain

¡Cuántas veces exigimos a los demás lo que no estamos dispuestos a ofrecerles! Recuerdo una historia que ocurrió hace tiempo entre dos amigos adolescentes. 

Juan y Víctor pertenecían a la misma congregación, asistían al culto todos los domingos y cada sábado a las reuniones de jóvenes. Estaban matriculados en el mismo instituto, algo que les permitía verse todos los días de la semana. Compartían gusto por los libros y la música, se contaban sus secretos. Lo pasaban bien durante las horas de estudio en casa de Víctor, muchacho muy sensible y generoso que enseguida se daba cuenta de cuales eran las necesidades de Juan. Nunca le importó llevarle en su moto cuando tenía que desplazarse a algún lugar, pasarle los apuntes si faltaba a clase e incluso, algo menos usual en los chicos, le hacía frecuentes regalos, no sólo en Navidad y en su cumpleaños. No eran grandes regalos, pero se preocupaba en encontrar algo que fuera de su agrado.

Juan estaba encantado con su amigo Víctor, nunca había conocido a nadie como él, tan atento y dispuesto en lo referente a su amistad. Sin embargo, hubo una época en la vida del joven Víctor en que comenzó a definirse como adulto. Esto no hizo que se alejara de Juan, ni mucho menos, pero fue dejando atrás algunas costumbres de chavales que le fueron pareciendo innecesarias, aunque seguía sensible a las necesidades de su amigo y acudía siempre que le pedía algún favor.

Por su parte, Juan advertía que las cosas estaban cambiando. Un día se acercó y le preguntó qué le ocurría, si estaba enfadado con él. Víctor le confesó que atravesaba una etapa nueva y había madurado en algunos aspectos.

Juan no quedó conforme y comenzó a hacer comentarios y críticas negativas a otros amigos de la iglesia y el instituto sobre el comportamiento de Víctor, ya que cada día recibía menos de él, “me lo debe, si es cristiano y amigo de verdad, que me lo demuestre y me tenga más en cuenta”, decía.

Después llegó a ponerle mala cara cuando se acercaba a saludarle, incluso a no dirigirle la palabra si podía escurrir el bulto, a sentarse en un banco distinto durante las reuniones.

A Víctor esto le parecía injusto porque no encontraba ningún motivo para que su amigo actuara de esta manera y aguantaba el tirón disimulando como si todo fuera bien. Lo que peor le sentaba era cuando Juan soltaba al aire algún texto de la Biblia que, además de culpabilizarle, le exigía más de lo que podía darle.

A veces, durante las horas de vigilia, reflexionaba sobre este tonto enfriamiento entre los dos. Hizo recuento sobre su amistad y no se halló culpable. Hasta la fecha, Juan:

Nunca le había obsequiado con el más mínimo detalle.

Nunca estuvo dispuesto a hacerle un favor.

Nunca le devolvía los apuntes de forma voluntaria sino a través de los repetidos ruegos de Víctor que los necesitaba para estudiar.

Nunca le visitó cuando estuvo enfermo ni le llamó por teléfono. Y es más, nunca le dio la dirección de su casa. Después de años de amistad, Víctor no sabía la dirección de Juan.

A pesar de esto intentó mantener esa amistad como pudo, pero después de un tiempo recibiendo reproches, quiso aclarar las cosas con él, le dijo que pensaba que  aunque la amistad no es una balanza, la suya estaba basada en recibir sin dar nada a cambio. Juan no aceptó esta explicación y desde entonces le retiró la palabra. Víctor se fue alejando de su compañero y comenzó a buscar instrucción y sabiduría en la Palabra de Dios y en personas capaces de orientarle. Oró al Señor pidiéndole discernimiento para su modo de pensar y actuar en adelante y empezó a confiar con fuerza en que, poco a poco, se le mostraría el camino.